martes, 23 de junio de 2009

Amaguaña, Cacuango, Benedetti

La estrella del premio Eugenio Espejo, que se concede en Quito a luchadores sociales, estuvo ausente del acto. Los brindis de la fiesta hicieron que nadie, excepto Diego Montenegro, periodista, se preocupara demasiado.
Subió Montenegro sesentiseis kilómetros faldas arriba del Cayambe. En la Chimba encontró a Tránsito Amaguaña tomando el sol afuera de su choza.
Los kechua, muestran consideración a un anciano pobre, mediante una hogaza de pan.

–Porqué no me trajiste pan? –preguntó la anciana artrítica. Luego explicó–: La invitación vino muy tarde, y no preguntaban, si sería yo capaz de andar hasta Quito como cuando la lucha sindical; o si tenía dinero para pagarme un pasaje de bus.

El periodista se ruborizó, pero las preguntas continuaron. Una vez más, tuvo oportunidad, la anciana, de repasar los acontecimientos memorables de su vida.

Gran parte de la cosmogonía kechua mantendrá su carácter oral hasta la consumación de los siglos, accesible sólamente para quien masca la hoja de coca con el estómago vacío. Se explica entonces que entre los kechua, los más pobres sean los más sabios. Es la única forma de preservar la tradición oral en su estado puro. Aquí se establece que el infierno y la paz son períodos transitorios alternantes en el tiempo. Que en las entrañas del infierno anida el germen de la lucha entre el bien y el mal. Es hasta que vence el bien que sobreviene un período de paz. Esta victoria sólo es posible mediante la lucha despiadada, como la que elevó a Inti, al trono de los dioses.

Comenzó por recordar, Tránsito ante el periodista, que aquel señalado día, la reunión hubiese terminado a una hora prudente, y ella, hubiese podido regresar a su choza con las primeras sombras del atardecido; pero el carisma y los argumentos de Dolores Cacuango, mantuvieron en vilo a los sindicalistas durante toda la noche.
Regresó, de madrugada, sola, entre el valido de las alpacas, ladeando las estribaciones del Cayambe. Masticaba hojas de coca para combatir el hambre. Caminando, dedicaba un pensamiento a su hijo muerto, y a sus dos hijos vivos que eran la esperanza. No le preocupaba haber estado ausente de la familia la noche entera, porque al salir había dejado en el hornillo, una tinaja rebosante de gazpacho. El pensamiento que más ocupaba su mente, mientras caminaba, era el de trastocar su infierno personal hacia un período de paz.

Viéndola acercarse con pasos apresurados, –aquí estás puta desgraciada! –le gritó el marido desde el umbral de la choza– Dónde has estado? Putiando toda la noche?
No eran los celos que le impulsaban a gritar a su mujer de esa manera, sino la borrachera.

–Aguarda! –contestó sin detenerse–, arreglemos ésto sin necesidad de asustar a los niños!

Por toda respuesta el hombre se abalanzó hacia ella intentando afianzarla del pelo. Tránsito dio un paso atrás, el agresor manoseó el aire y cayó de bruces sobre el suelo. Se puso de pie y volvió a arremeter. Se liaron a trompadas. En el fragor de la batalla decía ella jadeante:

–Se llegó el día que tengo que saber qué clase de bestia eres! Eres mi marido o no eres mi marido? Soy yó tu mujer o no soy yó tu mujer? Merezco o no merezco respeto? Me matas tú o te mato yó, carajo!

–Si mueres, mueres en mis manos! –decía él.

–Si me matas, en tus manos he de morir! –replicaba ella, sin aflojar las trompadas, los arañazos y las patadas.

La batalla se prolongó todo el día y toda la noche. Acordaban treguas sólo para beber agua. Al atardecer del siguiente día habían las acciones amainado por agotamiento, pero la lucha continuaba inexorable. Los contendientes estaban exaustos y sangrantes; los moretones, cubrían el cuerpo a ambos. Los niños lloraban de hambre y miedo.

Según la tradición kechua, al atardecer del segundo día de irresoluta batalla marital, se hizo presente la comunidad en pleno. Los más ancianos juzgaron y emitieron su veredicto. Dieron de comer a los niños; hicieron dormir a los esposos en chozas separadas. La madrugada del día siguiente, el marido de Tránsito, con sus pertenencias al hombro, abandonaba la choza gritando: –Ahi te quedas vieja puta, por comunista!

En el período de paz que sobrevino, iban y venían Tránsito Amaguaña y Dolores Cacuango por la Pichincha y faldas del Cayambe. En esas idas y venidas, encabezaron veintiseis marchas sobre Quito. Libraron incesantes combates contra el acial, el garrote y las jaurías de perros de los hacendados, contra las marcas patronales en las carnes de los indios.
Pisambilla, Cariacu, Paquistancia, Mayurco, Cahupi, San Pablo, Pesillo, La Chimba, fueron testigos del nacimiento de El Inca, Tierra Libre, Pan y Tierra, sindicatos agrícolas. Después de éstos vieron nacer, la Federación Ecuatoriana de Indios, la Federación de Trabajadores Agrícolas del Litoral, y cuatro escuelas bilingües para niños y adultos de La Pichincha.

No eran, la Cacuango y la Amaguaña, ajenas al asecho de la tentación. Se les presentó en la quebrada de Yanahuaico, en la figura del cura de Cayambe. Les alargó el brazo con un fajo de cincomil sucres. –Tomen ésto y vuelvan al pacífico quehacer de sus hogares –les dijo el cura.
Ellas se tomaron de la mano y corrieron alejándose. Atrás resonaba la maldición del ministro de Dios: –Malditas brujas comunistas! A vosotras no es el reino!

Habrían de dar un salto las dos mujeres. Dolores Cacuango buscó estribaciones más altas de la cordillera. Tránsito Amaguaña cruzó el mar de las Antillas, a enlazar con el Che Guevara. Cruzó el Atlántico a contactar los soviet obreros y campesinos. Regresando, fue apresada y torturada, conminada a entregar las armas soviéticas que seguro traía consigo….

El periodista regresaba a Quito, con una buena historia que contar. No trajo pan, pero obsequió a la anciana un poemario de Mario Benedetti. Desde que leyó esos poemas la vieja, soñaba que la muerte en forma de poesía vendría a llevarla.

Sucedió al revés. Un domingo de mayo, durmió para siempre Tránsito Amaguaña, un domingo después hizo lo propio Mario Benedetti.