sábado, 31 de enero de 2009

Cólera Santa

En aquella ciudad escandinávica, en los bajos del número cuatro de la ”Calle del Pájaro Mosquero", Barrio del Mástil, cuyas raices se pierden en el tiempo, los últimos rayos del verano fugaz, alumbraban una espontánea reunión de salvadoreños celebrantes de un desempleo ya crónico. Su nivel de ingestión alcoholica como a los antiguos pentecostésidas imponía en ellos una conversación caótica, incoherente, un lenguaje indescifrable. Sobre el andén de los viadantes, avanzó una aparición que en el acto impuso a aquel grupo alborotada fascinación. Zadia Karamemovick (Bosnia Herzegovina). Más alta que todos ellos, ojos gris amarillento, mirada imperiosa, pantalones ceñidos que trabajosamente aprisionaban en ellos poderosa musculatura de movimientos felinos. Los tacones aguja de sus zapatos, percutaban el brioso contoneado de la chica sobre el pavimento, como el impetuoso marcapaso de alguna milicia en plena marcha. Piadosa musulmana, recien casada por el rito sunni, llevaba recogida su abundante cabellera dorada, bajo velo, rigurosamente.
Zadia Caminando por esas calles de Dios, era la cuerda tensada de algún maravilloso laúd del universo.
Del grupo surgió una voz en un sueco inintelegible: -Oye niña! caramba! para donde vas tan apresurada?
Le siguió otra voz que quiso desastrosamente, traducir al sueco aquello de: -Adiós granito de arroz! Me voy con vos?

Volvió Zaida sus ojos glaucos con indignación hacia los que le increpaban y les contestó mostrándoles el dedo mayor de la mano derecha. Causó tal entusiasmo el gesto entre aquellos acólitos de Baco, que hubo una explosión de silbidos y aplausos que hicieron retumbar las paredes de los edificios. -Eres tan linda que haciendo visajes feos, te ves más graciosa aún! –dijeron las caóticas voces alcoholizadas.
Con garboso paso, Zaida siguió su camino. Al desaparecer tras el recodo de la esquina cercana, volvieron los beodos de dudosa inspiración a la absurdidad de la enmarañada discusión que les ocupaba y prometía llevarles a ninguna parte. A pocos minutos, reapareció Zaida por el mismo rumbo donde había desaparecido. Le seguía a pocos pasos, Hazim Nariman (Irak), su suegro, erguido cuan largo era sobre sus poco más de dos metros de estatura llevando una mirada negra y terrible en las pupilas. Crispaba las manos como triturando bellacos entre ellas y machacaba el suelo con sus pasos hasta hacerlo vibrar bajo sus probables más de cien kilos de peso. Era totalmente inaudito que no hubiera lugar en el mundo donde se dejara vivir en paz a los creyentes sin someterles al escarnio y a la provocación! Mas los bárbaros tendrían que llegar a la comprensión tarde o temprano o exponerse a sufrir las terribles consecuencias que tendrían que sufrir a causa de sus propias iniquidades! Desde la calzada, Zaida señaló al grupo de escandalosos que no amainaban su celebración. Hazim avanzó hacia ellos y ya al alcance de la mano, se volvió a su nuera y le gritó: -Cuál de estos infelices es el que te ha ofendido de manera tan vil, mi pequeña Zaida? Ella le contestó sin aflojar la furia que le encendía los ojos: -Todos ellos! Castígales a todos! –dijo, haciendo un ademán imperioso con la mano derecha mientras apoyaba la otra mano en su cintura inefable. -Oidme vosotros! -dijo Hazim hacia el grupo, pero a esas horas aquellos bebedores impenitentes, probablemente ya sólo percibían sombras difusas en los alrededores. Harta experiencia tenían para saber que en ese estado, lo más recomendable es demostrar amabilidad con todas las sombras que se acercan. Entonces respondían dulcemente a Hazim: –Amigo! Ven acá amigo! No hablamos mucho sueco, pero éste es el mejor lenguaje del mundo! -y mostraban sus tarros de cerveza hacia él. Hazim tomó de los hombros A Carlos, porque carlos era el más fornido, y le miró a los ojos, pero las pupilas de Carlos parecían mirar al infinito y se balanceaban dentro de sus cuencas en un vaiven incontenible; lo soltó y se dirigió a Alex, entonces Alex dijo a José: -Mirá vos, servile una cerveza aquí al amigo!
Intervino Gabriel: -Dejálo que se la sirva él si quiere. Hazim se sintió desconcertado, no había en aquel grupo un solo individuo que pudiera seguirle el hilo de la reclamación que pretendía, cuando desde el interior del apartamento oyó una voz que gritaba: -Amigo Hazim! entra! pasa adelante! Tengo algo para tí! Entró Hazim y Rodrigo le tendió un vaso de vino tinto: -Vino chileno, recuerdas que te lo había prometido? Por fín encontraba Hazim un interlocutor razonable, tomó el vaso de vino, a pesar que el vino es prohibido a los musulmanes. En ese momento, cruzó por su mente la reflexion que la doctrina de los bebedores de vino, sólo se diferencia de la fe verdadera en los resabios de politeismo que conserva aquella. Otra cosa. Estaba profetizado que el árbol de la fe se dividiría en setenta troncos diferentes de los que desprendería miríadas de ramas, de todas las cuales una sola de ellas sería la portadora de la única verdad, por lo que era muy probable que aquel que dijo: ”Bebed vino y comed pan”, tuviera razón, así que Hazim, bebió un sorbo, se disculpó unos instantes, salió del apartamento hacia donde esperaba su nuera sumida en la impaciencia, se dirigió a ella diciendo: -Ellos te mandan a pedir la más sincera disculpa desde el fondo de sus corazones atormentados, querida mía!
Solo de ese modo pudo Zaida continuar el camino hacia los quehaceres que le ocupaban y Hazim se volvió a continuar el diálogo iniciado con el profesor chileno Rodrigo Huamán. La cólera santa había sido, por esta vez, aplacada.

