viernes, 20 de febrero de 2009

En la corte del rey Harald

La crónica ofrecida por F G Bengtsson, propone contundentes pruebas que justo una semana antes de la Navidad del año 999, arribó a las costas de la Isla Saellän, la nave de lineas sarracenas, conducida por un grupo de guerreros vikingos obedientes a Röda Orm (Serpiente Roja). Una nave de aspecto miserable, a punto de zozobrar corroída por las bromas, con algunos remos quebrados y la vela hecha girones por el viento marino. Hacía poco más de dos meses que había bajado por una corriente fluvial ancha y navegable, al este de la península ibérica, impulsada por esclavos cristianos hasta el mar, navegando después a vista de la costa en dirección noroeste, alcanzaron un cabo habitado por tribus salvajes, y al reconocer de nuevo las crestas más elevadas de las montañas cantábricas remontaron en línea recta todas las latitudes que les fue posible hacia el norte, sólamente calculadas en referencia a las constelaciones nocturnas y las evoluciones del sol, porque carecían de instrumentos de navegación. Recalaron brevemente en Irlanda hacia donde sin saber ellos, los había conducido el azar, y las reparaciones hechas allí a la nave, eran parches que no resolvían nada, sino que le acentuaban su aspecto espeluznante enmedio de la neblina invernal y los témpanos de hielo.

Tiempo más tarde, los lugareños relatando los acontecimientos, aseguraban que arribó allí en la ensenada de Köpenhamn, una nave fantasma con una tripulación de fantasmas famélicos.

Echaron el ancla, y amarraron la nave al embarcadero donde atracaban las naves de los súbditos del Rey Harald. Extenuados todos, los remeros (esclavos cristianos) fueron obligados a descansar sentados junto a los remos; los tripulantes vikingos recorrieron las chozas cercanas en busca de agua y comida. Cuando hubieron recuperado alguna energía, ordenó Röda Orm a combatientes y remeros, se aunaran para desembarcar la enorme campana de poco más de una tonelada de peso, de bronce fundido, que venía fletada en la nave. Curiosos lugareños del puerto, se unieron al esfuerzo.

Se formó un hormigueo frenético de gentes que conducían la enorme campana hacia el palacio real. Querían congraciarse los recién llegados con el Rey Harald, que hacía un par de lustros se había convertido al Cristianismo. Nunca habían estado ante su presencia; por supuesto, todos ellos, originarios de Blekinge y Gotland, le aceptaban como su legítimo soberano.

Pero el Rey Harald, no pudo ni quiso recibirlos inmediatamente, a pesar de lo extraordinario del episodio. Aunque nunca se había visto en la corte una campana a la medida de una catedral. La no inmediata aveniencia de parte del Rey, se debía a que se hallaba en plena crisis de dolor de muelas, provocada por el molar superior derecho, cuya infección había comenzado a invadir el maxilar, y había inflamado la hemicara del soberano.

Sin embargo el fraile de la corte, el irlandés, hermano Willibalds, se regocijó en extremo, porque era él, precisamente quien se había comprometido a curar definitivamente el dolor de muelas del Rey, que lo volvía loco de ira, y esa ira, volvía loca y desesperada a toda la corte. Tan astuto como era, proclamó el frailecillo que aquella campana era un envío de la providencia, y que se demostraría en la decisiva influencia que tendría en la cura definitiva del dolor de muelas real.

El hermano Willibalds mandó a eregir dos pequeñas torres de madera, en el amplio interior de la estancia principal del palacio de adobes techado con paja de alfalfa, y sobre un travezaño que unía las torres por su parte superior, mandó a colgar la campana que habían traído Röda Orm y sus hombres. Preparó un mazo de madera fina, pequeño pero muy macizo, puso a calentar al rojo el cincel puntiagudo, de puro hierro que había sido forjado en Malmö (La Isla de Metal). La circunferencia del faldón de puro bronce macizo, quedó a poco menos de dos metros sobre el suelo.

Asímismo, mandó el fraile a colocar el trono regio justo abajo de la campana que colgaba, a la cual le había sido quitado el bandajo para la ocasión, mandó a sentar al Rey Harald a la silla real, le amarró al trono firmemente con un lazo y la ayuda de varios cortesanos. Le vendó los ojos. El Rey consintió de buena gana porque el frayle le había hecho beber previamente veinte litros de cerveza fuerte, y le había prometido que de fallar el método, "el soberano podía disponer de su miserable humanidad, como le diera la gana para ejercer su real descontento". El fraile instruyó a Åsa, la mujer más vieja del Rey, repetidamente hasta volverla experta en dar a morder un tabique de madera al Rey, que le obligaba a mantener la boca lo suficientemente abierta, y levantarle el labio superior, con una astilla de cáscara de abedul impregnada de agua de Kamomill (Campanilla) para dejar al descubierto la muela infectada.

