miércoles, 28 de octubre de 2009

Reality show

No entendían la situación en que habían caído. Ellos actuaban de buena fe.

–Padre! Estamos perdidos!
–Sí hijo! Parece que los dioses nos han traicionado! –respondió Wallace.

Penetraron los televisores las favelas de la Amazonia, y confirmaron los habitantes de los tugurios sus sospechas. Sobre el común de hombres y mujeres hay un Olimpo de gansters y policías. La línea divisoria entre unos y otros es demasiado tenue, como tenue es la línea que separa al funcionariado estatal, de la delincuencia. Y no por evidente dejaba de ser desconcertante que sólamente aquellos que por sus méritos eran acogidos en ese Olimpo, adquirían el poder de escapar a la pobreza, y adquirían autoridad sobre el pueblo llano.

De Souza quería un futuro promisorio para su hijo. Le bautizó con un nombre televisivo (Wallace), y le compraba pistolas de juguete para que entrenara. Era incapaz de explicarle a qué lado de la línea separatoria debería colocarse un hombre en pos del éxito, pues el mismo de Souza no lograba entender en qué lugar o circunstancia está colocada, o se coloca, esa línea divisoria. Razonaba: –en política, es desventajoso declararse prematuramente a favor o en contra de algo o de alguien; por tanto, es desaconsejable tomar posición en favor o en contra de alguno de los bandos del Olimpo.

Hay en los De Souza el sentido de la eficacia. Cuando Wallace cumplía veinte años, coronaba exitosamente su carrera hacia la oficialidad de Policía, a la vez que nacía su primogénito, vivo retrato de su padre y de su abuelo.

Observando el proceder de sus superiores, descubrió lo que su padre no le pudo nunca explicar. La línea divisoria entre la actividad gansteril y la policiaca es colocada, retirada o retrazada según convenga a los dioses de los dioses, y es tan difusa, que en determinadas circunstancias, incluso desaparece.

En terrenos de la cultura laboral existen métodos que por ser reflejo del nivel superior parecen obvias, y sin embargo la prudencia aconseja informarse antes de actuar. El Oficial Wallace de Souza fue sorprendido vendiendo el excedente de combustible que la institución le asignaba, a una pandilla de delincuentes. Fue expulsado, discretamente, del cuerpo por esta causa. A todos los de Souza, les pareció la más hipócrita de las injusticias.

No todo era rudeza en el ex oficial de policía. Bautizó a su unigénito, Rafael, en celebración a las azañas renacentistas del Bunoarroti.
Cualquiera diría que la paternidad no era atributo de Wallace; y sin embargo percibiendo la empatía temperamental entre él y Rafael, decidió adoptar al chico y hacerse cargo de su educación. Entonces se dió a obsequiarlo con todo tipo de armas de juguete, para que se fuese familiarizando con las más importantes herramientas de progreso, reconocidas por la Amazonia.

En el vasto carisma de los de Souza, la histrionía es un elemento, hasta cierto punto central. Tal cualidad fue decisiva para Wallace, en su insistente carrera hacia la victoria final. Presentó a Televisión Amazónida su proyecto de programa de casos policíacos. Se echó a andar la idea con gran éxito de audiencia; producto de lo cual se permitió una vida holgada durante algunos años.

Creció Rafael y al sobrepasar la veintena sobrevino la crisis global de la economía. No se sabe si ésto, o la inevitable monotonía de la cotidianidad, o talvez la baja sensible de escandalosos hechos delictivos, provocaron gran deserción entre los teleexpectadores del programa policíaco. Fue aquí que decidieron ya en sociedad, padre he hijo, dar un audaz golpe de timón al negocio. Habría que dar el salto desde la investigación a posteriori, al reality show.

No era cosa fácil. Manaos atravesaba por uno de sus inusitados como inexplicables períodos de tranquilidad.

Hubo de ser necesaria la división del trabajo. Padre he hijo trazaban la ruta. Luego se dividían en dos. Iba por delante Rafael liderando su peculiar equipo, y pocos minutos después, sobre la misma ruta, venía Wallace con su cámara, filmando un reguero de vidrios rotos, edificios vandalizados, farolas destrozadas; y desplegando todo el poder de su carisma histriónico, clamaba ante los televidentes un cese a la violencia que abatía a la capital de la amazonia.

La teleaudiencia es un monstruo de mil cabezas no fácil de subyugar. El reality show debía ser más convincente. Para ésto, necesitaba Wallace un culpable, pero bajito y esmirriado; ni igual, ni más grande que él. Lo encontró Rafael.

Pistola en mano entró el periodista a su casa, y salió tirando del pelo al indiciado; lo llevó ante las cámaras y le espetó –delincuente cabrón!

Intervino la policía, se demostró que el supuesto, no era indiciado, ni culpable. La jueza Da Silva vio en ello indicios de delito, pero el éxito televisivo fue fulminante; la teleaudiencia concedió a Wallace, un curul en el parlamento.

No bastaba, él quería ser presidente; y la vía era más, y más eficaz reality show.

Las primicias tomadas segundos después de ocurridos los hechos sucedieron con pasmosa rapidez. La teleaudiencia llegó al millón. Wallace era un hombre rico, influyente y popular.

Adolescente violentada sexualmente en pleno centro de Manaos!
La jueza Da Silva, escapa por los pelos a un atentado!
Wallace filma la agonía de un homosexual agredido.
Prenden fuego a proxeneta. Wallace capta los estertores de la antorcha humana.
Asesinan narcotraficante para robarle cargamento. Wallace capta su último suspiro.

Rara vez la intuición traicionaba a la jueza Da Silva, quien también movía hilos poderosos.

Aquél leve indicio bastó para que la letrada despertara además, la suspicacia de la Corte Suprema. La condición legislativa de Wallace, requirió de mayoría calificada; pero al fin la Corte Suprema, concedió a Da Silva, la potestad de ordenar allanamiento al domicilio del diputado periodista.

Se encontraron ahí, entre otras muchas contundentes pruebas, las bragas pertenecientes a la joven violada en pleno centro de Manaos; 250000 reales, y 15000 dólares, cuya procedencia el diputado no pudo justificar; y casquillos percutados por la misma arma con la que se llevó a cabo el atentado contra Benedita Cunqueiro Da Silva, jueza primero de la Sala de Instrucción.