viernes, 13 de febrero de 2009

El tatuaje


No viene al caso quién o quiénes de los vecinos del tugurio vinieron a ella con la noticia. En tales circunstancias, alguien, o algunos habrían llegado en actitud compasiva; otros lo habrían hecho con el mayor morbo posible. Lo cierto es que encaminándose a donde la requerían, en la mente de Matilda, como en cinta cinematográfica, sucedían los principales acontecimientos relacionados con aquella infausta noticia.

Un primer alumbramiento, fallido, le dejó la experiencia que la mejor posición para una mujer de partos expeditos, como ella, es parir de cuclillas.

El segundo parto no le cogería de sorpresa. Compró cinco dólares de agua que almacenó en un barril de plástico. Al sentir los primeros dolores, abandonó su trabajo de vendedora ambulante, se encerró en su cabaña. Puso a hervir un recipiente grande con bastante agua. Cuando el agua estuvo lista, la depositó en un valde plástico que colocó al pie de la cama. A la par del valde, sobre una silla, colocó una pastilla de jabón, una esponja suave y una tijera. Tendió además, junto al valde y la silla, un ancho pliego de plástico, sobre el piso de tierra, y sobre el plástico colocó lo más ordenado que pudo, un montón de trapos limpios a manera de colchón. En una esquina de la cabaña había un recipiente repleto de cal.

Arreciaron los dolores. Se tendió en la cama a ayudarse ella misma a la evacuación. Cuando las aguas comenzaron a romper el saco vitelino, abandonó cuidadosamente el lecho; agotada, temblando por el esfuerzo, se acuclilló sobre el colchón de trapos. En la cúspide del dolor y el denuedo, se preguntó si no había sido demasiada temeridad de su parte, haber prescindido de toda ayuda. Sufrió un vértigo. Sentía desmayarse, cuando como una uva que se desliza fuera de su cáscara, cayó Joselito sobre el colchón de trapos. Otro tesón más, y al poco tiempo cayó también la placenta. .

El crío berreaba todo pulmón. Tomó la tijera, cortó el cordón umbilical. Lavó al recién nacido con agua y jabón. Se lavó ella misma lo mejor que pudo. Envolvió en mantillas al crío, lo tomó en brazos y se volvió a tender en la cama a darle de mamar. Ambos se quedaron dormidos. Horas después despertaron. Dio de mamar otra vez a la criatura. Ésta volvió a dormir. Mientras dormía, recogió Matilda los trapos sanguinolentos y empapados, los colocó en bolsas plásticas, bajó hacia el arenal (ya era de noche); lanzó todo al río y regresó. Tiritaba, no de frío, sino por el desgaste físico.

Con el resto de agua que había en el barril, lavó con jabón todo lo que había que lavar. Esparció cal sobre la humedad anegada que había en el suelo. Concluídos esos quehaceres, se preparó una sopa instantánea, bebió la sopa con tortilla calentada. Desfalleciendo, se encaminó hacia la cama y volvió a dar de mamar al voraz chiquillo que exigía con chillidos. Volvieron a quedarse dormidos

Más de quince años hacía que salió y ya no tuvo valor de regresar al Pitarrillo, el caserío donde había crecido. Empezando por su propia parentela, la tildarían de puta por parir hijos sin padre, seguramente la tratarían con desprecio.

La vida sucedía con gran rapidez. Ni ella misma acertaba a ordenar en su mente lo que había acontecido. Cuando la gente le preguntaba por el padre de chico, solía bromear. –A este cipote lo he hecho yo solita, sin marido.

Su meta primera fue trabajar un tiempo y volver al Pitarrillo con suficiente dinero para hacer feliz a sus progenitores. Antes de su segunda preñez, entró a trabajar como lavandera en una mansión de la zona residencial, al servicio de unos señores cuyos nombres nunca aprendió a pronunciar, pero que les oía afirmar que toda aquella prosperidad en que vivían era debido a que pertenecían al pueblo elegido de Dios, por eso, no solamente eran ricos, sino además, bellos, lozanos, saludables y entre sus amistades se contaban el presidente de la república y los jefes del alto mando militar.

De noche, en su dormitorio, los hijos mayores del patrón la requerían de amores. A ella, una india montaraz. Esto le provocó, sin embargo, una suerte de autoestima. Reparó que en ella había una hermosura antes ignorada. Tampoco dejaba de resultarle sospechoso que hasta los amigos de los chicos de la casa pretendían acceder a su dormitorio.
Sería ésto, anuncio que también ella sería llamada a formar parte del pueblo elegido de Dios?
Se abrirían para ella, de esta manera, las puertas de la salvación eterna?
Los patronos le demostraron que tales conjeturas no eran más que estupideces.