Mandó a colocar el fraile cuatro caudillos con sus hachas de guerra en derredor de la campana, en dirección a los cuatro rumbos cardinales, formando una cruz, con la misión de golpear a rebato la campana en cuanto él colocara el cincel ardiente sobre la raíz de la muela infectada. Estando Åsa a punto con su cometido, sacó el hermano Willibalds el cincel ardiente de la fragua, lo enjuagó en un recipiente con agua fría, y enmedio de la humareda provocada lo apoyó firmemente en el lugar preciso sobre la encía del Rey y le dió un calculado golpe horizontal con el mazo, al tiempo que los cuatro caudillos comenzaron a golpear la campana, enardecidamente, con el reverso de sus hachas de guerra, mientras lanzaban juramentos y maldiciones que no se podían escuchar por la ensordecedora vibración que se desprendía del faldón de bronce. -Gävla Fi Fan! Dra Hélvete! -Dra Hélvete! Gävla Fi Fan! (Diablos cerotes íos al infierno!) -gritaban furibundos, enloquecidsos, embriagados de cerveza, excitados por las ondas sonoras y por lo extraordinario de los acontecimientos.

Sin aflojar la presión del primer impacto, el fraile, inclinó hacia arriba la cabeza del largo cincel de hierro y dió un seguro y definitivo golpe hacia abajo. Cuando el Rey Harald escupió la muela hecha pedazos entre esputos de sangre mandó el hermano Williblads a soltar las amarras que le ataban y a cesar el infernal repique de la enorme campana.

Todos los presentes estaban completamente sordos y el ilustre soberano rodaba por el suelo tapándose la boca con ambas manos, así que los cortesanos y él mismo, apenas escuchaba el bramido estentóreo y gutural que salía con gran dificultad de su propia garganta, profiriendo entre lágrimas y sangre: Qué me habeís hecho frayle del infierno? Te voy a descuartizar Fraile malditoooo!!!. Se levantó como un oso herido y avanzó dando traspiés al fondo del salón en busca de sus armas de guerra. El hermano Willibalds, todos los cortesanos participantes, y hasta el más fiero de los caudillos, se retiraron a una distancia prudencial, hacia las afueras de la estancia para quedar a salvo de la cólera soberana.

Todos miraban con desconfianza y sospecha al frailecillo irlandés, no tanto por el tratamiento dado al Rey de Dinamarca, sino porque a partir del caótico repicar de la campana, habían quedado con un molesto zumbido en los oídos, aunque sentían recuperar la audición paulatinamente.

Al cabo de una hora, salió el Rey Harald tambaleante, desde el interior de la estancia, no traía arma alguna, se sentó sobre la grada superior de la entrada principal del palacio, protejiéndose el carrillo dañado con la palma de su mano enorme, y ordenó a grandes voces que le trajeran una jarra de la cerveza más fuerte para enjuagarse la boca, a lo que el fraile Willibalds asintió con gran alegría de su espíritu. Se había salvado de terminar destazado por las armas reales una vez más!

Tampoco estuvo para inmediatas audiencias el Rey Harald, por lo que fue hasta una semana después de esos sucesos, durante el banquete de Navidad, que mandó invitar a aquellos extraños y leales subditos que le traían a obsequiar una campana gigantesca, digna de una catedral.

Sentados todos los comensales en sus puestos asignados, alrededor de mesas y bancos fabricados con pesados tablones de roble. Mientras el personal idóneo preparaban el servicio, pidió el Rey, con gran humildad y benevolencia a Röda Orm y a su lugarteniente Toke Björn (Oso Indócil), que hicieran su relato, en nombre del grupo de vikingos tripulantes de la palangana recién llegada.

