viernes, 10 de julio de 2009

La ballesta

Alguien le había jugado una mala pasada a Klaussen.
Su profesor de economía? Este aseguraba que el capitalismo goza de buena salud y larga vida.
Su amigo Otto? Este le demostró con hechos que Estados Unidos es mucho mejor que Alemania para hacer fortuna.
El engaño de su empleador era el más evidente. Le hizo firmar contrato individual, para alejarlo del engorroso contrato colectivo. Ahora se encontraba en el paro y sin protección sindical.
Se habría engañado a si mismo para echar la culpa de su fracaso a la recesión de la economía?

Tomó una cerveza, se sentó en el sofá, a meditar la idea de regresar a Alemania. Pensaba mejor bebiendo cerveza y viendo televisión al mismo tiempo. En cualquier dirección que dirigía su pensamiento, el panorama era nebuloso.

Encendió el aparato. El corazón le dió un vuelco. Como por magia, apareció en la pantalla un destello de esperanza. Era la primera vez que veía esa imagen despierto. Antes la había visto en sueños. La reconoció en seguida. Era ella! Los mismos ojos, el mismo pelo, la misma voz, las mismas maneras, la misma inocente coquetería! Y sobre todo tan necesitada de un salvador. Despertó un espontáneo enamoramiento que dormía en él aletargado.

En el transcurso del drama televisivo, reparó Klaussen que la angelical chica era centro de un laberinto de pasiones a causa de su mismo carácter ingenuo, liberal, desenfadado. Confiaba en todo mundo, hasta en los hombres más mal plantados; en consecuencia, amigos, y hasta parientes la hacían objeto de sus fantasías sexuales y conspiraban para poseerla.

Sintió un arrebato de celos. Entendió que la chica no sólo despertaba en él amor. El amor le conducía a la pasión, la pasión a la frustración celosa. Entre la frustración y el odio hay una leve frontera. Otras veces no la hay.

`Sólamente hace falta en ella, un poco del carácter renano, para ser perfecta. Sangre fría para todo, hasta en los momentos más emocionales. Absoluta desconfianza ante el forastero´.

La frustración aconsejó a Klaussen apagar el aparato, para no ver a la mujer de sus sueños coqueteando con los mismos que la acosan. El amor y la pasión se lo impidieron. Son cosas de la actuación escénica! Es posible que en la vida real ninguno de esos tipos tenga nada que ver con ella. Hasta es probable que los odie!

Klaussen esperó que finalizara el capítulo del serial, para enterarse del nombre de la actriz. Anotó en un papel y luego buscó ese nombre en la red Internet. Mientras buscaba, el corazón le palpitaba con fuerza. Pudo dar con la compañía para la que actuaba, teatro y horarios en donde protagonizaría en vivo durante toda una temporada, un drama de Tennessee Wiliams. Encontró incluso el correo electrónico de la joven

Después de varios intentos vía ordenador, pudo establecer contacto con la actriz. Le envió su fotografía y una apasionada carta en donde le preguntaba, qué le parecía la idea que un admirador suyo viajara desde Estados Unidos a España para verla actuar en vivo, estrechar su mano y depositar un beso en su mejilla.

Semejante aventura, significan puntos en el currículo de una actriz. Ella respondió, positivamente y halagada.

Antes de regresar a Alemania, a su viejo oficio de vigilante privado, envió Klaussen los primeros regalos, a los que adosaba cartas cada vez más declarativas a la joven. Eran regalos baratos; la crisis no permitía más. Cómo una criatura tan angelical no podrá entender la situación?

Cartas y regalos continuaron desde Kusel, Renania palatina. El detallismo, el rigor de la metodología, la mística supersticiosa, empujaron a Klaussen, ya en Madrid, a buscar un hospedaje en la calle Ballesta. Desde aquí recomenzó el envío de rosas y cartas. Pedía el enamorado a la actriz, le permitiera acceder a su camerino, luego de pasada la actuación. –No en el camerino; sí en el vestíbulo –contestó la carismática criatura.

