miércoles, 9 de septiembre de 2009

El secreto

–¡Pero hombre! El experto internauta eres tú! Según lo poco que yo sé, sólo un habilísimo hacker podría retirar un video de la red, sin consentimiento de quien lo colocó; de lo contrario, sólo es posible hacerlo, para el que lo colocó.
–¡La que lo colocó!
–¿Una mujer?
–¡Es mi más fundamentada sospecha!... Pienso entrevistarme con ella; demostrarle que tengo armas con que destruir su reputación de esposa, si no retira de la red ese video que filmó de mi actuación, sin yo saberlo.
–Sé que no eres experto internauta, ni es una consulta técnica lo que quería hacerte. Busco una pista que me permita desembrollar la maraña en que se ha convertido mi vida.

“… Mi sueño es casarme con Matilde, formar un hogar con ella, darle muchos hijos; y que envejezcamos juntos. El amor que siento por ella es tan inmenso, y ella tan inocente, que siento asco de mí, y para no mancillarla con mis inmundicies, la evito en los momentos que ella, seguramente, más ansía de mí.

Creo en Dios por sobre todas las cosas. El sabe que hago lo que hago por necesidad.
Tengo focalizados los puntos de referencia que me permitirán salir de este laberinto; pero necesito conversarlos con alguien de mi entera confianza como tú.
Tu sabes, tengo diez años de andar en esto, pienso dejarlo todo, el físico culturismo, la danza, y lo demás, dentro de dos años, cuando cumpla los treinta; luego casarme. Para entonces Matilde habrá cumplido dieciocho. Un día de éstos pienso declararle mis intenciones.

Mis intenciones son honestas; en todos los años vividos de esta peculiar clandestinidad no he perdido el sentido de la ética que adquirí en las aulas universitarias. Lo demostré esa vez que me contrataron dos jovencitas. Me parecieron casi niñas, les pregunté la edad. –Dieciocho –me dijeron; pero cuando con engaños pude consultar sus carnets de estudiantes, supe que eran quinceañeras. Ahí mismo deshice el trato y me alejé de ellas. Un problema con la justicia sería letal para mi futuro; pienso retomar el ejercicio de mi carrera profesional.

Mi falta de idoneidad; en otras palabras, los escrúpulos que aún me acompañan, son signo que tengo capacidad para salir de esto. Por ejemplo, soy incapaz de hacer efectivos mis servicios a clientas demasiado desagradables, a las demasiado viejas, a las minusválidas, o a homosexuales masculinos, aunque sean funcionarios del gobierno. Estos son de los que mejor pagan, pues también compran el silencio profesional. Como aquel ahora ex ministro que sin yo exigirle, aún me retribuye, para que no mencione su nombre en ninguna conversación. De ministro, organizaba orgías con jovencitas, en las que yo ejercía de fauno. En el culmen del bacanal, el funcionario disfrazado de mujer yacía con uno de mis colegas.

La mayoría de mis colegas no hacen excepción alguna; y no los culpo, la necesidad tiene cara de perro.

Mi falta de profesionalismo en estas lides, no deja de ser espada de Damocles que amenaza mi propia existencia, como aquellos casos: el religioso que me anunció el potro de los tormentos; y el militar, la muerte por sicariato, porque me negué a acceder a sus requerimientos.
A lo que se saca mejor partido de este negocio es que se cobran dos tarifas por separado: la de striper que es espectáculo visual; y la de la satisfacción física. Rara vez el cliente prescinde de lo segundo. Pero cuando me contratan sólo como striper, no permito que me pongan las manos encima.

No es el aspecto físico del oficio lo que me sumerge en la maraña emocional que me tiene en constante jaque; sino el fenómeno psicológico, como la vez en que aquella mujer requirió de mis servicios para hacer un triángulo con su mejor amiga. Me recogió en su auto en Metrocentro y me llevó hasta su casa. La amiga de la mujer era mi tía materna. Desde luego que no hubo triángulo, sino una situación confusa muy cargada psicológicamente. El choque fue de un impacto hasta entonces desconocido. Ni ella ni yo damos muestra de superarlo. Desde entonces nos volvimos un par de desconocidos que evitan en lo posible encontrarse frente a frente.

En este territorio se movería como pez en el agua, un psicólogo. Yo no puedo evitar sentirme como Dante en el infierno. Hay círculos en los que me contratan hombres para satisfacer a sus esposas, mientras ellos observan. En otros me contratan mujeres, sólo para excitarse y luego yacer entre ellas.

Hay círculos que nunca visitaré, por lo mismo, por los escrúpulos que aún conservo, y por mi propósito de retornar a la normalidad de la vida. Pero en las más oscuras de esas profundidades hay más círculos, de los que hay en la superficie. Poliandria, sadomaso, pedofilia, zoofilia, necrofilia, coprofagia, vampirismo, canibalismo….. Los he divisado de cerca, pero nunca me he atrevido cruzar esos umbrales, porque son como la mara salvatrucha; o como el mismo infierno de Dante: “quien allí se atreve, pierda toda esperanza”.

¡Claro está! Esto es un submundo de clase alta; o mejor dicho, de clase media alta para arriba. Y no es que en la mente de los pobres no haya lugar para la perversión de la fantasía; en el pobre ocurre que la sobrevivencia, ocupa absolutamente toda su disponibilidad de tiempo; por eso Dios les concede el don de la inocencia…”

-Espero nunca fastidiarte de tanto acudir a ti con el mismo discurso, en la búsqueda de la pista clave. Sé que al final, juntos, daremos con la espada con que abatiré al Minotauro. Juntos, hallaremos el `hilo de Ariadna´ liberador.

Alzó su copa el discursante, a la vez que lo hacía su contraparte y dijo: –¡A tu salud!
La copa chocó con el vidrio interpuesto entre ellos.

Su deseo de confesarse con el más fiel de sus amigos era auténtico; pero se lo impedía su absoluta desconfianza en el género humano.

Se emborrachaba primero, y ya borracho, se daba a conversar consigo mismo frente al espejo. Unica forma de asegurar la preservación de su secreto.