-En la última etapa vivida de el destino que nos ha deparado Odín, primero éramos esclavos y después guardaespaldas del Califa de Córdova, el gran Almansur -dijo Röda Orm mientras Toke Björn asentía y ayudaba a recordar-; en la campaña de asedio que fructificó en la toma del Reino Cristiano de Asturias, tomó Almnasur esta campana de la destruida catedral levantada sobre la tumba de Sankt Jakob, y la destinó hacia Córdova, su capital. El caudillo sarraceno encargado de la derrota de la campana hacia su nuevo destino, hizo un trazo tortuoso que nos llevó hasta el cause del río Miño, que corre hacia el mar bordeando la cara sur de las montañas cantábricas, y como éramos nosotros los hijos de Odín, los únicos que éramos capaces de mover en buen sentido esta mole de bronce fundido con la sóla fuerza de nuestros brazos ayudados de una palanca simple, por tanto allí, por órdenes directas de Almansur, se nos destinó a nosotros, vikingos súbditos de Vuestra Majestad Harald, como tripulación y mando sobre la nave que trajimos hasta tu puerto, oh Rey, y sus remeros, esclavos cristianos tomados en Asturias por Almansur. El itinerario era, en llegando al mar, navegar hacia el sur, rodeando la enorme península que es el reino sarraceno hasta la desembocadura del gran Guadalquivir, el cual remontaríamos cause arriba, porque a sus orillas se tiende la ciudad sarracena de Córdova. Al llegar al punto de reaprovisionamiento, poco antes de llegar al mar, nos encontramos frente a frente con el pelotón de soldados sarracenos al mando de Nabil Hedayat, que cuando éramos esclavos habían dado una muerte injusta a Troke, nuestro anterior caudillo antes de Röda Orm, y como a él nos unía la lealtad de sangre de los hijos de Odín, trabamos combate con ellos, inmediatamente, y después de la refriega, victoriosa pero con pérdidas, continuamos río abajo, para evitar la venganza de Almansur, alcanzamos la costa y nos hicimos a la mar, pero no navegamos al sur, sino hacia el norte, rodeamos la península en el sentido contrario a lo previsto, y cuando estuvimos frente a la cara norte de las elevaciones cantábricas, enfilamos en línea recta hacia el norte; el puro azar nos llevó a las costas irlandesas en donde recalamos para reabastecernos y hacer reparaciones, a la vez que nos orientamos para continuar la ruta hacia tu reino, que es nuestra patria, con la promesa de entregar este trofeo a Vuestra Majestad, Harald, Rey de todo el archipiélago de Dinamarca, Gotland y de Islandia, y sobre la tierra tierra firme hasta Skåne y Blékinge…

Hizo el Rey un ademán inequívoco de pausa hacia los vikingos recién llegados. El banquete de Navidad estaba a punto de comenzar. A una señal del hermano Willibalds, sonó de nuevo la gigantesca campana de bronce, esta vez se hacía sonar por medio de su bandajo, con una cadencia tranquila y espaciada, muy distinta a cuando había sido operado el Rey de su dolor de muelas. Cesó el sosegado repicar, entre el murmullo de asombro de los muchos nobles, guerreros distinguidos y caudillos invitados, recién llegados de todas partes del reino de Dinamarca, muchos de ellos en trineos tirados por caballos percherones, porque los ríos y caminos ya estaban helados. Se irguió en sus dos metros de estatura y su centenar y medio kilos de peso, mesó sus largas trenzas y barbas ya encanecidas completamente, el Rey de Dinamarca, y comenzó el discurso navideño diciendo con voz rugiente:

-Gloria en el cielo y paz en la tierra a los hombres! Ha nacido ya el Rey de todos los reyes del mundo! -Un rumor muy pronunciado en el salón obligó a Harald a hacer una pausa, que no dejó de sorprenderle, pero pronto la multitud de vikingos allí reunidos dió muestras de aprobación. Les parecía bien que hubiese otro Rey por sobre la soberanía de Harald, para que hubiera la posibilidad de una autoridad encima de sus impredecibles y terribles arrebatos de cólera- …Aquél que me ha mandado esta campana milagrosa
para curarme del espantoso dolor de muelas conque me tenía esclavizado Satanás!

Doy por comenzado el banquete de Navidad! Por lo tanto, desde este momento aquí en el salón del banquete queda prohibido toda acción de armas! Derramamiento de sagre!
El homicidio!… A no ser de casos excepcionales que yó el Rey Harald de Dinamarca, juzgase y determinase!!…

-Sea!! Gritó en caos aquella multitud de vikingos enardecidos que ya habían comenzado a vaciar rápidamente los grandes toneles de cerveza instalados alrededor del salón.

-Hoy que vuestro Rey ha aceptado el cristianismo -continuó-, en verdad os digo que allá en lo mas alto del Yggdrasil, ya no estarán esperando por nosotros Odín ni Tor, el del martillo justiciero, sino Jehová y Jesús… -Esta vez el rumor de desaprobación que inundó el gran salón rayó en el desafío y se manifestaron conatos de desorden, pero su Majestad Harald deseoso de no complicar el discurso, se apresuró a añadir-: …es decir, Jehová y Jesús, son los espíritus de Tor y Odín en otros cuerpos!. -Sea!! -gritó la multitud ya medio embriagada, agitando sus jarras de greda repletas de cerveza, y se volvieron a sentar.