En el drama de Williams, interpreta la chica, una adolescente dedicada a la travesura de seducir a un viejo obispo anglicano en grave crisis existencial. La perfección de la interpretación arrancaba grandes elogios de la crítica y del público. En Klaussen, sin embargo, hubo un arrebato de frustración que quedó oculto bajo su gélido carácter renano. La pasión amorosa le aconsejó sacar a su amada de ese mundillo tan falaz e hipócrita, que en aras de el arte y de ganar el pan, frecuente media el acto sexual, y sabe Dios si es real o fingido!

Finalizado el acto, –un admirador quiere verte –dijo alguien a la actriz. Fue hacia él. En las fotos mandadas no se veía mal, pero había algo en su fría mirada, en el tono de su voz… En fin, no era su tipo. Agradeció el ramo de rosas. Leería la carta en casa. Aceptó le acompañara a celebrar con sus colegas el éxito de la jornada, a la manera de la farándula, en un bar de copas. Y aceptó entregarle el número de su móvil. El le declaró su amor desesperado.
Ella respondió con desenfado: –Ya se te pasará. En el mundo de la actuación, suele suceder.

La escena celebrativa, con la participación de Klaussen, se repitió al final de cada función el resto de la temporada. Parecía que cada actuación servía para hacer a la joven actríz, más bella, más angelical y más carismática.

Antes de celebrar la última función de la temporada, dijo ella: –Tú estás enamorado de Alicia! Yo no soy Alicia!

Con una de sus enormes manos la tomó por el cuello; introdujo la otra mano a la mochila que siempre llevaba consigo, empuñó una pistola ballesta y disparó una flecha al rostro de la actríz. La chica fue ágil, volvió el rostro a un lado y la flecha pasó a un centímetro de ella.
Klaussen fue reducido por los colegas de la actriz. En su mochila se encontraron, flechas para la ballesta, grilletes, un recipiente con gasolina, una soga con nudo de horca, y una carta donde anunciaba, después del pretendido feminicidio, su propio suicidio.

jueves, 9 de julio de 2009

Estratega

El sacerdote se acercó a la cabecera de la esposa del alférez real y dijo: –Sosiégate hija y dime tus pecados.
Ella no le prestó atención y siguió con una sarta de incoherencias, mezcla de nahuatl y castellano que decía entre espumarajos que expulsaba por la boca.

En el Mercado, alguien le había dado una estocada en el costado, perdiéndose después el hechor entre la multitud. Dos semanas después, la gangrena le alcanzaba el cerebro. Las violentas convulciones que eso le provocaba, obligaba a cuatro sirvientes sujetar con fuerza cada uno de sus miembros.

–Cuatro caballos arreviatan a cada uno de mis miembros –decía–. Unos tiran hacia Tezcatlipoca. Otros hacia Satanás. Los únicos que conozco. Jamás se ha acercado a mí el Cristo redentor, de seguro porque los castellanos le afaman mucho, pero reniegan de él y le traicionan a cada paso… Dicen que a Cristo lo mataron judíos y romanos. Yo más bien creo que fueron los castellanos...

A cada palabra pringaba saliva que recaía sobre su cara. El religioso desistió de acercarle el crucifijo para que lo besara. Desde una distancia prudencial dibujó hacia ella una cruz en el aire. Tomó los santos aperos estrujándolos con ambas manos hacia su pecho y preguntó por el marido de la señora. –Salió hacia la funeraria, –le contestaron. Dio media vuelta el cura y abandonó el lugar. Antes de salir dijo a los sirvientes: –Es inútil. Está posesa, no se puede hacer nada. Dios se apiade de ella!

Poco antes de la llegada de los castellanos, acosaban a Chimalpain, señor de Paimala, al noreste los guerreros de Mahú Kutah. Al suroeste los guerrreros de Huitzilopotchtli. En diferentes fechas iban ambas fuerzas, cada año, a por el tributo.
La segunda esposa del cacique, Ximátl, Cacica de Xaltipa le convenció a que incluyera a la primogénita de éste (hijastra aún impuber de la cacica), entre las mujeres tributadas a los Mahú Kutah.
Ximátl alegó carencia de mujeres en el reino. Aseguraba además la sucesión al trono para su propio hijo.

