lunes, 4 de enero de 2010

Rescatar la memoria. El derecho a la verdad




I

C
oncedida la palabra a Imelda Daza Cotes, sin preámbulos, su poderosa voz lanza un, "yo acuso", a los sucesivos gobiernos nacionales, a las fuerzas armadas, a los paramilitares, a las transnacionales, a los gobiernos estadounidenses, a la alta jerarquía eclesiástica…, por el impune y endémico crimen estatal que vive su país. Y acusa a esos mismos actores de haber frustrado la gran oportunidad de paz, que se dió a partir de 1984 con la irrupción en la arena electoral de la Unión Patriótica.

De esta Unión, fueron asesinados dos candidatos presidenciales, ocho congresistas, trece diputados, once alcaldes, doscientos cincuenta consejales, tresmil quinientos veintiseis líderes comunales y activistas… La masacre fue rematada en el año 2002, retirando la personería jurídica a la la gran esperanza del pueblo….!

Ominosa constante de este interminable conflicto, es la persecusión y exterminio de familias y poblados enteros, por parte de los agentes del Estado. Hasta cierto punto, el motivo político esgrimido por tales agentes es un pretexto; el verdadero motivo es arrebatar las fértiles tierras pertenecientes a las comunidades campesinas y traspasarlas a favor de los principales jefes paramilitares.

En el período descrito por Imelda Daza Cotes, se inscribe la vasta campaña de persecusión y exterminio que las fuerzas armadas gubernamentales en coordinación con grupos paramilitares, lanzaron en contra de la familia Asuga Higuita, de sus descendientes, y hasta de sus amigos y allegados.

Por datos de información recabados por espías, se enteran los agentes del Estado que los Asuga Higuita y los robustos ramajes que de ese tronco se desprenden, se asientan sobre buenas tierras, pertenecen a la Unión Patriótica, y no temen denunciar con nombre y apellido, los desmanes de los representantes del Estado.

El quince de agosto de 1995, tropas gubernamentales irrumpen a degüello en la ranchería de los Usuga, en Apartador. Matan, secuestran; saquean e incendian sus casas. La mayor parte de la familia se tira al monte, y logra reagruparse en la espesura. Los sobrevivientes se ven obligados a su primer desplazamiento. Se dirigen hacia la vereda deTurbo. Ahí se asientan e intentan rehacer sus vidas.

Celebraban el Día de la madre los Usuga el trece de mayo de 1997 en su nuevo asentamiento. Asaltan la celebración los paramilitares. Se vuelve a tirar al monte el grueso de los parientes con unos cuantos heridos a cuestas. Los asaltantes logran asesinar a cinco jóvenes de ellos. Los sobrevivientes son obligados a desplazarse por segunda vez, pero las fuerzas y los medios con que cuentan sólo les permiten moverse hacia otra área de la misma vereda de Turbo.

No les resulta difícil a los espías ubicar el nuevo emplazamiento de sus víctimas. El siete de Julio del mismo año, vuelven a cargar los paramilitares. Maltrechos, heridos, regresan monte traviesa, los que quedan de los Usuga a Apartador, convencidos que en ese periplo despistarán a sus verdugos.

Los espías del enemigo demuestran maligna eficacia. Son descubiertos de nuevo los perseguidos. Lanzan contra ellos los paramilitares, renovada ofensiva. Secuestran y desaparecen a dos jóvenes y a sus padres. Completamente diezmados, deciden los que quedan de los Usuga, escapar hacia Medellín.

Ahí tratan de confundirse con los citadinos, pasar desapercibidos entre los ríos de gente que fluyen sobre las calles de la gran urbe. Los delatan las botas de látex que utilizan (el calzado de los campesinos), y sus sombreros de alas anchas, las largas enaguas de las mujeres, sus rústicas maneras, el melodioso acento de su lenguaje, típico de los que se dedican a labrar la tierra….

El largo brazo castrense está entrenado para espiar y golpear tanto en el campo como en la ciudad. Las calles de la urbe atestiguan el secuestro y desaparición de algunos de los Usuga, que buscan asentarse en las zonas periféricas de la metrópolis reclamada por las mafias de la cocaina. Se desplazan entonces al extremo opuesto de Medellín para confundir la implacabilidad de sus perseguidores. Los largos tentáculos paramilitares conforman una vasta retícula que sale del campo, prolongándose hacia las urbes en donde llega a enervar tanto los barrios miserables, como los elegantes barrios de la élite, incluso los asentamientos de desplazados. Esta vez deciden los Usuga sobrevivientes, poner tierra de por medio y se trasladan a Bogotá.

Creían estar a salvo, de incógnitos, perdidos entre las innumerables covachas de las inmensas entrañas de las zonas marginales. Una mañana de una fecha que se nos escapa a la memoria, se hacen presente los Usuga a una de las calles aledañas, para levantar los cadáveres de dos de los suyos.

El holocausto a que es sometida esta vasta parentela cuyas raíz se afinca en la campiña profunda, llega al conocimiento del Comité para los Derechos Humanos. El comité pone ante ellos la posibilidad de emigrar al extranjero. Se reune la familia a deliberar. Hacen el recuento de sus bajas.

Luis Fernando Usuga Higuita, y sus hijos: Rosalba e hijo, Orlando, Wilson y Rubén… Poco tiempo después fue asesinado el esposo de Rosalba… El listado de los desaparecidos de ellos que hacen los Usuga va engrosando sustancialmente cuando agregan los asesinados. Caen en la cuenta que los Usuga Higuita fueron extinguidos; que han sido empujados al borde de la extinción los Guissao Usuga, los Pozzo Usuga, los Usuga David, los Quintero Usuga. Esto los lleva a rechazar la oferta migratoria. "La justicia es débil, porque incluso los fiscales escogen el exilio", concluyen. Llevan en la sangre el gen de la resistencia y la denuncia.

II

En cierto lugar del exterior de cuyo nombre no quiero acordarme, el cinco de agosto del 2002, se hizo presente junto a Imelda Daza Cotes, Adriana Quintero Usuga, a dar testimonio de lo vivido, ante la Segunda Sesión de la Comisión Etica de la Verdad en el Extranjero.

"No recopilamos sólo por recopilar", explican los comisionados, "lo hacemos", agregan, "por la importancia judicial que encierran estos testimonios, para cuando llegue el ineludible momento de juzgar los hechos, aplicar justicia, reparar los daños. Y porque esta comisión labora", dicen, "para recuperar la memoria; por el derecho a la verdad!"