lunes, 16 de marzo de 2009

Trilogía en los senderos de Eduardo Carvajal

El auge experimentado por el texto ideológico político, sucedido en América Latina y Europa, como rebufo de la revolución cubana y fermentado por la guerra de Viet Nam, estuvo protagonizado por una intelectualidad de la que al entrar a los años ochenta del siglo pasado, la parte europea, cae en cierta crisis existencial, personalizada en Regis Debray y Louis Althusser.

Por el contrario, al sur del Río Bravo y a lo largo de la Cordillera de los Andes, la intelectualidad revolucionaria manifiesta un mayor y más radical involucramiento combativo. En consecuencia, los años setenta y ochenta son años de ardua lucha popular en América Latina.

El pulso parece, sin embargo, ganado por el establecimiento, pues a partir de la década de los noventa, y a punto de cumplirse la primera década del siglo XXI, contadas excepciones, los intelectuales revolucionarios, a ambos lados del Atlántico se debaten aún ante el dilema de ser o no ser, ante el derrumbe de la URSS, y desde que Deng Xiao Ping lanzara la consigna: `Enriquecerse es glorioso´.

Había una corriente en los años setenta -ochenta: la de los manuales y cuadernillos, que tenían como propósito, traducir el marxismo a un lenguaje asimilable para las masas de obreros, campesinos, y desclasados de América Latina.

Era la reedición de la epopeya de Prometeo: aventurarse hasta las regiones olímpicas, robar un poco de fuego y obsequiarlo a los simples mortales para liberarlos del frío y la miseria.
El viejo Lenín, se refería a los jóvenes que acometían esa ardua tarea en la Rusia helada e implacable del tiempo de los zares: `los estudiantes, juegan el papel de llevar briznas de materialismo dialéctico a los obreros. Con esas briznas los obreros harán la revolución´.

Los años setenta-ochenta en América Latina fueron cruentos, y en ese fragor, en que las fuerzas de la contrarevolución, derrocaban presidentes, aniquilaban pueblos, encarcelaban intelectuales, incendiaban imprentas y bibliotecas…, los manuales y cuadernillos de educación obrera, llegaron a desaparecer del panorama.

Pero los sistemas volcánicos generan erupciones o despiertan de su letargo allí donde menos se espera, y a la vuelta de treinta años después, que los cuadernillos de alfabetización de Paolo Freire y los cuadernos de educación política de Marta Harnecker, fuesen obligados a desaparecer, volvemos a redescubrir esa corriente perdida en ciudad Västerås, Suecia , en la suerte de tesis-ensayo en que un profano clasificaría el libro, “Cuadernos y senderos” cuyo autor, Eduardo Carvajal, viene de ser una de las innumerables víctimas de Augusto Pinochet.

Eduardo Carvajal, escritor autodidacta, obrero del pan, ex marinero y ex boxeador, si en su etapa formativa – se nos ocurre–, no tomó contacto con la escuela de Recabarren, seguramente fue por falta de oportunidad y no por deasaveniencias ideológicas irreconciliables

El sistema ideológico del materialismo dialéctico forma en Cuadernos y Senderos, de Eduardo Carvajal, una férrea trilogía con la Pedagogía del Oprimido, formulada por Paolo Freire, y la Teología de la Liberación.

En el fondo de todo esto, se manifiesta un drama de la vida real: el drama de la antorcha de Prometeo extraviada y reencontrada. El drama de la bandera roja olvidada en campos desolados por la desesperanza; enseña rescatada y vindicada por el ánimo de un viejo proletario que ha sobrevivido, despúes del genocidio y la diáspora, a la debacle del `socialismo real´, y a la crisis existencial del intelecto revolucionario.

La tarea es ardua, y no es para menos. Desde el punto de vista literario, la tesis-ensayo de Eduardo Carvajal es quijotesca: Don Quijote, reescribiendo los cuadernos de la trilogía que conmocionó hasta la esquizofrenia a las oligarquías criollas de América Latina y al imperio del norte en toda la segunda mitad del siglo XX: materialismo dialéctico, pedagogía del oprimido, teología de la liberación.

Este eterno Don Quijote del taller experimental de la literatura (Eduardo Carvajal) está convencido que esa trilogía, para él, bandera, antorcha, sendero, es necesaria, tiene plena vigencia para el siglo que recién comienza, que no debe de morir, antes bien tiene que ser fuego y alumbrar. Además, como los estudiantes, hay que llevar briznas hasta los obreros para protegerlos del frío espiritual. Para eso empeñará todas las energías que su octogenaria humanidad pueda tener en reserva y no escatimará sacrificio alguno en el fragor de la contienda. Caballo no le falta, aunque ya no es rocinante, sino de fierro, tres velocidades y herrumbrante. Su Dulcinea (la señora Graciela), le espera con paciencia, avistando el horizonte, a medida que se apaga el día.

Llega él hasta ella y se sienta a su lado. Invariablemente la conversación gira alrededor de los tiempos que se fueron. De cuando cruzando el Atlántico, desde su penoso peregrinar a través de América Latina, se establecieron en Norra Gryta. Ahí, Eduardo Carvajal, recomenzó la lucha; abandonaba la cama entre las sombras de la madrugada, salía a la calle, lanza en ristre, y regresaba acompañado por las sombras del atardecido. La señora Graciela, al verlo llegar después de cada jornada, escanciaba para él, un vaso de vino tinto para que restañase las heridas del combate cotidiano. Después le servía, la cena, y a él, igual de cuando en Chile, siempre le pareció que en el plato había comida y jazmines.


Epílogo
`Cuadernos y senderos´de Eduardo Carvajal, fue acogido con general entusiasmo y las inevitables envidias, por la intelectualidad hispanohablante de Västerås. Entre éstos ha circulado profusamente un sólo ejemplar en forma de manuscrito. En la peña `Poetas del Mälaren´ esta obra quijotesca es considerada ya un clásico de las letras hispanas que se cocinan localmente a fuego lento.
Poco más de una década hace que `Cuadernos y senderos´, luego de la enésima revisión, llevada a cabo por el mismo autor, está listo para la imprenta, y si estas manuscritas páginas aún no ha sido pasto de las rotativas, se debe, no a otra cosa que a la sospechosa dejadez de las casas editoras, fascinadas acaso por los cantos de sirena del neoliberalismo, o por el cuento falaz que la historia ha terminado.