-Colocad entonces vuestras armas debajo de la mesa! -ordenó el Rey con voz estentórea - y así lo hicieron los fieros vikingos, sin chistar y con grán estrépito de metales- …y comed y bebed todo lo que podais, porque este es El Cordero de Dios! -continuó el Rey-, pero hacedlo moderadamente, pues recordad: la gula es uno de los siete pecados capitales, y por eso en cada banquete mueren algunos viejos venerables, por el exceso del comer y de beber!…Incluso mi hijo Sven Tvekskägg (Sven Barba Crespa), heredero del trono, ha venido a estas festividades, más que por su fe en Jesús, a esperar que yo muera de un hartazgo, pero prometo que éso nó sucederá!-.
Sven Tvekskägg, ocultó los ojos al interior de su jarra de cerveza sorbiendo un inmenso trago y simuló no haber escuchado.

-Sea!! -volvió a gritar la multitud de vikingos hambrientos que pugnaban ya por arrebatar de las manos lo que llevaban los servidores. El gran soberano de todas las islas de Dinamarca calló, tomó su asiento, y así dió comienzo la celebración de la Navidad en la corte del Rey Harald. El banquete duró cinco días con sus noches. Era el año 999 de la era cristiana. Así sucedió ese año un brevísimo lapso de paz entre los caudillos vikingos, que cuando no guerreaban ante el extranjero, guerreaban entonces entre sí, para la gloria de Tor y Odín, y para escalar de esa manera, más arriba por las ramas de el árbol de la vida eterna (el Ygdrassil), incitados por la visión de las flamígeras crenchas de las Valkirias, libinidosa y guerreras, enmedio del furor, de cada combate librado.

Afuera en la plaza al frente de la fachada del palacio real, la nieve se amontonaba incesantemente y un viento frío que bajaba del norte, formaba torbellinos con los suaves copos flotantes; había un círculo de teas encendidas clavadas alrededor de una conífera gigantesca, símbolo de la vida perdurable.

jueves, 19 de febrero de 2009

Las guacalchías

Parecen parientes del gorrión. Inteligentes, terriblemente precoces. Hacen sus nidos con desechos provenientes de la naturaleza misma y con desechos salidos de las casas de los campesinos. De este modo las guacalchías parasitan al ser humano. Necesitan habitar los alrededores de donde habita el hombre. En la migrancia del campo a la ciudad, siguen al hombre las guacalchías hasta las zonas suburbanas en donde regocijan en los basurales, fascinadas por retazos de trapos, trozos de hilos, plumas de otros pájaros, copos de algodón, materiales sintéticos…, que utilizan para construír sus nidos que finalmente quedan extrañamente abigarrados de basuras diversas.

Su plumaje es tono amantequillado, y la cabeza marrón oscuro. El marrón de la cabeza baja listado por la espalda, hasta el timón.

Antes de Pedro de Alvarado, por donde quiera que iba Tlazolteótl( 1*) , (la que come inmundicies), le acompañaba una corte de fieras y pajarracos diversos dispuestos en círculos concéntricos de los cuales, el centro, ocupaban el zopilote, el coyote, y el cuervo. Las guacalchías ocupaban la periferia de los cortesanos de la diosa comedora de suciedades, reina de los basurales. Los pueblos nahuas desconfiaban de las guacalchías, por parlanchinas, alborotadoras y burlescas.

Aprovechan su vuelo versátil, para espiar a la gente hasta en sus actitudes más íntimas, y arman en las situaciones, para ellas jocosas, un alboroto muy grande, similar al que podría armar una pandilla de rufianes en una calle sin ley, acosando a los transeuntes con estridentes carcajadas. El objetivo preferido de estos menudos pajarracos son las mozuelas y las mujeres hermosas, pero en general se burlan de todos los seres humanos sin distingo.

Si sorprenden a alguna mozuela en su desnudez, arman un bullicioso caos con el objeto de avergonzarla. Otras veces al efebo, al mozo, al viejo o a la vieja. Tenaces las precoces en su vandálica labor, organizan sus chillidos a manera de dos o tres voces de un fatídico coro, para repetir; unas, burlas semejantes a consignas de una barra profesional de agitadores; otras, formando un marco de risas desaforadas, aparentemente caóticas, y sin embargo perfectamente armonizadas.

