martes, 14 de julio de 2009

El coloquio



(Cuento corto. Cualquier parecido a políticos, funcionarios estatales, y situaciones de la vida real, podría deberse a puras coincidencias)



En un país de América Central, de cuyo nombre no conviene acordarme, contrariamente a lo que podría creerse, el siglo XXI trajo consigo el imperio del crimen, la miseria económica y moral. La delincuencia gozaba de mayores garantías políticas que la gente honrada; perros de combate alimentados con carne cruda, atacaban niños despistados en los alrededores de las zonas elegantes; el destino de muchos niños estaba en el fondo de fosas cépticas, quirófanos clandestinos y prostíbulos de mala muerte; pandillas callejeras asaltaban a los trabajadores que transitaban de la casa al trabajo y viceversa para repartirse el botín con los celadores del orden público ….

A pesar de sueldos capaces de levantar palacios, catedrales, y provocar grandes crisis presupuestarias al Estado, la incapacidad conjunta de el Consejo Nacional para la Seguridad Pública, el ministerio de la gobernaduría, de la policía y la judicatura, llevó al gobierno de la república a crear, para colocar sobre esas instituciones conformadas por honorables miembros de la intelectualidad política del país, el Consejo Consultor para la Seguridad Pública.

-Si las honorabilísimas intelectualidades que conforman las instituciones antes mencionadas –se dijo el presidente– no han sido capaces de descifrar los acertijos que nos plantea nuestro autóctono juego democrático en este país, la solución está en colocar sobre esas lumbreras del intelecto y la política, otras lumbreras aún más exelsas y brillantes. Esta es la idea sobre la que damos vida al Consejo Consultor para la Seguridad Pública.
Así se hizo; y se convocó a los periodistas a que fuesen testigos de su primera reunión. Ahí se coló como pudo María Julia, la tímida y alucinada estudiante de periodismo, colega de Hurtado, quien ya hacía carrera.

Es posible que el periodismo no fuese carrera idónea para María Julia, pues, víctima de la violencia social que asolaba lo largo y ancho del país, en situaciones de demasiado estrés, comenzaban por sudarle excesivamente las manos y después se apoderaban de su mente, alucinaciones.

Cuando se anunció en el recinto la entrada de los distinguidos miembros del consejo consultor para la seguridad pública, las manos se le anegaron de agua a María Julia, pero la experiencia de situaciones anteriores, le dió la fuerza suficiente para no abandonar la escena y mantenerse en el lugar.

Vió entonces un tropel de momias y dinosaurios que se dirigían a posesionarse del estrado. Ella pensó:

–Será imposible que esos enormes hocicos puedan articular palabra.

Se equivocaba. De aquellas fauces enormes salían frases perfectamente articuladas.

Se escuchó la primera voz que dijo con el rugido de un saurio en celo:

"Hacer un mapa de la violencia no sirve de nada. Cuando yo era fiscal nosotros sabíamos que, por ejemplo, los delitos de sexo, de carne, se cometen más en la costa por el fósforo que se consume de los pescados" (ex fiscal general de la república).

Hubo un silencio más o menos prolongado, María Julia escuchó a lo lejos el sordo rumor de algunos aplausos desganados, y pensó que eran parte del alucine.

Entonces se escuchó una segunda voz que aulló como una fiera entre satisfecha y hambrienta:

"Yo he engordado de andar en tanto evento y nunca se arregla nada" (abogado, colegio de abogados).
El lapsus silencioso fue más prolongado y los apagados aplausos se dejaron escuchar más espaciados.
Habló la tercera voz con el tono de el rictus gutural del orgasmo interrupto:
"El hombre de nuestro país es fornicario, no es por gusto que no nos quieren en ninguna parte… aquí un antropólogo deberíamos traer si lo que nos interesa es la teoría" (abogado, colegio de abogados)
Hubo un silencio cuasi total y uno que otro aplauso como venidos del más allá. Entonces intervino la primera momia, mientras hacía con la mano llena de vendas el gesto de quien dispara un arma de fuego:
(Dirigiéndose al director de la policía) "dígannos si nos pueden defender o si no nos pueden defender. Si no pueden déjennos andar con pistolas sin permiso y sin licencia" (abogado, colegio de abogados).
Esta vez no hubo silencio ni aplausos, ni nada, solamente un insistente rumor entre el público asistente. Y como el rumor no cesaba, se levantó impaciente una segunda momia semienvuelta en una especie de sudario o mortaja para decir histéricamente:
"Hay estudios que dicen que las balas matan a un montón de niños. El problema es que entienden por niños a todos los menores de 20 años, y si dos drogadictos de 19 años se matan a tiros, los meten en las estadísticas”
Se sentó la momia, el hedor inmundo que exalaba por las fauces invadió el recinto, por lo que no hubo ni aplausos ni rumor, únicamente silencio, quizá por eso, volvió a levantarse para continuar:
"…En Estados Unidos mueren más niños por accidentes de bicicletas que por balas ¿entonces vamos a prohibir las bicicletas? (abogado, editorialista y pensador).
Como para desfacer el entuerto, se levantó, meneando nerviosamente la cola, el que parecía dinosaurio mayor para dar por concluída la sesión aseverando con estentórea voz, ojos acuosos, inyectados, y gestos que parecían querer borrar de un palmotazo al público asistente:
"En este país hay gente que se aterra solo porque le pasan una notita (de amenaza) por debajo de la puerta” (viceministro de seguruidad pública).
Invariablemente, al día siguiente de que María Julia sufría sus alucinaciones, le costaba mucho levantarse de la cama por la mañana, pues se sentía tremendamente agotada. Fue hasta que su colega Hurtado llamó por teléfono para preguntarle por el artículo que pensaba escribir acerca del evento de la tarde anterior, que pudo volver al asunto.
-Le titularé ”coloquio de momias y dinosaurios” –dijo todavía somnolienta María Julia.
-Ni se te ocurra! –le respondió Hurtado –acaso no te das cuenta que ha estado allí la crema y nata de nuestra intelectualidad, lo más granado y que además gozan de gran poder, prestigio, crédito, y rédito político …?

El Carmen




Más que demostrar que la maldad puede habitar en el clero mismo, los milicianos pretendían demostrar que Dios no existe.

En un altar por ellos mismos improvisado posaban armados para un periódico, entre iconos, sirios, y objetos litúrgicos diversos. En el centro, sobre un mueble de sacristía, había un montón de calaveras y huezos que habían desenterrado de las criptas. Todos mostraban rostro burlesco y desafiante. Manuel Romaní se había disfrazado con atuendos de cura. En la iglesia tomada no habían sólo milicianos, también habían gentes que no tenían donde vivir. La chula Corao, bailaora gitana, se mostraba vistiendo atuendos artísticos, pues esa noche habría sarao en la nave central.

Tres años más tarde el fiscal de la Causa General mostraba al testigo la fotografía que publicó a media página el periódico Abc, un día después.
–Conoce usted a las personas que aparecen en esta fotografía? –preguntó.

–Sí las conozco –contestó–, son viejos parroquianos de El Carmen.
Y dijo nombres y apellidos, sin titubear.

El fiscal actuaba no a petición, sino de oficio, y el sacerdote que comparecía en calidad de testigo, no de ofendido, hacía lo posible por atenuar la gravedad de los cargos que pesaban sobre los imputados, en contra de los cuales había sido llamado a declarar.

–Señor sacerdote! –dijo el fiscal–, tenga la bondad de no evadir mis preguntas, y contestar de manera clara y concisa! Estuvo usted secuestrado por estos forajidos, o no lo estuvo?
–Sí lo estuve.
–Se mantenía usted encerrado en la iglesia del Carmen por su propia voluntad, o no lo estaba?
–No estaba por mi propia voluntad.
–Pretendían asesinarle, o nó?
–Es aquí donde debo una explicación!
–Explique!

`A excepción de uno, los que aparecen en esta fotografía me salvaron de morir en una primera acasión. En una segunda ocasión me salvaron todos.

En la primera, el Olmeda, el jefe del grupo, convocó asamblea miliciana, para sentenciarme a muerte, luego de lo cual, él mismo nombró una escuadra a la que ordenó ejecutara la sentencia . La escuadra nombrada y el pleno de la asamblea se negaron a la ejecución y exigieron al Olmeda revocar la orden por escrito.

