martes, 22 de septiembre de 2009

Reportero gráfico

En Concepción, una de las zonas más deprimidas de San Salvador, apareció el cadáver del reportero gráfico francés a pocos metros de su vehículo, con cuatro balazos en el rostro. No le habían robado nada.
En el pasado había documentado el conflicto armado y la firma de la paz. Volvió con el propósito de documentar la ruta de progreso que se prometía en los acuerdos.

Lo que encontró le llenó de incertidumbre. No había progreso; al contrario, los tugurios marginales habían desbordado invadiendo zonas, antes de clase media baja.
En las entrañas de los tugurios había surgido un nuevo estrato social: las maras. La mara son muchas clicas (células) con vocación gubernativa. Imponen mediante coacción armada, un gobierno autoritario en los propios tugurios y amplias zonas alrededor de éstos.

Entre las maras rivales hay un estado de guerra permanente por el control de población y territorios. En toda guerra, hay ceses de fuego, pactos y alianzas.
De pactos y alianzas intermaras resultó que sus zonas bajo control cubren todo el país, y sus ramas se extienden por Centroamérica, México, Los Angeles…Ya hay germen de maras en Madrid. Sus palabreros (jefes de clica), aseguran que cubrirán el mundo entero.

No es difícil identificar un marero. Se tatúan el cuerpo con los símbolos de su mara o su clica, con el nombre de los rivales que han matado, o con cualquier otro símbolo que les exite. Los más exaltados se tatúan el rostro.
En la zona sobre la que gobiernan sólo se admite la presencia o el domicilio de, policías, abogados, jueces, o funcionarios, leales. Los otros son condenados a muerte. Ejecutan sus sentencias con eficacia suma.
Todo gobierno vive de su capacidad recaudatoria. Las clicas cobran peaje a los transeuntes, a los pasajeros de autobuses; establecen tasas impositivas a todo tipo de actividad económica en sus territorios; quien se resiste es asesinado sin contemplaciones. Exceptúan a la gran empresa. La gran empresa se protege con vallas infranqueables y guardias mejor armados y entrenados que las clicas.
La obsesión del fotoreportero francés era el hombre. Se interesaba en documentar la raíz, más que las ramas del fenómeno humano. Se puso en manos de una clica y pidió ser llevado a la presencia del jefe; tenía algo importante que decirle.

Al Culebra (el jefe), le cayó bien el extranjero; consensuó con el francés, la necesidad que el mundo entero supiese de la existencia de la mara, y accedió a su oferta. A cambio de una suma, se le permitiría convivir entre ellos, y filmar su vida cotidiana, en el marco de claras excepciones. Cada noche el Culebra, revisaba y sensuraba lo filmado, para que cualquier evidencia comprometedora fuese omitida.

Se le permitió filmar, por ejemplo, la primera etapa de la ceremonia en que la Pipiripao se casa con la clica principal (clica de jefes). La ceremonia comienza con un desnudo completo que la novia dedica a los cinco jefes mientras ellos beben, y fuman crack (cocaina fumable). La segunda etapa en que la Pipiripao practica sexo con sus cinco maridos a la vez, fue exceptuada, no por escrúpulos morales, sino por que el falo del jefe primero no era el más voluminoso; lo cual podría dar lugar a escarnios de mortales consecuencias.
Tampoco se le permitia filmar los vehículos que llegaban desde la frontera oriental, a cuyos conductores, la mara debía alojar, proteger, y garantizar que cruzaran la frontera occidental, en su ruta hacia Los Angeles California.
Esa noche le dijo el Culebra: –Vení periodista, te convido a un entierro, pero no vayas a filmar. Fueron allá. En una sepultura abierta dentro de una casa destroyer (confiscada por la clica), enterraban un cadáver sin ataud. Los enterradores fumaban crack. El difunto tenía el rostro perforado a balazos. –Así mueren los que vacilan (engañan) a la mara –dijo el Culebra.

De regreso, pasaban frente a otra casa destroyer, en cuyo interior se oía una disputa. –Llevate ese mono cerote a que chille en otra parte! –gritó una voz de hombre.
–Y porqué no lo llevás vos? Pues sí, yo lo parí pero vos echaste el polvo! –contestó airada una voz de mujer.
Pareció que del interior de la casa arrojaban un muñeco hacia afuera. Era un niño de pocos meses que al golpear contra el suelo dejó de llorar, pero seguía con vida.
–Puedo filmar? –preguntó el francés.
–Porqué no? Es tu trabajo!
–Desgraciado! –gritó la mujer a su marido. Salió de la casa, recogió al infante, y lo acunó en sus brazos. Le echaba con la boca humo de crack, en la carita, tratando de reanimarlo.
–Si muere –explicó el Culebra mientras seguía caminando–, es que no merecía vivir; y si vive será un marero duro.
Al cabo de dieciocho meses de cotidiana filmación sensurada, se despidió el francés de sus hospederos. Organizó el material documentado y partió a presentarlo en los centros de gravedad de la industria fílmica internacional.
El éxito de mostrar un mundo cuyas insólitas entrañas son conocidas sólo por los habitantes de ese mundo, hizo regresar al reportero con la idea de rodar el capítulo segundo de la obra, aún cuando la polvareda levantada por el capítulo primero no estaba asentada.

El fotoreportero francés fue abordado por otros periodistas: –Las maras son producto de la miseria social y ambiental que provoca la empresa privada.
–Maldito comunista! –reaccionó el gremio patronal.
–Se necesita un segundo acuerdo de paz, esta vez con las maras! –dijo.
–Peligroso tipo! No? –murmuró el amplio espectro de la clase política.
–Somos eslabón en la ruta de la cocaina hacia el mayor demandante del mundo! –declaró.
–Fucking with you! –espetó alguien desde la embajada.
–El crimen organizado es altamente jerarquizado con metástasis hacia el Estado. El Estado no padece impotencia, sino falta de voluntad! –repitió.
–Maldito Culebra! Cómo se le ocurrió dar tanto cobijo a este tipo?! Algo tiene que hacerse –dijo el diputado al subcomisionado.
–No vea hacia mí, estoy bajo sospecha.
–Bueno! No sé quién tendrá que hacerlo, pero alquien tiene que parar a ese hijueputa, y pronto!