Al día siguiente, en plena resaca etílica, quise obtener de Gabriel, que todavía estaba en su cama, alguna serena reflexión de lo sucedido, y me contestó con cierto desgano: -Mirá vos, los salvadoreños no sólo han combatido en las montañas chalatecas, las estribaciones de Guazapa o los cerros usulutecos! También han combatido en el propio corazón de Arabia Saudita (*); en Washington, en la mera capital de los Estados Unidos, y combatirán en cualquier lugar del mundo donde haya injusticia! -y se volvió a quedar dormido.

(*) Durante la construcción de la última capital de Arabia Saudí, los obreros salvadoreños se sublevaron en la mayor huelga combativa de que se tenga historia en ese país, por miles de años. Unas cuantas décadas después los inmigrantes salvadoreños se alzaron en los alrededores de la Casa Blanca (Washington) durante largas semanas, en otro cruento levantamiento, también sin parangón en la historia de ese país.

miércoles, 28 de enero de 2009

Antifa


De visita en la nación que yace bajo la nación, aconteció que uno de mis hermanos, a la sombra de los árboles de un pequeño huerto, frente a un promontorio de terracota que bién podría ser un fogón o un rústico altar de sacrificios, sujetó la vaina de su puñal, como si fuera a extraerlo, pero en lugar de puñal, apareció en su diestra un águila enorme de plumaje esmeralda -como si el plumaje perteneciera a un ave prensadora de selvas tropicales-. La rapaz daba muestra de estar viva pues abría y cerraba los ojos, aunque mi hermano la blandía como de cartón, y me decía: -Ves lo que puedo hacer con ella?, -para después lanzarla sobre un objetivo, como un experto cetrero, que el ave alcanzaba como un rayo, volando con estrépito y después regresaba de nuevo a posarse a su brazo, hasta que él decía: -Basta por hoy, -y la guardaba de donde la había sacado. -Haber, qué puede hacer la tuya -dijo, y yó recordé, de mis tiempos de niño, que tenía una en la vaina de mi propio puñal, pero hacía mucho tiempo que no la sacaba, más por no saber que se podía hacer, que por falta de voluntad o displicencia. El me dijo: -Es piadoso que se haga con los seres de la naturaleza, porque la inmovilidad para ellos, es la más grande de las desgracias en toda su existencia.
Hice la misma maniobra que él, y apareció aferrada a mi diestra, un águila tan grande como aquella. No era de plumas esmeraldas, sino pardas y oscuras, como las hojas que caen de los caducifolios. A diferencia de él, yo no la hice regresar a su prisión, sino que la dejé que vagara y se estableciera libremente en el corazón del bosque, porque eso es además, según mi hermano, el más grande regocijo de todo ser de la naturaleza.
Luego me condujo hasta el centro ceremonial, que también era de terracota, de techo bajo, cuyo altar fulguraba de dorado tal , que imprimía esa tonalidad a objetos y personas que se encontraren en su interior. Nos sentamos, junto con otro fieles sobre esteras y cojines, en el suelo alrededor de la que funjía como sacerdotisa. Tocada con atuendos gitanos, se volvió a nosotros y dijo: -Os voy dar, si aceptais, un puñado de monedas que pertenecieron al tesoro del rey David, -depositando en las manos abiertas de cada uno de los concurrentes, un puñado de esas- mas no podréis hacer uso comercial de ellas, y de las que tendréis que desprenderos con el mismo desapego que yó lo estoy haciendo con vosotros- dijo. (En otras palabras, obsequiarlas a otros con desprendimiento) -pensé yó. Acto seguido, un viejo que estaba con nosotros comenzó a introducirlas por cualquier rendija que encontraba a su paso, como si esas rendijas fueran alcancías.