Los viejos de raigambre indígena, mientras se dejan marchitar por el paso del tiempo, meditan sobre lo que va desapareciendo en la ruta que lleva el que fue jardín de Cuscatlán; la debacle ecológica a que le empuja la `era post Pedro de Alvarado´(2*). Opinan que la precocidad de las dichas aves es tal que igual que los indios, ellas también olvidaron su lengua materna y aprendieron a hablar español. Otros de esos viejos, opinan que las guacalchías son bilingües y su propio lenguaje es precolombino. Ambas tendencias coinciden en que si bien no son exactamente pájaros de mal agüero, sí se les considera entrometidas y peligrosamente indiscretas, generadoras de mortales rencillas entre los humanos.

A las niñas que juguetean en los ríos, las guacalchías suelen lanzar comentarios mordaces. La inocencia impide, sin embargo, a las chicas entender qué es lo que las guacalchías quieren decir. A veces les gritan entre carcajadas: -ja ja ja ja ja já! Chichitas de jocote! Chichitas de jocote! Chichitas de jocote ja ja ja ja ja já !.

O las increpan del siguiente modo: -mirá, mirá, mirá… Chichitas de jícama! Chichitas de jícama! Chichitas de jícama! Ja ja ja ja ja já!

A un gañan pendenciero, para mortificarlo, las guacalchías pueden espetar: -ja ja ja ja ja já! Jodió jodió jodió! Pijita chiquita! Pijita chiquita! Pijita chiquita! Jodió jodió jodió!… Pijita chiquita ja ja ja ja ja já! Jodió jodió jodió!

Otras veces puede acosar una vieja, de la siguiente manera: -ja ja ja ja ja já! Jodió jodió jodió! Vieja chiches de paste! Vieja chiches de paste! Vieja chiches de paste! Mirá mirá mirá… ja ja ja ja ja já! Jodió jodió jodió!

El "nene Godoy" se ahorcó, quizá no atormentado, pero sí mortificado, por haber participado en el tormento y muerte que los escuadrones de la muerte dieran al matemático Gilberto Baires –ex alumno de la Universidad de la Sorbona-.
Le decomisaron a Godoy las armas que portaba y suspendido el sueldo, por frecuentemente escandalizar, ametrallando con un fusil G-3 toda bandada de guacalchías que se cruzaba a su paso.
Las parlanchinas alertaban su presencia chillando: -Mirá que cabrón! Mirá que cabrón Mirá que cabrón!…. -luego de una breve pausa en que parecían ordenar el coro, los pájaros soltaban sus voces al unísono-: Cerote maldito! Cerote maldito! Cerote maldito! Ja ja ja já ja já! Cerote maldito! Cerote maldito! Mirá que cabrón! Mirá que cabrón! Mirá que cabrón! Ja ja ja ja ja já!

El mentor de "el nene Godoy", sin embargo, el viejo Ulf Hermman quien erraba por el mundo desde que las tropas soviéticas entraron en Berlín, y quien desapareció de El Salvador desde que sus aberraciones homosexuales y pedofílicas causaron escándalo entre sus mismos protectores, parecía afectarle en nada que las guacalchías cada vez que se aventuraba él a las afueras del perímetro urbano le acosaban en corro: -Mirá mirá mirá! Que viejo culero! Que viejo culero! Que viejo culero! Jodió, jodió, jodió! Que viejo culero! Que viejo culero! Ja ja ja ja ja já! Jodió, jodió, jodió!

El viejo militante de las juventudes hitlerianas, se desatendía por completo de tal acoso, talvez por no dominar el caló de las parlanchinas, sin embargo los pobladores más precavidos, prevenían a sus hijos menores a mantenerse alejados de el viejo Ulf Hermman, cuyo rostro bonachón de ojos azules, atraía especialmente a los niños de corta edad.

Tlazolteótl, la diosa que come inmundicias aún protege a las guacalchías, sus cortesanas, provocando paperas a todo aquel que ose hostilizarlas lanzándoles pedradas.

Según la tradición defendida por las viejas indígenas, la misión de estas aves es poner en evidencia a las muchachas y los mancebos que sucumbiendo a la tentación de la carne, a los embates de la líbido; se han entregado de lleno a los escarceos amorosos. A según, cuando el muchacho o la muchacha ha perdido la virginidad, es cuando sus oídos se abren a entender los burlescos versos de las guacalchías.