De pronto se vio de patitas en la calle. Amenazaba con su relajada conducta, la educación de los chicos que se encontraban en una edad esencial.

Joselito nunca gustó de la escuela porque no podía tener libros, ni lápices, ni cuadernos, ni siquiera zapatos. Aprendió que fumando un cigarrillo se puede olvidar un tiempo de comida; que esnifando un bote con pegamento se pueden olvidar muchos tiempos de comida. Puede olvidarse además que se carece de zapatos, de cama, de techo; incluso, puede uno olvidarse hasta de la mamá. Comenzó a ausentarse por días enteros de Matilda. Capturaban su atención aquellos puntos de la ciudad donde acuden a descargar los camiones recogedores de basura. Allí encontraba cosas interesantes. A veces hasta de comer.

Su madre intentó hacerse de un puesto de ventas en el Mercado; pero para eso hay que contar con un pequeño capital, con el favor de el gerente de mercados, y el jefe de la Policía Municipal. Ambos funcionarios requerían de ella, para dar trámite a una eventual solicitud, además de tributación contante, tributación sexual.

Tomó entonces la decision de revender baratijas en los alrededores del mercado.

Esta decisión suya, transformó a los antesdichos funcionarios municipales, antes amigos, en enemigos. Ahora la perseguían como a una prostituta. Las ventas ambulantes en las cercanías del mercado están prohibidas.

Hacía un par de meses que Joselito no llegaba a casa.

El vigilante que disparó, se mostraba hasta cierto punto ufano. Tenía claridad que había actuado dentro del marco legal. Actuar con drasticidad bajo el amparo de la ley, significan puntos en el escalafón del oficio, y simpatía patronales. Sorprendido en flagrancia un ladrón, que no atiende la voz de alto, faculta la ley a disparar. Que el robo sea por hambre; ésto nada tiene que ver.

Matilda levantó la sábana que cubría el cadáver que estaba tirado en la calle rodeado de transeuntes. Analfabeta, pidió a uno de los curiosos que le leyera el letrero que llevaba grabado en la pura carne aquel pecho joven que yacía con un balazo en la espalda y una hogaza de pan en la mano. Hacía tiempo presentía este desenlace, para tarde o temprano, por eso se comportaba, hasta cierto punto con entereza; mas cuando escuchó lo que se leía en el tatuaje, sollozó lo más discreto que pudo. La vida le había enseñado a llorar quedamente por terrible que fuera su pena.

Era un tatuaje de letras muy grandes y rústicas, donde se leía: "perdón madrecita por mi vida tan loca"

martes, 10 de febrero de 2009

Ingela en Tailandia

Ingela, veinticinco años, viaja sentada junto a la ventanilla del avión. No se siente tan nerviosa como hace un año exactamente.

Pronto aterrizará la nave.

El objetivo del viaje es el mismo.

Podría creerse que son los mismos cúmulos de un año atrás. Allá abajo la misma selva verdinegra; a lo lejos al este, el mismo océano verdiazul.

Está por llegar a Tailandia como cooperante para una casa de niños de la calle.

Hace un año, por primera vez aceptó la invitación de la misión de la iglesia sueca a colaborar en las actividades de orientación en la casa de niños, en verano.

Tomó gustosa la invitación, pues soñaba en aportar para que la justicia prevaleciera en algún lugar del mundo, almenos alguna vez en la vida

Los niños y el personal la habían recibido calurosamente.

Hubieron danzas, bebidas y bocadillos con sabor sueco; los anfitriones sabían que las especies tailandesas saben harto fuerte para el paladar sueco.

Su primer atardecido, media milla a las afueras de el lado norte de Bangkok, fue como una enorme y roja bola de fuego en la distancia que ella observó con una mezcla de fascinación y cansancio. Cuando se puso oscuro no habían muchas lámparas; extraños insectos pululaban alrededor y otros chillaban feamente, afuera en una noche sin luna.

Se apoderó de ella una melancolía insidiosa.

Toda su vida había viajado, pero nunca fuera del itinerario de las compañías turísticas. A pesar de la noche nórdica en que había crecido, tampoco estaba acostumbrada a la oscuridad total, al contrario, su costumbre era el resplandor de las ciudades.

Luego de su primera cena en Tailandia, los niños se mostraban encantadores, pero pronto quiso retirarse a dormir.

Le habían dado un pequeño dormitorio individual y tendría que compartir el baño con el resto del personal; el dormitorio tenía una ventana hacia el huerto.

Abrió la ventana, se sentó en la cama de cara a ésa y trató de ordenar sus ideas. Un bombillo de treinta wats colgaba de la pared y alumbraba con una luz amarillenta tan pálida que no lograba alumbrar hacia afuera de la ventana

Un ventilador giraba sobre la mesa de noche volviendo constantemente de izquierda aderecha y viceversa. La noche era calurosa.