Luego pasamos a lo que podría ser un simple salón de reuniones sociales, donde viejos y muchachas fermentaban el vino de cazabe a la manera aborigen, con generosas dosis de saliva, invitándome a mí a colaborar en ello para que no se quedaran los viejos con las gargantas resecas. Bastó una tarde para que estuviera en su punto, no era obligación beberlo, mas pronto descubrí que aquella desobligación, solo era parte de un ardid de otros que querían beber doble porción con lo que sobraba. Era un líquido blanquesino y espumoso con sabor a pulpa de coco. Bebí mi parte, me invadió una suave embriaguez y los experimentados asistentes se reían de mí cuando yo oía en mi interior una dulce, pero poderosa voz que decía: -bebed vino, que ésta es mi sangre… Quise dar una explicación de lo que me pasaba, pero ahogaron mi voz las miles de voces de una multitudinaria marcha que se acercó y pasaba de largo blandiendo banderas y grandes mantas con consignas revolucionarias. A todos nos invadió el impulso y nos unimos a ella que a esa hora avanzaba con antorchas encendidas. Pronto llegamos hasta el frente que chocaba con el frente de los invasores de la nación que se erige sobre ésta. Ellos blandían armas de alta tecnología, contra los rudimentarios medios conque contaba el lado nuestro. De la parte nuestra se lanzaban sólo consignas, maldiciones, piedras y lanzas de madera. Los contrarios se daban el privilegio de experimentar la última generación de sus armas modernísimas contra nosotros; pero los nuestros morían con el gesto del deber cumplido, en los ojos; en cambio los otros encontraban la muerte con la incertidumbre de no saber el porqué de sus acciones asesinas. Ellos mataban la flor de la juventud, labriegos, obreros: mataban el cordero de dios; los nuestros aniquilaban alimañas que es necesario aniquilar para que el pueblo no pierda la senda del hombre hacia el hombre…, y esa era, según el decir de los oficiales nuestros, la esencialidad de nuestra ventaja estratégica. Fue con esa consigna precisamente, que logramos contener la ofensiva enemiga de aquella tarde, para continuar en el convivio con aquel pueblo admirable….
Al caer la noche, nos recogimos unos de nosotros, en una posada en la que se restañaban heridas, se servía una ración de jornada combativa, se bebía vino y se diseñaban tácticas y estrategias. En un rincón de la posada fumaban dos mujeres en redecoradas pipas, les pedí de fumar y me ofrecieron un cigarrillo, encendilo, y cuando disfrutaba plenamente de las bocanadas, sentí un pájaro posarse en mi hombro, era la mano de una chica que miraba por primera vez, pero que la presentí siempre, me miró con ojos almendrados, una sonrisa de miel y me preguntó: -Me darás de fumar de tu cigarrillo?
No me pude negar, compartimos el pitillo y me hechizó al instante la sensualidad de sus labios al posarse donde se habían posado los míos y mojarse de las mismas humedades; de cómo las volutas que salían de ambas bocas, se revolvían en el aire y del aire las absorbíamos de nuevo, para sumergirmos en aquel marasmo en el que quedó concertado un compromiso de nupcias, lo que, ante una leve incertidumbre mía, más que por mala voluntad, por considerarme indigno; se obligó ella a exclamar: -Hombre de poca fe, tan pronto habeis dudado?! -y me mostró coquetamente sus pezones para disipar toda suerte de inseguridades. Ya comenzado los preparativos de la ceremonia y extasiado por el corte de su cabello, su esbeltez, la certidumbre de su talle, me atreví a preguntar de dónde venía. -Soy de las huestes de Artemisa -dijo, y supe que era cierto- . Más algo hubo que comenzó a desentonar, cuando los preparativos de nuestra unión se prolongaban indefinidamente, pues en eso me quedé dormido; cuando desperté, vi el rostro de una brigadista de primeros auxilios que me miraba de cerca, examinándome detenidamente, y dijo: -Tiene los ojos afiebrados.
Yo estaba tendido sobre la bandera rojinegra con la clavícula derecha fracturada y una herida profunda en la mitad de la frente…
Ocho días después me dí cuenta que Matla Xochitl, ideóloga de nuestro grupo, había llegado hasta vuestra mesa de redacción para entregarles el apretado resumen que Lobo, en pleno trance surrealista escribió después de los acontecimientos, increpándoles:
-Publiquen ésto en el resumen informativo! sin saber siquiera, si podría ser posible.

