La pelota


Consta en los anales que guardan los códices aborígenas que los dioses crearon el mundo en forma de pelota para disputar entre ellos la supremacía, dándole de patadas a esa pelota.


Se afanan las deidades, recurriendo principalmente a sus extremidades inferiores y auxiliándose de cualquier parte de su anatomía excepto de las manos, por introducir la esfera terrestre en una suerte de aro adherido a una pared del universo. Aquellos de los dioses que coronan con éxito el intento adquieren perentoria hegemonía sobre el resto de sus pares; mientras que los perdedores se despeñan en la vil desgracia de los segundones.

En el tiempo de Iki Balam, Chilam Balam y Mahú Kuthá, esa tenaz competencia de los dioses era la razón por la que violentos terremotos, erupciones volcánicas, huracanes, maremotos y recurrentes crisis de la economía desvastaban la tierra y desesperaban a los hombres de manera tal que determinaban los pueblos por hacerse la guerra mutuamente, a fin de matar y morir en el campo de batalla.

El devenir de los tiempos sería pues desde ese entonces un perennne desconcierto de zancadillas, cabezazos, codazos, patadas y mordidas, que las divinidades se propinan entre si en consecución del predomino; y en esa feroz competencia el mundo les sirve de pelota.

Cada cierto tiempo, inducidos por el agotamiento, o talvez por la monotonía deciden los divinos competidores premiarse con una mínima pausa y la bola queda bremente quieta. Entonces sobrevienen ciertos períodos en los que amainan las catástrofes geológicas, ralentizan los meteoros de la atmósfera y se imponen raros períodos de sosiego y armonía entre los habitantes de la tierra.

Posiblemente se debía al marco de alguna de esas sagradas pausas en el eterno juego de los dioses, que los niños del barrio jugábamos a la pelota de la manera más inocente únicamente por diversión, sin que mediara malicia alguna, o mediaran apuestas en especies o dinero, ni afán de supremacías que nos llenara de humillación, de tristeza, o nos lanzara al abismo de la desventura a causa de una magnífica jugada o de un gol hecho por el contrario en desfavor de nuestro propio equipo.

Y sin embargo los hombres atrapados en la telaraña de pretender equipararse o erigirse ellos mismos en dioses, abandonaron un nefando día la inocencia, la pureza del espíritu deportivo en el juego de la pelota. Lo transformaron en comercio vil, haciéndolo objeto de millonarias apuestas en que arriesgan su pecunio espectadores y aficionados; lo transformaron en vehículo hacia el enriquecimiento, la vanagloria o la desgracia de los jugadores.

Llegado pues, el supremo instante del Campeonato Mundial de Futbol y en pos de la fama y la riqueza, grupos de falsos dioses saturan los pasillos de la arena con oscuras conspiraciones rayanas en el homicidio.

Y sobre el límpido verdor del césped, en el marco de miles y miles de gargantas que les animan desde las graderías, dos oncenas de falsos dioses se lanzan en pos de la supremacía propia y la humillación del rival. En ese afán casi se olvidan de la pelota saturando la cancha de torvas miradas, zancadillas traicioneras, gestos de rabia, solapados codazos, amenazas homicidas, escupitajos asesinos; y al final de cada partido, en la cancha, en las graderías del estadio, y en miles y miles de hogares del mundo entero, mientras a unos invade la euforia, a otros hace presa una infinita tristeza o una inmensa tentación a matar o de ser muerto.

No obstante los ríos de veneno, mala leche y maquinaciones asesinas que inunda los pasillos de la arena, las graderías y el aterciopelado césped de la cancha; y no obstante los colosales flujos de dineros turbios que hacen rebosar las cajas de las casas de quinielas y apuestas; durante todo lo que dura el Campeonato Mundial de Futbol, los habitantes de la tierra, invadidos de cierta narcosis que inducen en sus mentes los medios masivos de comunicación, creen vivir un período de paz, de dicha y felicidad.

Cirujanos que suspenden intervenciones quirúrgicas; gobernantes que decretan pausa en el gobierno; policías que dejan de patrullar; trabajadores que suspenden la labor, terroristas que difieren un atentado, amantes que postergan una sesión de amor…. Ejércitos hay que de hecho imponen tregua en la contienda militar, para colocarse frente al televisor al momento que dos seleccionados mundialistas de futbol se dispone a medirse entre si.

Es hasta que la copa de la FIFA ha cambiado de manos o reafirmádose en las mismas que la poseían antes, que las tenazas de los medios masivos alivian la presión sobre el cerebro de los aficionados. Es aquí cuando el mundo despierta de su letargo, y se da de bruces nuevamente con la corrupción de la política, la catástrofe ecológica, la debacle de la naturaleza; la impotencia de los obreros, la desgracia del campesino, la desesperanza del ser humano, la miseria de quienes se creen dioses porque patean con estilo un balón, o porque manejan los poderosos hilos de la intrígulis que les enriquece a costa del dinero de ingenuos aficionados.

Clausurado el Campeonato Mundial de Futbol, multiplicado queda por mil, el incalculable capital de quienes inventaron suprimir el espíritu deportivo del balonpié y transformarlo en lucrativo negocio.

Regresa de nuevo el hambre, la sed, la falta de techo y de trabajo a los marginados del mundo entero.

Los dioses verdaderos han reanudado su propio juego en la infinita cancha del universo, y vuelven a utilizar otra vez a la tierra como pelota.