De pronto! En la esquina derecha del cuarto, algo con lo que Ingela no contaba para nada!

Algo completamente increible!

Inicialmente no creyó que eso fuese realidad! Tres cucarachas han salido de un pequeño agujero en la pared.

Avanzan en punta de lanza semejantes a tres aviones color marrón en formación de ataque.

Llena de pánico, se levanta temblando y grita histérica: Auxilio! Auxilio! Auxilio!

Quiso correr de allí pero se sintió paralizada. Al gritar, su voz desgarrose debilmente tal que el personal que se mantenía en la sala, viendo televisión, no escuchó nada.
Tuvieron que pasar interminables segundos hasta que pudo dejar el cuarto en busca de ayuda.

Kahunni Hogun, el viejo que laboraba como conserje dijo a Ingela en un inglés inintelegible que, lo dejara ser, puesto que pronto vendrían las lagartijas nocturnas, al apagar las luces, y se comerían a las cucarachas.

-No! Ella no quería ponerse a esperar lagartijas, ni tampoco quería estar en compañía de lagartijas!

El viejo Kahunni, ansioso como estaba de volver frente al aparato televisor, tomó una de sus sandalias y aplastó con ella en un instante las tres intrusas.

-Oh no! No se necesitaba eso! Pobres cucarachas! No se necesitaba haberlas matado! Fuera de eso, hoy estaba asquerosa la pared!

Kahunni, tomo sus víctimas por las patas y las tiró por la ventana, hacia afuera; después tomó su lámpara de bolsillo y alumbró las cucarachas muertas, se las mostró a Ingela diciendo:

-Pronto vendrán las hormigas y se las llevarán!

Dicho esto, corrió de nuevo al aparato de tv.

Ingela sintió deseos de ir al retrete. Hacia allá se encaminó. Regresó. Estaba más tranquila, se sentó al borde de la cama y se quitó los zapatos. Se desvistió; no quería tomar pijamas puesto que la noche estaba calurosa.

Se acostó, se arropó con la sábana, pero cuando estiraba la mano para apagar la luz: -Maldición! -Una araña descolgábase del techo en dirección a su cara.

Deslizábase balanceándose, la araña, dirigiendo sus extravagantes ojos de insecto hacia el glauco apacible de las pupilas de Ingela. La miraba con una fuerza hipnótica y movía anhelantes sus temibles patas acorazadas de una caparazón queratinosa.

La chica gritó de pavor todo lo alto que pudo, pero posiblemente alguna goma de mascar que tenía en la boca le amortiguó la voz; se ahogaba; sentose bruscamente, otra vez sobre el borde de la cama y … -Eso además!? -Habían tres cucarachas otra vez sobre la pared; una de ellas voló directamente hacia ella.


Horrorizada quiso levantarse, gritar y correr al mismo tiempo; cuando la cucaracha le alcanzó, sintió una sensación viscosa en el pecho. Trató en vano de sacudirse aquella cosa horripilante, pero sus brazos no obedecía las ordenes de su cerebro.

Gritó y gritó, pero aún así, ella misma oía su propia voz muy débil, como alguien que grita en la lejanía, al mismo tiempo que sentía precipitarse en el ojo de un torbellino que le obligó a darse por vencida.

Cayó desmayada sobre la cama.

Que extraño!: no estaba inconsciente, pero sí, totalmente paralizada.

Era consciente de lo que sucedía a su alrededor; después descubrió que su consciencia podía abandonar su cuerpo y observar desde fuera lo que sucedía en él.

Vió la cucaracha sobre su pecho, examinándolo detenidamente. Desde cierta distancia, ella observaba poco más sosegada y … -Joder! -El insecto se comunicaba con sus compañeros e Ingela entendía perfectamente lo que se decían!

Las otras cucarachas, desde la pared preguntaban, qué clase de espécimen era ése y la otra, respondía que se trataba de la especie humana, pero un poco rara.

-Es muy pálida -decía-, significa talvez que padece alguna enfermedad hepática!

-Puede ser! Sucede que el hígado de los humanos no es capaz de tolerar la enorme cantidad de sustancias venenosas que consumen con sus alimentos industrializados…al contrario de lo magníficamente que lo hacemos, nosotros, insectos!

-Ay ay ay!… puesto que la polución del ambiente y los alimentos es indetenible, eso significa riesgo de envenenamiento generalizado de la raza humana, y con ello el riesgo desaparecer del planeta!

-No del todo, hay una alternativa!

-Cuál es?

-Si ellos mutaran un tanto a insectos, para poder metabolizar hasta sustancias radiactivas, tal como hacemos nosotros!