lunes, 26 de enero de 2009

La reunión


Se que los parientes de Feliciano Ama, existen todavía en diferentes poblados de Sonsonate. Uno que otro joven migrado a Estados Unidos, dice también pertenecer a esta estirpe. Los parientes de Feliciano Ama cuentan una historia muy diferente. Y sin embargo quiero dar a conocer el relato que sigue, no por su valor histórico, sino por su valor literario, que capté de Norberto Baires, quien estudiando antropología en la universidad de México cayó en garras de la esquizofrenia. Mi decisión sigue la huella al dicho popular que afirma que, los niños, los borrachos y los esquizofrénicos, son los únicos capaces de decir la verdad.

Muchas gavillas de años antes de Cristobal Colón, el parentesco de los Amatl heredó ese apelativo de Chichimecatli Amatl, a quien se atribuyó el descubrimiento de la industria del pergamino vegetal, creador además, por ello, de cierta mística simbiótica entre los artesanos de esa industria y los bosques de Amatl, mística a que indujo a su familia. Esta familia llegó a ser tronco vasto y robusto, a semejanza de esos árboles sagrados, de cuya corteza se procesaban los pergaminos que un tiempo estuvieron destinados a albergar en ellos los acontecimientos y los días, de los descendientes de la estirpe de Quetzaolcoatl, el "Serpiente con Plumas de Quetzal", quien fue erigido a tutor de la moral de los arquitectos de la ciudad de los gigantes, al final de la primera era de los Toltecas.

En la era que nos ha tocado vivir, bien entrado el siglo pasado, Tuxil Amatl, el más viejo de esa rama pipil, habitantes de la zona occidental de la costa del bálsamo, padre de numerosa prole de indios de tierras ejidales, abuelo de jornaleros sin tierra, se dice, fue el primero de los Amatl, obligado por el obispo que ejercía la diócesis que incluía de Sensunapán a la costa, a eliminar el morfonema ”tl” de su apellido Nahua, para castellanizarlo a Ama, por lo que Feliciano, nació en la segunda generación de los Ama, más castellanos ortográficamente, y en cuyas venas seguía corriendo ininterrupto y vigoroso, el torrente de los primeros Amatl, antiguos herederos de las enseñanzas de Quetzalcoatl. La coacción del obispo, debíase a los vericuetos de la inquisitoría de la época, que pretendía dificultar la toma de contacto que los sobrevivientes de los rebeldes nonualcos buscaban, con los tatas pipiles, para que el fuego de la rebelión, siguiera ardiendo, aún posteriormente a la derrota que desde yá, se había considerado indefinitiva.