Cuando descubren una pareja en el acto del amor, generalmente estos pajarracos observan y murmuran muy quedamente. Es hasta después de la consumación del hecho, cuando las parlanchinas avecillas estallan en estruendosas carcajadas, ordenando a la vez su coro para chillar: -Ja ja ja ja ja já! Mirá mirá mirá…Culióco nelcúlo! Culióco nelcúlo!Culióco nelcúlo! Ja ja ja já ja já! Culióco nelcúlo! Culióco nelcúlo! Culióco nelcúlo! Mirá mirá mirá! …Já ja ja ja já já!

Esa burleta, para dos amantes sorprendidos en el acto, podría causar el mismo efecto de la voz que oyeron Adán y Eva aquel aciago momento, y que les interrogó: -Qué habeis hecho? Acaso habéis comido del fruto prohibido? Tal efecto podría ser mayor en los amantes cuyo acto es ilícito. El hecho es que perdida la virginidad de la carne se pierde además la virginidad del oído; entonces se es sensible a las mordaces voces de estos pájaros.
Cuando presa de indignación un muchacho o una muchacha lanza piedras a las guacalchías, los viejos más viejos de los pobladores que conservan aún algunos retazos de sabiduría nahua, sonríen maliciosamente, sabedores de lo que se trata, y sabedores que al hechor le atacarán las paperas.

Allá en el Plan del Pito, Ernestina Manrique vio rondar al gañán Lino Garay, atisbando sospechosamente hacia adentro de su humilde casa; luego se situó el chabacán a una distancia prudente y lanzaba silbidos prolongados y espaciados, aparentemente, al aire. Quiso alertar a Rosalba, su hija, por si el gañán pretendía robar alguna gallina, pero se dio cuenta que Rosalba no estaba en casa. Volvió la vista hacia donde se situaba el intruso, pero éste había desaparecido. Mas tarde, poco antes que cayera el atardecido, mientras costuraba unos trapitos, Ernestina observó que llegaba Rosalba de la calle.

Abatida por la crónica crisis de la economía, la única hija de Ernestina estaba ya pasándose de madura, a tal grado que el vestido que utilizaba parecía haber sido confeccionado para una talla menor, y la turgencia de sus pechos amenazaba vencer unas costuras cada vez más precarias. Rollizos y bronceados muslos sobresalían poderosamente bajo los pliegues de su falda que ya no tenía ruedo, y se movían al caminar, con el nervio de las potrancas de paso fino.

Ernestina la vió agitada, tomándose el pelo entre ambas manos para colocarse un prendedor. Rosalba se dirigió directamente al lavadero de los trastos de cocina que estaba colocado en el pequeño patio de la casa, cerca de un limonero y una mata de izote, con intención de poner mano a la tarea que tenía pendiente. La escena era de lo más normal, porque Ernestina estaba acostumbrada a que Rosalba fuera por allí a cuchichear con las amigas antes de lavar los trastos de cocina. Pero ese día en ese escenario de todos los días, hubo un entreacto tan inesperado como novedoso. Por lanzar una piedra hacia las ramas del limonero, Rosalba perdió el equilibrio y en eso, golpeó con el brazo el montón de trastos que estaban acumulados. Éstos cayeron al suelo con gran estruendo.

-Que hacés muchacha!? -le gritó Ernestina desde la ventana.
-Es que esos pájaros malditos están diciendo vulgaridades enfrente de mí, allí en el limonero! -le contestó Rosalba mientras recogía los trastos.
-Qué pájaros?
-Esas guacalchías hijas de puta! -contestó.

Ernestina asomó la cabeza por la ventana. Alcanzó a oír a la parva de guacalchías revoloteando sobre el limonero carcajeándose a todo pulmón: -Culióco nelcúlo!Já ja ja ja já! Culióco nelcúlo! Mirá mirá mirá! Culióco nelcúlo! Ja ja ja ja já!….

Asomaron grandes lágrimas a los ojos de la mamá de la chica, y rodaron sobre sus mejillas. Se interrogó, qué hubiera pasado si Cresencio, el padre de Rosalba estuviese vivo? Seguramente hubiese agarrado el machete para ir en busca del autor de la deshonra! Pero ella Ernestina tenía otra psicología, la psicología femenina, más solidaria con las debilidades de la carne; lo que verdaderamente le preocupaba era que muy pronto quedaría sola, enmedio de la gran pobreza, en aquella humilde casita del Plan del pito, y la vejez cada vez más inexorable y despiadada, tan despiadada como la era del `gobierno de los mercaderes venidos allende de la mar´(2*).

