lunes, 30 de marzo de 2009

Verdades y mitos del Valle de Las Hamacas

(a Lena y Marzia)

Hago un ejercicio de concentración, para rememorar datos de Don Santiago Ibarberena, y me invade la mente una nebulosa que ensombrece mis sentidos, dejándome a merced de las tinieblas. Busco en la lista de las bibliotecas; he buscado en Internet, y obtengo idénticos resultados.

A pesar de la monumental obra a dos tomos: ”Historia de El Salvador” escrita por este humanista cuscatleco (Cuscatlán o Valle de las Hamacas), –primera mitad del siglo pasado–; hemos llegado a los albores de la segunda década post acuerdos de paz; nos adentramos a pleno siglo XXI, y Don Santiago Ibarberena, es todavía un ilustre desconocido en su propia tiera, en las aulas de Ciencias y Humanidades, en la red Internet, y en las bibliotecas del mundo.

La razón es controvertida, puesto que diecisiete años después, la potencialidad de los acuerdos de paz, apenas ha afectado -por no decir obviado totalmente-, la invalidez del sistema educativo vigente en el Pulgarcito de las Américas.

La causa, intuyo, es que don Santiago, fue un científico auténtico, a quien le tocó vivir la consolidación de un ambiente político hostil y autoritario, estilo y método de la clase política, en la que la labor científica es considerada subversiva, cuando no está bajo la tutela del establecimiento. Hablamos de una voluminosa obra maestra de historia natural y social, en la que Centroamérica y El Salvador son analizados desde el ángulo de sus épocas geológicas originarias, mediante un vigoroso método dialéctico, que oscila entre la generalidad de la geología universal, hasta la particularidad de la geología salvadoreña; y desde la particularidad de la socio-geografía salvadoreña, hasta la generalidad de su potencialidad histórica.

Una era antes de la última glaciación, los océanos se unían a nivel de lo que es hoy el istmo centroamericano. La gran cuenca del Golfo de México ya existía producto del impacto de un cometa gigantesco sucedido una era aún más temprana. La geografía de lo que es hoy, de Guatemala, a Panamá, se fue levantando, desde el fondo del mar, producto de la acción volcánica y del choque de la placa Cocos , sustrato del Océano Pacífico; y la placa Caribe, sustrato del Océano Atlántico.

Cuando las primeras migraciones asiáticas que pasaron el estrecho de Bering alcanzaron la región centroamericana, ésta era ya tierra de lagos, y volcanes activos. Una geografía altamente sísmica, pero suelos de gran fértilidad, entonces los indetenibles nómadas, encontraron suficientes razones para invitarse al sedentarismo, estableciéndose allí las primeras comunidades pre-nahuas.

Otro embrión de civilización, desarrollo de medios de producción y de arquitectura mesoamericana, surgió en la región sur del Golfo de México, unos mil años antes de nuestra era, bajo la influencia de una posible corriente trans oceánica, semítica, llegada a la costa del Tehuantepec, probablemente, naufragada: los pre Olmecas, constructores de pirámides circulares. Más tarde y por la misma influencia, dió origen al período pre Maya, poco más al sur este de la cuenca del golfo.

En los albores del primer milenio de nuestra era, florece el primer imperio Maya y se detecta el inicio de la cultura Tolteca, al noreste del Valle Central, del istmo de Tehuantepec.

Poco después del breve, pero colosal paso de los Toltecas por la historia; en el Valle Central, custodiadas por las crestas nevadas del Popocatépetl y el Ixtaccihuatl, las ciudades blanqueadas de Texcoco y Tlacopan embellecen las orillas del Lago de las Garzas y los Tulipanes.

En el siglo XI de nuestra era, arriban al Valle Central, los Tenochca, que serán el nucleo de los futuros mexica (aztecas), de los que, en los albores de su establecimiento, se desprende Topiltzín Atzitl, con sus huestes, hacia el sur oeste, por la costanera del Pacífico, fundando los núcleos pipiles, cuyo desarrollo resulta en cieta simbiosis Maya-Nahua, hasta más allá del valle Cuscatlán o Valle de las Hamacas, bautizado así por los antepasados de Atlacatl el viejo, debido a las consecuencias derivadas de estar situado en línea recta del choque principal de las grandes placas tectónicas que se dá, a la breve distancia de un centenar de kilómetros mar adentro de la costa del Océano Pacífico, hacia donde iluminó las erupciones del Izalco, las noches de los navegantes pre mochicas, en su ruta hacia El Perú.

Lejos quedaban ya los fundamentos de la futura Tenochtitlán, que los mexica construían sobre chinampas en el centro del lago del Valle Central, cuando allá en el corazón del istmo de volcanes humeantes, el consejo de brujos de los núcleos pipiles, descubrió que en el principio de los tiempos, la región en la que un día se establecerían los pueblos regidos por la estirpe Atonatl (*), era una región oscura, por lo que el Nahuaqui, con un sólo puntapié hizo levantarse al volcán Izalco, y colocó en su cúspide una antorcha encendida. El estruendo fue terrible, tal que Jaigua, la que acumula las nubes en el cielo, del puro susto lloró copiosamente durante cuarenta días con sus noches. El llanto de Jaigua se remansó en el cráter Coatepec, formando ahí un hermoso lago, Poco más al este de esa región, y siempre siguiendo la costanera del Pacífico, con otros golpes de su pie, fue el Nahuaqui levantando una cadena de volcanes. Jaigua volvió a llorar. Esta vez su llanto se remansó en el crater Ilopango, en el propio corazón del Valle Cuscatlán. El valle Cuscatlán fue dispuesto por Tloque Nahuaqui, el supremo hacedor, sobre un tejido de hamacas, para que los hombres y mujeres de la estirpe de Atlacatl, rindieran culto permanentemente a Tezcatlipoca, el señor del más allá y de las grandes cavernas subterráneas.


(*) Hay quien postula que Atlacatl como Atonatl no es una individualidad, sino una estirpe de gobernantes pipiles. Atonatl el joven, heredero de Atonatl el viejo, indignado porque sus combatientes retrocedían ante la caballería de Pedro de Alvarado; él mismo al frente de un puñado de valientes acometió, clavando con su lanza la pierna del conquistador a su caballo, en la memorable batalla de Tacutxcatl, a orillas del Zenzunapán.

4 comentarios:

  1. Que paso hermano pipil:

    Bien sabes que me gusta leer de mis antepasados ya que yo soy indito, macho y con los huevitos bien puestos.

    Sigue escribiendo de mis antepasados, que me agrada leerlos.

    Saludos.

    R.V.

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  2. q pendejada


    saludos rv

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  3. Relato muy cierto lleno de heroismo y huevos de todo un Pipil.

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