-El problema es que ellos no poseen la misma capacidad de mutabilidad que nosotros!…

Intrigada de sus nuevas facultades, Ingela quiso asomarse a la ventana para observar allí donde estaban las cucarachas muertas.

Había un innumerable ejército de hormigas que las llevaban en vilo enmedio de un caótico griterío!

Ella entendía también lo que las hormigas gritaban:

-Con cuidado! Con cuidado! Más vale tarde que nunca! Cuidado! Cuidado! No por allí! No por allí! Tranquilos! Tranquilos! Alto! Alto! Tengan cuidado idiotas! Atención! Atención! Los de atrás, empujen y los de adelante tiren al unísono! Ahora! Así! Así! Eso es! Eso es! No! No! Por esa ruta nó! Por esa ruta nó! Atrás! Atrás! Porqué para atrás idiotas? Atención! Despejen el camino! Vamos! Vamos!Despejen…..!
Hasta cierto punto fascinante, pero Ingela recordó que su cuerpo yacía en la cama, y hacia allí se volvió, pero:

No! No! Imposible!

Habían varias cucarachas sobre su cuerpo!

Las cucarachas corrían sobre él examinándolo todo detenidamente e intercambiaban entre ellas una suerte de mensajes telepáticos.

El cuerpo de Ingela yacía semidesnudo através de la cama con los brazos extendidos hacia los lados y sus piernas colgaban sobre el borde.

Sobre la sábana, al lado interno de la pierna derecha escalaba hacia arriba una cucaracha. Otra lo hacía sobre la pierna izquierda.

El primero de esos insectos, alcanzó la rodilla y continuó a lo largo de la cara interna del muslo: alcanzó la entrepierna y se sintió allí muy a gusto; era un ambiente tibio y mullido.

El otro insecto, avanzó sobre el muslo izquierdo de Ingela , cruzó sobre la espina ilíaca alcanzando el monte de venus. Se alzó sobre sus miembros traseros para echar un vistazo a la impresionante humanidad que yacía bajo sus patas.

La otra cucaracha, subió por la linea del sexo y se reunió con su compañera sobre el ondulado vertice del monte. Intercambiaron entre ellas alguna suerte de valoraciones.

-Una mujer yaciente asemeja siempre una montaña tendida. Este caso, asemeja una montaña nevada.

-Es comparable a las montañas sagradas al norte de Kathmandú; o talvez a las más elevadas alturas del Kebnekaise en Escandinavia!

-Ay ay ay! Que grande y hermoso es eso!…Pero apresurémonos! Allá esperan por nosotros!

Corrieron sobre el vientre de Ingela hasta juntarse con otros que examinaban minuciosamente el ombligo.

Se hacían señales con los restantes insectos que sobre los pechos, hacían lo propio sobre el pináculo de unos pezones que solían ser vivaces y color de rosa, pero ahora se mostraban flácidos, pálidos, faltos de ánimo.

Habían dos cucarachas extraviadas en la cabellera de Ingela, que bregaban por superar la blonda maraña que les atrapaba.

Ella, estremecida miraba fijamente lo que sucedía.

De pronto! El Caos! Las cucarachas se precipitaron haciendo un tumulto ensordecedor, chillando lo más alto que podían: Corran! Corran! Sálvese quien pueda! Las lagartijas vienen! Vienen las lagartijas! A correr! A correr!

Habían dos lagartijas nocturnas sobre la pared; estaban hambrientas y ahora corrían a la cacería de las cucarachas.

Mientras lagartijas y cucarachas corrian por la vida, se acercaba el sol de nuevo hacia la línea del horizonte y con ello, involuntariamente, la conciencia de Ingela se veía arrastrada hacia su cuerpo otra vez.

Ya estaba el sol arriba, cuando despertó la chica a la vigilia. Se sentía cansada con los párpados pesados, melancólica y atormentada.

Saltó de la cama y corrió a través de la huerta hacia el pequeño arrollo que había descubierto en las cercanías, un día antes, cuando llegaba.

Intentaba mitigar la melancolía, se tumbó de vientre junto al arrollo, dobló el brazo izquierdo, posó sobre él la frente y lloró copiosamente.

Luego vinieron los pájaros.

Una bandada de pájaros arroceros llegó hacia ella, rodeándola en medio de un bullicioso tumulto. Admiraban aquel enorme cuerpo de extraña pigmentación, tan blanco como el marfil, rosado casi transparente, de pelusilla y cabellera doradas.

(De tal manera yace ella tendida sobre el césped, que su cabellera semeja las flamígeras crenchas de un sol esplendoroso que rodean un rostro entristecido)

Los pájaros parecían examinarla, comentar en voz alta sus atributos, estallando en algarabía de carcajadas, hasta hacer que Ingela se sintiera avergonzada.