-No me perdonarán que no haya cotizado nunca al Fondo de Pensiones! -decía para sus adentros, mientras se secaba las lágrimas con la punta del delantal. En un intento por consolarse, seguidamente razonaba: -De todas maneras en el momento menos pensado banqueros y políticos roban a lo descarado y dejan a los cotizantes silbando en la loma…!

Le invadía una sensación de animal acorralado que le empujaba peligrosamente a incoherencies de la mente. Las incoherencies le hacían olvidar el rosario de letanías que había aprendido desde su temprana juventud. Comenzaba a rezar las letanías y de pronto se le olvidaban. En ese vacío, suspiraba y tarareaba entre dientes, la misma tonada que había aprendido de su abuela:…-Cuando yo me muera quién me enterrará? Solo las hermanas de la caridá…!

Terminada la labor de lavar los trastos, entró Rosalba diciendo: -Ay mamá, me duele la garganta, creo que me van a dar paperas!(3*).



(1*) En aquel tiempo, apiadose Tlazolteótl de los nahuas, que peligraban perecer sepultados por las propias excresencias que producían en su vida cotidiana. Entonces decidió la diosa alimentarse de las inmundicies que se acumulaban en los alrededores de los poblados nahuas, para que éstos a continuación, cultivaran los hábitos de higiene y la profilaxis social. Tiene Tlazolteótl de corte y vasallos a todos los necrófagos y coprófagos de la naturaleza.

(2*) Ciertas versiones aseguran que videntes nahuas aún subsisten vagando sin rumbo, confundidos entre los indigentes del campo y la ciudad, o yaciendo en rincones olvidados del sistema penitenciario y de los hospitales psiquiátricos. Según ellos, la época comenzada con la llegada de Pedro de Alvarado, es llamada la "era de los gobiernos de los mercaderes venidos allende de la mar"
En ésta época, el que un día fuera valle de"Cuscatlán", jardín preferido de los dioses, después de múltiples y sucesivas crisis, caería finalmente en la debacle ecológica, víctima de la ambición desmedida de autoridades oligarquizadas, depredadoras, corruptas e incultas; cabalgarán sobre el ya marchito jardín de Tlaloc, los jinetes del apocalipsis, para dar paso a un desierto hostil habitado de alimañas venenosas.
Ésto si no antes, una reacción generalizada absolutamente de todo hombre mujer y niño, sin excepción alguna, coordinadamente, de buena fe y sin hipocresías políticas de ninguna clase, es capaz de evitar el desastre.

(3*) ”Paperas” es otra forma de nombrar la Amigdalitis, que en los territorios donde ejerce su influencia la diosa Tlazolteótl, ataca despiadadamente a quien lanza piedras o insulta a las guacalchías.

domingo, 15 de febrero de 2009

Delirio de persecución

Quiso Francisco Esquivel, verificar personalmente si el azotado se daba por escarmentado. –Matadme por piedad! Os lo pido! Pero no me hagais esto! –clamó antes del suplicio ese hombrecillo ahora tirado en el suelo, la espalda en carne viva, ojos cerrados, gimiendo pero sin llorar. De pie, Esquivel le ordenó que abriera los ojos, para que le dijera frente a frente, si en adelante atendería la ley.

De ordinario Lope de Aguirre era un hombre, si no amable, considerado y respetuoso hasta con indigentes, negros… indios.... Dos cosas le hacían brillar las pupilas de furor: la ruindad en el hombre, y las injusticias.
De quienes vieron alguna vez encendidas las pupilas de Aguirre, unos decían haber percibido la mirada de San Miguel; otros habían percibido la mirada de Satanás.

Abrió los ojos el azotado. Esquivel retrocedió espantado.

El alcalde de Potosí doblaba en peso y estatura al bajo y enjuto Lope de Aguirre. Pero cada músculo de las pocas carnes de Aguirre era una fibra tendinosa, cuya resistencia y reflejos, habían sido templados bajo ardientes soles e inviernos fríos, tumbando árboles, izando o corriendo velámenes de naves inmensas, devorando distancias a paso impetuoso, domando caballos garañones, o combatiendo bajo el pendón del rey. No se conocía a nadie que fuese capaz de hacer cimbrar la espada empuñada por la mano de Lope de Aguirre.

Francisco Esquivel no sabía lo que era la fatiga bajo el sol, la lluvia o la nieve; tampoco su mano acostumbraba empuñadura alguna. Eso sí, a pesar de su vida sibarita, conocía el secreto de juntar todo el peso del poder y de la ley, para lanzarlo como se lanza un mortífero halcón, hacia un objetivo determinado. Aplicaba el terror en el castigo, porque no hay método más eficaz, que el ejercicio de la tiranía, para mantener el orden alrededor de aquella montaña de plata perteneciente al rey de España; asediada por centenares de bandidos, indios y contrabandistas.