En la segunda ocasión, hizo acto de presencia otro grupo miliciano ajeno a la parroquia, a exigir a mis captores fuese yo remitido bajo su jurisdicción para ser ejecutado. A esto se negaron los ocupantes de El Carmen. Esta vez, el mismísimo Olmeda, pistola en mano, expulsó de la parroquia a los forasteros´.

Hubo alguien, a quien el cura González negó la mínima indulgencia. Quien se agenciaba esa santa animadverción, no había derramado una gota de sangre. Participaba entre los milicianos no en acción de guerra, sino para divertirlos y hacerlos reir. Era la chula Corao. –No hay peor satánica perversión, que bailar un pasodoble ante el altar mayor con los ojos inyectados de lascivia –dijo al fiscal.

Cinco años atrás de este proceso judicial, los desmanes del dictador se asociaban a la proverbial incapacidad del poder establecido, de poseer una visión de nación y de futuro; así como a la soberbia clerical. Reacio el clero a reconocer sus propias ofensas, como a solicitar perdón al ofendido. La prueba estaba en que las colosales riquezas incautadas a otras naciones en un pasado imperial, no habían servido para otra cosa que para configurarse a si misma, como la nación más pobre y atrasada de su propio entorno.

Se vieron pues en la figura del rey y de la curia, las raíces de una frustración acumulada por siglos, a causa del apoyo que prestaban al dictador que llegó al poder mediante ominoso golpe de Estado.

Ahí donde se veía pasar la caravana del monarca al exilio, se formaban espontáneos corros populares para celebrarlo. Prometía el clero, el fuego eterno a los festejantes.

Las milicias fueron pensadas para actuar en la retaguardia, para impedir allí, la acción de los agentes internos de la reinstauración. Hay quien atribuye a la coincidencia, otros a la ignorancia, que hayan los milicianos indentificado al clero, como la cabeza visible del enemigo.

No tanto la CNT, como sus propias asambleas eran el real gobierno miliciano. Se deliberaba copiar la metodología del enemigo, dada su eficacia histórica.

El temor al fuego eterno era aún pan cotidiano, mañana, tarde y noche para las muchedumbres pobres, necesitadas siempre de ser disuadidas por una férula eficaz.

De siglos era el abandono de la escena por el Santo Oficio, pero a los milicianos, parecían de ayer tan solo, las hogueras, los bofetones, los coscorrones, los halones de oreja, las amenazas, las humillaciones. Claro está, en las asambleas no todos decían la verdad, pero no eran pocos que denunciaban el asalto sexual en el nombre de Dios.

Al desembarco de las tropas reinstauradoras, se supo que el estado de guerra se tornaba irreversible. Cuando esas tropas avanzaron a lo largo del Tajo buscando el corazón a la república, se lanzaron a degüello las milicias.

Trece obispos; cuatromil cientoochenticuatro sacerdotes; dosmiltrecientos sesenticinco frailes; doscientas sesentitrés monjas y centenares de civiles connotados religiosos, cayeron en la vorágine. Decenas de miles de iglesias fueron demolidas

Caminaban de madrugada Manuel Romaní y la chula Corao hacia el pelotón de fusilamiento que esperaba en perfecta formación.

El sacerdote Manuel González se ofreció para acompañarles y reconfortarles. La bailaora gitana aceptó confesión y comunión. No así Romaní que decía ser ateo, y llevaba en los labios la advertencia de Carlos Marx que la religión es opio para los pueblos. –Serenaos hijo! –le dijo en voz baja el cura González– y daos cuenta que la justicia de Dios tarda, pero no olvida.

De los milicianos que derribaron a hachazos las puertas de la Iglesia El Carmen, para convertirla en su cuartel general, sólo los caídos en combate, y los que no aparecían en la fotografía tomada por el diario Abc, pudieron evadir la venganza de las tropas reinstauradoras del viejo orden, caido bajo el peso de sus carcomidas estructuras.

`Os traigo la victoria, no la paz´: las primeras palabras del caudillo hacia el pueblo.