Después de eso, fueron los niños quienes se acercaron a ella. Vinieron en alocado tropel en un griterío semejante al que habían hecho los pájaros..

Consolaban a Ingela acariciándola, secando sus lágrimas, ofreciéndole florecillas.

Los niños eran menudos e Ingela era hermosa y grande, así que jugaban sobre ella casi como las cucarachas habían hecho la noche anterior.

Después vinieron miembros del personal hacia ella. Le explicaron el alto significado de la misión que la iglesia le había encomendado… Así comenzó a transcurrir el tiempo normalizándose todo paulatinamente…

-Ahh! -Suspira ahora Ingela cuando el paisaje tailandés se muestra frente al avión.


-Hace un año ya! Quién podría creerlo?

Después de esa primera vez, ya en casa, en las cercanías del lago Mälaren, a solas, había analizado detenidamente todo lo sucedido luego de discutir con sus compañeros de estudio de la escuela superior.

De la misma casa donde laboró ella en Tailandia, más de una vez, las bandas organizadas habían secuestrado grupos de niños para venderlos como esclavos sexuales en el mercado negro.

Algo le decía en su interior que aquella lucha era imposible, pues jamás había encontrado alguien con quien compartiese plenamente sus puntos de vista, mucho menos con los funcionarios de la cosa pública; sin embargo había extrañado profundamente el calor humano de los activistas tailandeses, la exhuberancia de la naturaleza y la inocencia de los niños de la calle.

Por otro lado, se había dado el tiempo suficiente para investigar que el desdoblamiento en cuerpo astral, fenómeno incomprensible para la sicología occidental, es común más que entre saltimbanquis y charlatanes de mercado, entre los chamanes de el culto de la montaña cuyos ancianos, al sentir la cercanía de la muerte, se internan en la remota profundidad de la selva Thai en busca de su verdadera identidad, para no emerger nunca más.

-Aquí estoy de nuevo! He regresado otra vez! - se dijo en voz alta, para afirmar íntimamente su decisión de continuar la labor, cuando el avión se detuvo al final de la pista de aterrizaje.

lunes, 9 de febrero de 2009

Hermafrodita

Oscura era la noche y llovía tanto que del centro de la ciudad huían los hombres pegándose a las paredes como seres espantados de su propio elemento. Ella no decía nada, bajo el breve alero de una cornisa insignificante, se limitaba a sonreir ostentando provocadoramente unos labios sensuales retocados de carmín encarnado. Le hacía reír la estulticia del género humano. Un don natural para los números y la astronomía que no le abandonaba desde la niñez, le permitió asegurar para sí, despues de ciertos cálculos mentales que había resuelto mientras se distraía inventando melodías con la acústica de las gotas que caían, que para esa misma fecha, unos veinte millones de indúes habrían peregrinado hasta el delta del Ganges para dar gracias durante el Maha Kumbh Mela, por el agua, dadora de vida y restauradora de la pureza, al ilimitado panteón del universo, concebido desde el ángulo de la diversidad absoluta. Había participado del festival un par de veces y sólo allí había experimentado una real aproximación al objeto de sus ansias angustiosas desde la temprana adolescencia: el magnetismo de la líbido, la alquimia sexual espontánea, instintiva. Era consciente que de manera rayana en la paranoia, aquella búsqueda, le había inducido por una intrincado laberinto existencial en el que no existía vuelta atrás, pero se resignaba abnegadamente, aceptando las consecuencias que se había acostumbrado a tomar como ineludibles e impredecibles. La casa paterna había abandonado desde hace mucho. Sus padres, por respeto a su desdén, que constituía una manifestación de soberana independencia, depositaban a su nombre verdadero, es decir el legal, el masculino, generosa mensualidad en una cuenta bancaria que por su parte, administraba con eficacia. Aseguraba vehemente que nunca lo deseó, a pesar que al morir sus progenitores, sería la única heredera de una fortuna que hasta entonces no había dado muestras de agotamiento, por lo que cuando era prudente, se comunicaba a casa para enterarse de la salud de los autores de sus días. Eso le daba seguridad económica, pero no era capaz de satisfacer la mínima parte de aquella ansiosa búsqueda que le había ocupado la mayor parte de su existencia. Había llegado a la conclusión que no era la sexualidad lo esencial, sino la sensualidad, para asegurar la compañía del objeto de su pasión, y en ese arte es que había desarrollado la habilidad mortífera por la que era conocida del vecindario, en los antros de ésta y otras ciudades, aunque ella no lograba a reconocer ni a la quinta parte de los que la reconocían en la calle, o donde quiera que fuese. Sólo retenía en la memoria a aquellos que habían dormido alguna vez entre los encajes de su tálamo que olía a jasminez mustios. Esperaba a alguien bajo la lluvia? Seguramente! Siempre esperaba a alguien, y cuando nó, se hacía esperar de alguien, no había termino medio, temerariamente, odiaba la soledad como su acérrima enemiga y escrutaba sobre la calle con unos ojos glaucos extrañamente maquillados seductoramente.
Sólo un año antes había ganado por ovación un concurso de belleza en Playa Ipanema, Brasil, donde fue recibida como diosa pagana exótica y sensual, celebrada por millares de desarrapados. Mas no tenía la mirada altanera de las grandes vedettes, más bien, cuando sinceraba sus gestos histriónicos, envolvía al mundo y a los hombres con una mirada piadosa y un dejo de filosofía.Terminaba de llover y por una grieta del abismo, asomó tímidamente un lucero que bién podría ser un astro, un satélite artificial, un avión, o simplemente un faro de precaución sobre alguna torre. Una sombra viril deslizándose entre las sombras llegó hasta la que esperaba, cruzaron algunas palabras, breves e inaudibles. Se tomaron de las manos confundiéndose entre los muros del laberinto oscuro y húmedo que cerraba sus puertas hacia la noche. -Inocente fue feliz aquel efebo que fue -dijo la voz de alguien que había observado la misma escena detrás de mí- y hoy escultura de silicona -siguió-: …un deseo irresoluble en carnes que ya no sienten. Volteé la vista, un beodo alejábase doblando la esquina y todo volvió a quedar apañado de silencios y sombras. Sólo el murmullo de los autos que pasaban, las voces moribundas de la tarde y el chapoteo de los últimos transeuntes, dejábanse oír sobre el asfalto, en la medida que la lluvia iba cesando y la nocturnidad cerraba tras de sí un telón inconcreto, y sin embargo, impenetrable...