No pretendía, exactamente, el alcalde, interrogar al penado; sino, que éste reconociera el inequívoco rostro del poder del Estado y de la ley.
Nadie es capaz de explicar, el porqué los tiranos necesitan auscultar el fondo de los ojos de los torturados.

Ante las pupilas de Aguirre, perdió el habla el alcalde. Intempestivo, dio media vuelta para buscar como desesperado, la salida del reclusorio sin pronunciar una sola palabra. Intentaba, pero no podía hablar. Se dice; fue en este momento que le atrapó el extraño delirio que padeció en adelante.

Llegó a casa, buscó como un poseso a Rosario, su esposa. Cuando la encontró se abrazó a ella llorando. Sólo así pudo de nuevo articular palabra.

Con la devoción que le profesaba, escuchó la mujer atentamente una larguísima sarta de incoherencias que trataba inutilmente de ordenar mentalmente su marido.
Cayó la noche, vino la madrugada; llegó la hora que el alcalde debía estar en su despacho, pero él seguía tratando, ya inútilmente, de darse a entender por su esposa. Al volver a caer la noche, ambos eran presa severamente del delirio de persecución. Esa misma noche mientras el alcalde redactaba su carta dimitoria, instruía Rosario a la servidumbre, en cuanto a empaquetar todo lo empaquetable; disponer todo lo transportable. En término de días, los esposos Esquivel, abandonaban Potosí con rumbo desconocido.

También en secreto entraron en Lima, y en secreto recibieron asilo en el convento de los Dominicos. Pasado un tiempo, saliendo de misa un Domingo de Ramos, repararon los Esquivel en un hombrecillo bajo y esmirriado que les miraba fijamente, confundido entre los feligreses. Al cabo de la semana mayor, agradecieron el asilo recibido, partiendo al siguiente día entre las sombras de la madrugada.

En Cajamarca tomaron en alquiler una villa y se entregaron al comercio de la lana. Conversaban, cierto día, después de almorzar, sobre el negocio. Vino hacia ellos la sirvienta, pidiendo autorización para dar algo de comer a un pobre hombre, bajito y pálido que había llamado, hambriento, a la puerta.
Dos días después, estaba todo a punto para partir, y partieron.

Se desató sobre Quito un aguacero torrencial. Asomaron al balcón de su nueva casa, los Esquivel, a contemplar la lluvia. Enfrente, al otro lado de la calle, protegiéndose del agua bajo la cornisa de un zaguán y de un sombrero de alas anchas, estaba parado un hombrecillo que auscultaba fijamente hacia la casa, como queriendo descubrir sus puntos vulnerables.

Asegura don Miguel Otero Silva, que poco tiempo después de ese episodio, llegaron los Esquivel al Callao, dispuestos a poner el océano de por medio. A punto de partir la nave, se fijaron que un marinero bajito, más huezos que carne, llevando un sombrero de alas anchas igual al del hombrecillo de Quito. El marinero simulaba atender su oficio, pero en realidad observaba detenidamente, cada uno de sus movimientos.
Tuvieron que pagar compensación al capitán, por el atraso causado al tener que desembarcar lo ya estibado de manera imprevista. Se les negó además la devolución del monto de pasajes y fletes, previamente cancelados.

Se dirigieron a Cuzco.
Los entendidos aseguran, con razón, que en el culmen de el delirio de persecución, igual que el pajarillo hipnotizado por la serpiente, se entrega el delirante, por fin, al abrazo mortal del que tanto ha huído. En Cuzco está la casa de Lope de Aguirre, a quien apodan `la cólera de Dios´.

El día que Francisco Esquivel, fue encontrado por su esposa Rosario, cosido a puñaladas sentado al escritorio, en su propia casa de Cuzco; cumplíanse tres años y cuatro meses de que el azote número doscientos, caía sobre la espalda de aquél hombrecillo bajito y enjuto en Potosí. Circuló por todo Perú, un bando real con precio a la cabeza de Lope de Aguirre.
Los viajeros que bajaban ese día por el rumbo de Charcas, dijeron haber visto un hombrecillo bajito y enjuto, caminando hacia el cerro del Cóndor, donde se refugian los renegados huídos de la justicia. Llevaba en sus manos crispadas, el estandarte negro de los enemigos del rey.