Muchos años después que Anastacio Aquino, caudillo, fuera conducido al patíbulo al interior de una jaula de hierro que escupían y pateaban gentes de buen vestir, propietarios de vastas tierras y palacetes principales de Zacatecoluca y San Vicente; Serafín Tempisque, perteneciente a la segunda generación posterior a la gran rebelión de los nonualcos, fue el único representante de los sobrevivientes que logró enlazar con los pipiles del occidente y pudo relatar para ellos las vicisitudes de las tomas de las cabeceras departamentales, antes mencionadas, el asalto de las respectivas guarniciones militares; después de ello, el repliegue, la traición, el drama de las últimas horas de resistencia en el cerro Tacuazín, y les transmitió oralmente, palabra por palabra, el espíritu de la proclama libertaria de Anastacio Aquino, en donde se anunciaba el fin de la esclavitud; un futuro luminoso para la indiada, tierra para el que la trabaja. Tales fueron los hechos históricos con que la mente de el joven Feliciano Ama, se nutrió, durante las vigilias secretas que los que se intuían de la estirpe de Atonal, (flechador de Pedro de Alvarado y súbdito de Atlacatl) celebraban en la entrañas del manglar, las noches señaladas en el calendario que transmitían por tradición oral, los tatas más viejos de las familias pipiles.

Años más tarde, al pié del volcán Izalco, junto con otros contertulios que habían optado por dar el salto de la teoría a la práctica, sentados alrededor de una fogata, en la que tostaban tortillas de maíz y asaban camarones sacados allí mismo, de los manantiales de Caluco, Feliciano Ama y Farabundo Martí se reconocieron el uno al otro, en el tono cobrizo, en la mirada azabache y en la mutua previsión de la existencia de un camino hacia la emancipación definitiva de los pobres y la reconciliación de las razas del mundo, como lo habían previsto los viejos intérpretes de el "Serpiente con Plumas de Quetzal".

Durante la conversación, Feliciano Ama se dió cuenta que las enmarañadas predicciones de los patriarcas pipiles se veían cada vez más probables. La doctrina de Quetzalcoatl, sólo adquiría nuevas formas en cada una de las eras de la humanidad, pero conservaba su escencia que, en ese momento se revelaba consustancial con la revolución francesa de 1789, así como lo había expuesto Mario Zapata: ”libertad,igualdad, solidaridad"; radical y popular como la revolución rusa de 1917 según lo deducido por Modesto Ramírez. ”Sólo el pueblo salva al pueblo!”, acotó exactamente Alfonso Luna.

La noche de ese día en que, habían los contertulios agotado el tema de "El Materialismo Dialéctico e Histórico", durante el sueño le fue revelado a Feliciano Ama, que la tabla mágica para preguntar a los espíritus sobre el futuro de los pueblos, era ni más ni menos que una solemne estafa. Al amanecer de el nuevo día, en base a lo discutido, llegó a la conclusión que el último capítulo de la guerra con que los terratenientes despojaban a los indios de sus últimas tierras, había comenzado con el anterior presidente Tomás Regalado, quien ordenaba a los notarios escriturar la tierra de los indios a favor de parientes y amigos; y esa guerra se había recrudecido, el día que el subsecuente presidente Carlos Meléndez había envenenado a su huésped, Patricio Shupán, cacique de Izalco, durante un almuerzo al que Shupán había sido convidado "para concertar acuerdos de paz". Feliciano Ama, terminó con ese razonamiento la jornada de discusiones que habían durado un par de días.

Francisco Sánchez se dijo de acuerdo, punto por punto. Farabundo Martí por su parte, se mostró convencido que las masas indígeno campesinas en El Salvador, habían madurado lo suficiente para avanzar en pos de las riendas de su propio destino; que la alianza obrero campesina era posible; que estaba al alcance de la mano.