Bastó un año para asimilar lengua y cultura de sus nuevos amos. La agudeza mental mostrada entre los mayas por la hija de Chimalpain, que había sido educada para la política y la diplomacia, despertó la suspicacia de la corte. Podría tratarse de una espía con instrucciones de su padre.

Recurrieron a la adivinación, los sacerdotes de Xibal Bal abrieron el pecho de un esclavo painala, examinaron su corazón, consultaron las constelaciones y dieron su veredicto. –El destino empuja a la hija de Chimalpain hacia la costa. Se unirá a un poderoso señor extranjero que viene a destruír a nuestro enemigo.

El cacique maya vendió a la hija de Chimalpain a un mercader xicalango.
Demasiada sapiencia en una mozuela es mal agüero. El xicalango la trocó por una carga de cacao a mercaderes putunchán que se dirigían a Chocan Putún, en donde éstos la vendieron al cacique. Chocan Putún juntaba el tributo que exigíeron los extranjeros al haber vencido en el campo de batalla: una carga de oro, una carga de plata, una carga de mantas, veinte mujeres y bastimentos.

Hernán Cortés repartió a las mujeres entre sus hombres. A la hija de Chimalpain rebautizaron, de Malinali a Marina, y fue asignada a Portocarrero. Marina protestó. Segun los augurios y las estrellas, ella debería desposarse con Cortés, el jefe. Cortés la miro de pies a cabeza. Sus ojos denotaban un brillo fascinante, pero sus pechos aún eran incipientes; sus caderas no eran pronunciadas, y desechó la sugerencia.

Demostró Marina acelerada asimilación del castellano. Dominaba además el maya, el nahuatl, la política, la diplomacia y la historia de la región. Entonces, envió Cortés a Portocarrero a España, y tomó a Marina para sí.

Marina puso en claro a Cortés qué pueblos eran los más poderosos enemigos de los mexica. Qué pueblos eran los pocos amigos con que los mexica contaban. –Sus enemigos, y aún los propios mexica os esperan como un dios libertador! –decía zalamera, Marina, al capitán general. No decía mentira, pero al propio Cortés le parecía un embuste.

Se unieron a Cortés los tributarios costeros de los mexica. A medida que avanzaba tierra adentro se le unían otros, y otros. Dió inicio a la campaña. Objetivo: México Tenochtitlán, capital de los mexica. Bajo el disfraz de amante del capitán general se ocultaba quien era la verdadera estratega política y diplomática de la gesta. Hernán Cortés continuó siendo un capitán general, ejecutor militar de la estrategia trazada.

Dos años transcurrieron de intenso enfrentamiento psicológico, diplomático, político y militar. Los combates decisivos fueron epopeya inenarrable. La debacle que sucedió a la rebelión de Cuautemoctzín hizo llorar a Cortés, porque se creyó sin estratega. Marina no aparecía en la reagrupación de sus leales derrotados. Pero ella lo esperaba en un recodo camino a Tlaxcala, única retirada posible. Cortés volvió a llorar. Esta vez de alegría. La victoria final de los castellanos estuvo asegurada.

Vino la pacificación y el reasentamiento. Dio a luz Marina a Martín Cortés, justo cuando el padre del chico daba por concluidos sus servicios estratégicos.

Casó marina con Juan Jaramillo, quien vendría a ser alférez real.

El capitán general, se volvió de mirada huidiza y meditabundo. Hablaba solo. Unos decían que le atormentaban innumerables muertos. Nuño Guzmán aseguraba que lo que realmente le atormetaba era la seguridad de los tesoros que tenía escondidos y que superaban en volumen lo entregado al rey. Le acusaron además de aspirar al virreinato, para luego coronarse rey independiente de España.

La acumulación de pruebas sería una tarea ardua. Alguien advirtió a Nuño que el archivo en donde con seguridad se encontrarían las pruebas necesarias, era la prodigiosa mente de Marina, hoy de Jaramillo.
Se formularían cargos. Se llamaría a Doña Marina a declarar.

Enterado Cortés de quien sería testigo principal, en la conjura. –dicen–, puso un kilo de plata y una daga herrumbrosa en manos del más fiel de sus leales. Un kilo de oro del tesoro de Moctecuhzoma sería entregado después de ejecutada la misión.