Toro Sentado


Viendo ponerse el sol, el 14 de diciembre de 1890, a Tatanka Iyotake invadió una melancolía fuera de lo común. El jefe de los Sioux Hunkpapa era un hombre al que poderosas razones históricas habían vuelto, ensimismado y sensible; pero la melancolía que le invadía esta vez, colindaba con la angustia. Era como si el Gran Espíritu le enviara señales acerca de la inminencia de una tragedia que estaba por suceder.
Hacían ya demasiados soles que las tragedias eran el pan cotidiano para los pueblos de las praderas, y él Tatanka Iyotanke había sabido mantenerse a la cabeza de su pueblo, como debe hacerlo un auténtico jefe: cabeza fría y serena, ideas claras; pulso firme. Pero esta vez, los músculos le temblaban. Sería la vejez que ya le había encanecido las sienes? O quizá los síntomas de alguna fiebre que le acometía.

Comió poco, sin apetito; después fumó. Las bocanadas de humo de la hoja sagrada, sin embargo, no le inspiraron, antes bien le deprimieron. Más temprano que de costumbre, buscó el lecho, dispuesto a dormir.
Las constelaciones estaban altas cuando le dominó el sueño. Sudando copiosamente, soñó sobre las circunstancias de su bautizo.

Cumplidos siete soles sobre la tierra, hacía apuestas de carrera con los otros chicos para demostrar que ya tenía las piernas fuertes y veloces. Su padre lo llevó, entonces, a presentar al Espíritu de la Pradera, para que le ayudase a encontrar un nombre definitivo para él. Vagaron padre e hijo hasta las cercanías del pequeño cañón en cuyo fondo corría el Hilo de Obsidiana. Pastaba en las cercanías mansamente una manada de bisontes.

El padre, dejó a su hijo descansando a la sombra de un árbol sabanero mientras él bajaba por el cañón hasta el arroyo en busca de un poco de agua fresca con que aplacar la sed. De regreso, con una bota de piel repleta, alcanzó a divisar la silueta de un toro salvaje bajo el mismo árbol donde esperaba el pequeño. Corrió hacia ahí alarmado; mas a medida que se acercaba, pudo ver que el toro estaba sentado en sus cuartos traseros y el pequeñuelo, también sentado sobre el suelo delante del animal, en actitud de conferenciar pacíficamente. Al percibir la cercanía del padre del pequeño, sin exabruto alguno, se levantó el toro sosegadamente, y fue trotando a reunirse con el resto de la manada.

De regreso a casa, el chico ya tenía nombre, Tatanka Iyotake, Toro Sentado.

Quien es capaz de concertar el pacífico convivio en el seno de la pradera con un toro salvaje, habría de ser capaz de concertar con el hombre blanco. En efecto, Toro Sentado llegó a acordar con el gobierno de los Estados Unidos, la firma del tratado de Fort Laremie, en donde quedaba establecido que los pueblos Sioux se reducirían a su territorio sagrado, en donde yacían los restos de sus antepasados: las Montañas Negras. En comparación al continente reclamado por el hombre blanco, las Montañas Negras eran apenas unas parcelas ubicadas entre Montana, Wyoming y Dakota.

