miércoles, 19 de agosto de 2009

Fe de erratas

El Sábado primero de agosto fue un día aciago. Viniendo de la bicicletería, donde había cancelado una alta suma en reparaciones, a media distancia recorrida, se desinfló la llanta trasera de la bicicleta del escribidor. Despotricó largamente en contra del bicicletero, pero no hubo remedio. Tuvo que caminar hasta su apartamento, bajo una lluvia pertinaz. Al llegar, estaba obligado a acometer la reparación de inmediato.

Pasó la lluvia, alumbró el sol, por lo que el aludido decidió trabajar afuera. En eso vio la silueta de Ogaret Maadi que venía hacia él y se alegró. Quién no se alegra viendo llegar a Ogaret?
De lejos Ogaret, nacida en Alepo y crecida en Líbano, donde una esquirla le perforó el huezo ilíaco, puede confundirse con un ángel vaticano tallado en marfil, aunque ya de cerca puede ser, impulsiva y peleadora, si se le provoca.

Presume Ogaret, y con razón, de dominar la lengua hispana, y para no perderla se ofrece como secretaria a las columnas del escribidor.
Este acepta, cualquiera diría, con demasiado entusiasmo. ¿Quién es el insensato que no se va a alegrar de semejante ofrecimiento?

Se conocieron hace tiempo, en la escuela donde se introducían a tomar contacto con los ordenadores.
Hasta entonces, los sirios que se movían en el entorno inmediato eran musulmanes, por lo que su compañero de clases y vecino la consideraba como tal.

Una tarde de invierno, se encontraron en la puerta del edificio donde ambos vivían. Subiendo escalera arriba hacia donde se situaban sus respectivos domicilios, en breves segundos, aún sin hablar correcto sueco, abordaron diversidad de temas. –Soy cristiana –afirmó ella.
–No te lo puedo creer –dijo él.
–Soy capaz de demostrarlo –insistió.
–De qué manera?
–Si me convidas a un trago de whiskey, para combatir este frío terrible, lo aceptaré con gusto.
El escribidor explicó que el desempleo le impedía tener tales lujos en casa.
–¿Pero cómo? ¡Un cristiano que no tiene un trago de whiskey en su casa! ¿Qué clase de cristiano será?

El explicó que vistas así las cosas es justo que se le considerara a él, creyente no practicante, heterodoxo, o tal vez, hereje. No importaba. Lo importante era condescender fraternalmente con el género humano.
Percibió en los ojos de ella, el dejo lastimoso con que se mira a los diletantes. Ogaret abrió la puerta de su apartamento y lo invitó a pasar. Puso las bolsas que traía sobre la mesa del comedor, encendió la cocina; puso un caldero con agua, sus dos hijas llegarían hambrientas, había que preparar algo de comer. Marido ya no esperaba la recién divorciada. Abrió la alacena, sacó una botella de whiskey escocés, sirvió en dos vasos, le alargó uno a su acompañante. Este tomó el vaso por la base. Ella chocó su vaso con el otro y dijo. –¡Salud!
–¿Hablas español?
–¡Me encanta el español! –dijo con acento arabizado.
Fue así que surgió la idea de ser la eventual secretaria del escribidor.
Reparaba pues su bicicleta el susodicho, y absorto ante el cadencioso paso de Ogaret, apenas percató que en sentido contrario a ella, pasaba el presidente de la asociación de poetas de la lengua, con un ejemplar de Incumbencia enrollado, en la mano. Era la edición del 31 de julio del 2009. Al escribidor pareció que el presidente hacía el ademán de saludarlo, porque alzaba el brazo en que llevaba el semanario. Ogaret, cuyos glaucos ojos tienen la propiedad de descubrir lo que esconden los hombres en el corazón dijo. –¡Cuidado, ése lleva esbozada la sonrisa de una aviesa intención!

Más tarde se supo que no era saludo lo que el presidente hacía alzando el brazo con el semanario en la mano, sino pretendía mostrar el cuerpo del delito.
Aún conversaba el escribidor con esa mujer indescriptible, cuando circuló el correo poético, convocando a membrecía y simpatizantes a una urgente y extraordinaria reunión, con un punto único a tratar: desenmascarar farsantes.

Apuró su labor el escribidor para llegar puntual a la convocatoria.
Hay en la genealogía de Ogaret cierta vena hechicera. Consulta el horóscopo, domina la cartomancia de igual manera que la quiromancia, la adivinación y otras artes no menos ocultas. Dijo: –No vayas, he visto las cartas, no hay buenos augurios, he preparado en casa esa sopa de habichuelas que tanto te gusta.

Una sopa de habichuelas preparada amorosamente por las manos de Ogaret, sobre todo en un atardecer de fin de semana, puede ser preferible a las interminables disquisiciones de los poetas. El escribidor se dejó llevar.

Por el hecho mismo de los avances de la tecnología, Internet, el teléfono móvil…, antes de finalizado formalmente el consistorio poético espontáneamente convocado, fueron públicas sus incidencias. Los augurios no mentían había montada una emboscada contra el escribidor.
El presidente argumentó: “sin necesidad que alguien le despoje, por sí sola cae la careta del farsante en la página veinte de Incumbencia. La sequía extrema que abatió media Europa sucedió en el siglo XV, y no en el XVIII, como el impostor expresa, bajo el título El mapa, en el renglón cuatro del antepenúltimo párrafo”. “Y no es ésta la única aberración histórico literaria en que incurre el indiciado”, acuerparon otros, esgrimiendo el breviario de Luis María Carrero. –Aquí se demuestra fehacientemente que no fue de Enrique Alvares de Córdoba, comandante de la Santo Tomé, que el genovés obtuvo el mapa de Toscanelli, sino de Alfonso Sánchez de Huelva, comandante de la Santa Susana!

El escribidor opinó que a excepto de el exacto siglo en que la sequía extrema abatió Europa occidental, todo lo demás, es discutible.
Tomándola amorosamente de las manos, y acercando sus labios al oído de ella, inquirió: –¿Cómo pudo ser posible Ogaret?
Ella, que entre sus artes, tiene la especial habilidad de eludir cualquier trampa que se pretenda tenderle, se soltó de las manos del escribidor, con desenfado, pero con la más letal indiferencia.
Dijo la siriana: –Sucede con frecuencia en este oficio, y puede ser error de mecanografía o un lapsus mentalis, y se aclara escribiendo una nota marginal rubricada, fe de erratas.