viernes, 20 de noviembre de 2009

Aún hay gente buena

Volver del mundo de los muertos, es para los nonualcos, la más grande azaña del ser humano; ésto se celebra a lo grande. Cuando Yubini, regresó al cantón La Lucha, Zacatecoluca, se lanzaron los pobladores a la calle, en un espontáneo carnaval. El chico fue paseado en hombros por todo el cantón, entre petardos, música y júbilo general.

Pasada la fiesta y ya en la cama, hace como que duerme para no preocupar a los abuelos. Lo que hace es volver a repasar mentalmente, todo lo acontecido. ”No todo está perdido, aún hay gente buena”, decía para sí.

Serafín y Magdalena (sus abuelos) recibieron cinco mil dólares, enviados desde Los Angeles California), por German y Guadalupe (sus padres, a quienes sólo conoce por fotos). Los abuelos mandaron a decir al `chele Paco´ (coyote) que ya tenían el dinero.

Prepararon a Yubini una mochila con una mudada de ropa, unas pupusitas, y la foto más reciente de sus padres. Al momento de partir, colocaron al cuello del nieto un escapulario de la virgen y lo bendijeron.
Tomó el coyote los cincomil dólares, y partieron.

Llegaron a San Salvador; se les unieron otras dos personas. Abordaron un bus hacia ciudad de Guatemala.

No fue difícil que Yubini pasara la frontera; portaba un documento notarial, en el que se hacía constar que viajaba con su tío (el chele Paco).

Atravesaron Guatemala; avanzada la noche llegaban a la frontera mexicana.
Pernoctaron cinco noches en un hostal. El coyote esperaba cinco personas más.

Llegados los otros, cruzaron la frontera hacia México. Tampoco fue dificil. El sello migratorio vale diez dólares por cabeza, sin preguntas incómodas.

Abordaron un bus hacia Nuevo León. Conferenció el chele Paco a solas con Yubini, diciéndole: –Apréndete esta historia: en adelante ya no soy tu tío, sino tu padre. Eres nacido en Oaxaca y viajamos a Nuevo León. Comprendes?
–Sí, comprendo.

A la entrada de Ciudad Hidalgo, abordó el bus un control migratorio. El bus iba repleto. Yubini buscó entre el gentío al coyote para que le recordara la historia que tenía que contar, pero no lo encontró. Cuando lo interrogaron dijo. –Soy del cantón La Lucha y viajo con el chele Paco hacia Estados Unidos.

Con otro grupo de personas fue devuelto a Guatemala. El policía que revisó las pertenencias a Yubini, le devolvió al chico sus utensilios en una bolsa de plástico quedándose la mochila.

En Guatemala fue entregado a un albergue para niños de la calle. Yubini, creyó acelerar las cosas, buscando él mismo la terminal de buses hacia El Salvador. Escapó del albergue con esa intención. Caminó el día entero, preguntando por la terminal de buses. Todo mundo le daba razón de la terminal, pero él no consiguió otra cosa que marearse cada vez más. Cayó la noche; quiso volver al albergue; le fue imposible. Estaba totalmente extraviado y con mucha hambre. Se tiró sobre la primera banca de parque que encontró. No durmió; la noche entera tiritó de frío.

Amaneció. Estaba en Mixco, periferia de la ciudad. El hambre le llevó a mendigar. Su bello rostro le favorecía. Contó su historia a una señora que le regaló plátanos fritos, le dio algún dinero y le indicó cómo abordar un bus hacia el centro de ciudad Guatemala. Así lo hizo, pero en la inmensa capital volvió a estar extraviado.

Pasó una semana mendigando alrededor de un parque sin nombre. No se alejaba para no perderse. Dormía entre los indigentes. Ahí conoció a Patsún Hután, vendedor ambulante de cobijas y artesanías. Patsún lo hizo su ayudante, con la promesa de un día llevarlo hasta la frontera de El Salvador. Le relegó a lo más pesado, cargar con las cobijas.

El itinerario de Patsún sin embargo no fue hacia la frontera de El Salvador, sino a la de México. Yubini lo comprendió cuando vio una señalización que decía: ”Hacia México”. Patsún le prometió que en llegando a la frontera, harían el recorrido en sentido contrario.

Estando en Huehuetenango, Patsún depositó la mercadería en un hospedaje y se emborrachó en una cantina hasta perder el sentido. Hubo de cuidarlo Yubini hasta que despertó, conduciéndolo al hostal. Al siguiente día Patsún volvió a emborracharse del mismo modo, hasta quedar dormido entre una zarta de incoherencias. Al despertar, Yubini le dijo que ya no quería acompañarlo y que le diera algún dinero por lo que había trabajado para él. Como toda respuesta Patsún le dejó otra vez abandonado y sin dinero.

Yubini volvió a Mendigar para poder comer. Entró a la iglesia de Huehuetenango. Buscó al sacristán y le pidió de comer. El sacristán era salvadoreño y solidario. Le dio de comer, reunió algún dinero para él, y lo envió con un grupo de feligreses que viajaban a ciudad Guatemala.
En el viaje les contó su historia. Los feligreses se conmovieron y lo condujeron hasta la terminal de buses internacionales, a que abordara un bus hacia El Salvador.

Lo dejaron ahí sus benefactores, continuando ellos hacia sus asuntos.

Ningún busero quiso llevarlo, porque carecía Yubini de identificación.

Volvió a la calle siempre prefiriendo pedir que robar. Un grupo de mareros lo vigilaba. Le veían sólo. Conspiraban para reclutarlo.

Se salvó. El día que lo asaltarían, un cobrador salvadoreño le ofreció llevarlo hasta la frontera. Así lo hizo.

En la frontera contó su historia a una tendera. La tendera se apiadó de él, le dió de comer y lo recomendó a unos policías guatemaltecos que lo llevaron a la aduana salvadoreña. Un burócrata cara de perro impidió la entrada de Yubini a su país, por indocumentado, y lo devolvió al lado guatemalteco.
Los guatemaltecos hicieron un nuevo intento; esta vez lo entregaron a policías salvadoreños.

Uno de los salvadoreños era zacatense. Se comunicó con la central de Zacatecoluca. De la central se contactaron con los abuelos de Yubini en el cantón La Lucha, quienes, con la ayuda de los vecinos se movilizaron hasta la frontera de las Chinamas, en donde en un mar de lágrimas, recogieron a su nieto.

Habían transcurrido tres meses. Yubini había cumplido catorce años.