Queda Toro Sentado exento de toda responsabilidad histórica, que el hombre blanco no conozca el honor de la palabra empeñada, por lo cual, a pesar del tratado de Fort Laremie, hubieronse de lanzar a la depredación de los recursos minerales de las Montañas Negras, y con ello hayan desatado la batalla de Little Big Horn, en donde los pueblos Siux aniquilaron hasta el último hombre, al Séptimo Regimiento de Caballería, comandado por el general Custer, quien en los labios llevaba la sonrisa burlona de el aniquilador de pueblos que no ha conocido nunca el temor ni la cercanía de la derrota.
Los guerreros sioux se negaron a recobrar como amuleto, el rubio cuero cabelludo del general Custer, para no ensuciar el sagrado filo de sus cuchillos de obsidiana.

Más tarde, sobrevenido el infortunio, se vio Toro Sentado recorriendo Estados Unidos, presentándose como espécimen Piel Roja. Se obligó a apechugar hasta entonces, lo que le anunciaban las estrellas, las últimas veces que las consultaba, y se negaba a creer. Cercano estaba el día que para los hombres blancos, sería nada más que un payaso melancólico. El aceptó el contrato ofrecido por el empresario circense, Frederic Cody, porque le daba la oportunidad de ejecutar públicamente la Danza de los Espíritus, la danza invocatoria de la rebelión, cuyo secreto ignoraba el hombre blanco.

Los espías, traidores que trabajaban para el gobierno, informaron la peligrosidad de las danzas ejecutadas por el jefe de los Hunkpapa. Se obligó a Cody a rescindir el contrato, y a Toro Sentado reunirse con su gente en el campo de concentración de Minneconjou.

Esa noche, ya no pudo conciliar el sueño. Soñar con la propia niñez, significa retroceder el tiempo. Retroceder el tiempo en el sueño, augura el desastre, o la muerte. Saltó de la cama. Se puso de pié. Sus pies desnudos percibieron los latidos de la tierra. Los latidos de la tierra le recordaron que los hombres blancos jamás cumplirían sus promesas; porque para ellos, hipocresía y traición son sinónimo de firmar tratados….

… La madrugada estaba cercana. Rodearon su cabaña los renegados a quienes el gobierno había dado categoría de oficiales de policía. Cuando irrumpieron al interior, Toro Sentado preparaba su pipa para saludar la aurora. No le dejaron fumar. Le sacaron a empellones. Pretendía aislarlo, incomunicarlo.
El escándalo, convocó a su gente. Los Hunkpapa rodearon a los policías indios. Algunos del pueblo iban armados. Hubo un disparo. El teniente de policía Cabeza de Toro fue alcanzado al lado del corazón. Este, en lugar de disparar contra su agresor, se volvió a disparar contra Toro Sentado, a quien de mucho tiempo atrás odiaba; pretendía sustituirlo como jefe de los Hunkpapa. Viendo sangrar al gran jefe, sin dar muestras de caer, el sargento Tomahaw le disparó a la cabeza. Luego disparó al corazón a Pata de Cuervo, hijo menor de toro Sentado, quien hacía poco había cumpletado los dieciseis soles, acompañaba a su padre y estaba desarmado. En la refriega perecieron trece hunkpapas más.

domingo, 8 de febrero de 2009

Grandes jefes


Los hombres rojos de las praderas y las montañas nunca tuvieron tierra, porque Manitú, el supremo hacedor, había dado a ellos, y a todos los seres vivos, el mundo entero para que lo andasen y tomasen de él sus frutos y se alimentasen; los hombres se vistiesen, elaborasen sus aperos y alzasen sus tiendas, por eso los recolectores de fruta, los pescadores de agua dulce, no vieron con malos ojos la llegada de los chaquetas azules. Los cazadores, lanzadores de flechas y jabalinas de punta de obsidiana, recibieron como hermanos a los sombreros de fieltro, les mostraron los mejores cotos de caza, los mejores sitios para la captura de la trucha, y los lugares donde brillaban de áureo y azogue los espíritus de la montaña.
Mas los jinetes recién llegados, los hombres de las carretas, los de los palos de fuego, los alzadores de factorías y patíbulos necesitaban sojuzgar al hombre y la tierra, para que la industria fuese industria y la economía, economía, reducir el jardín de Manitú a la condición de propiedad privada.

Revelada a ellos la verdadera realidad de las cosas, fue que se dieron cita por primera vez, los grandes jefes de los pueblos que vagaban desde el río Missouri hasta el Rosebud, para deliberar acerca de la llegada del tiempo de los tiempos, el tiempo del fin, el holocausto final del hombre de las montañas y las praderas, como habían anunciado las estrellas muchos años atrás. Serían inmolados en orgía de fuego, carga tras carga de armas insuperables, juicios amañados, patíbulos y verdugos implacables, sables militares y puñales aventureros, hipocresía política en el nombre de dios. No habría piedad ni alternativa alguna. Así lo vieron todo, los videntes, de antemano, consumado.

Ya lo habían hecho los forasteros con los habitantes de las costas del este y con los habitantes de las regiones heladas del norte. Después de la población sin distingos de edades, mataban hasta los animales domésticos, porque intentaban con fuego, arrancar del hombre rojo la raíz. Tal fue la razón por la que los grandes jefes decidieron combatir hasta las consecuencias últimas, para poder morir de cara al sol, única forma digna de ir al reencuentro con el gran Manitú.

En el cónclave, los grandes jefes deliberaban al pie del tótem de los Dakota. Caballo Loco, que solamente usaba una pluma de águila sobre la cabeza, se paró y con la vista fija en el horizonte dijo: -la tierra no se compra ni se vende, menos la que camina el pueblo propio!. -No es justo que se nos trate como a bestias -agregó Toro Sentado, que se arropaba con una piel de bisonte cuyos cuernos parecían emerger de su propia cabeza. -Es obvio que ellos avanzan sobre un camino que trazan con la sangre nuestra, lo repito por tercera vez y cuantas veces sea necesario! -dijo Nube Roja, y una brisa erizó su penacho de plumas de neblí. -Morir en el campo de batalla, nos depare el espíritu de la guerra! -agregó Marmita negra, el rostro pintado de negro, de cuyo labio inferior, colgaba una piedra de jade.
Echaron suertes los jefes, después que habían consultado, uno a uno, el tótem y les había sido revelado la personalidad del gran enemigo inmediato: George Armstrog Custer, el de largos cabellos dorados, el de la terrible mirada azul, el que escupía sobre la cosmogonía y la tradición, el que orinaba y defecaba al pie de los tótem vencidos, el masacrador de mujeres y niños hijos de Manitú.

Sembraron sus lanzas en los cactos sagrados preparados por el consejo de adivinos. El primero en extraer la hoja de obsidiana, fue Marmita Negra. -Oj! -exhaló, como en un pequeño desmayo; la punta estaba teñida de una sola mancha tan oscura como su propio rostro: -ese hombre cortará el hilo de mi vida muy pronto! -dijo, y se le vió apesadumbrado. El siguiente fue Nube Roja. La obsidiana de su lanza salió límpida del cacto sagrado, sin mancha: -Manitú me concede morir de viejo, pero sin honra -dijo, mirando al cielo. Después fue Toro Sentado, quien escudriñando detenidamente las manchas en la obsidiana de su lanza, murmuró: -Al final del camino, queda mi vida en manos de traidores. Ellos pretenden cargarme de cadenas, pero el gran espíritu me concede la dicha de morir en el último combate.

Solo a Caballo Loco se vió con el rostro iluminado al extraer la obsidiana de su lanza que salía del cacto sagrado teñida de rojo: -antes que yo parta a reunirme con mi padre, ha querido el gran Manitú, poner en la hoja de mi lanza el corazón de ese hombre! La venganza de ustedes, mi pueblo! -gritó lleno de júbilo, abriendo sus grandes brazos hacia los valles centrales, donde le esperaba su gente(*).

-Fumemos ahora, la pipa de la paz! -acordaron, y se volvieron a sentar sobre la alfombra de pieles de felinos formando un círculo cerrado al pie del tótem de los Dakota, quienes habían brindado desde antes, la alianza de sus armas, con todas las naciones de hombres rojos de más allá de las praderas y montañas, del universo conocido y por conocer, invitando la resistencia a los que venían llenando de cercas y alambradas la tierra, a los insaciables buscadores de oro, esclavizadores, exterminadores del hombre libre.



(*) El grán jefe de los dakota no supo en ese momento, o quiza no quiso leer la totalidad de trazos que la savia del cacto sagrado había dibujado en la obsidiana de su lanza, en los que se profetizaba su propio porvenir; o quizá lo leyó pero no fue de su voluntad anunciarlo. Lo cierto es que él llegó a entender que un guerrero sobrevivido a la derrota estratégica, sólo conserva la dignidad si es capaz de actuar en favor de la sobrevivencia de su pueblo. Así que en su futuro estaba trazado que se entregaría al enemigo, tratando de evitar con ello el exterminio del pueblo siux, y moriría a manos de aquellos, acuchillado por la espalda. Esa era la única forma como los soldados de las barras y las estrellas podían dominar a Caballo Loco.