jueves, 9 de julio de 2009

Estratega

El sacerdote se acercó a la cabecera de la esposa del alférez real y dijo: –Sosiégate hija y dime tus pecados.
Ella no le prestó atención y siguió con una sarta de incoherencias, mezcla de nahuatl y castellano que decía entre espumarajos que expulsaba por la boca.

En el Mercado, alguien le había dado una estocada en el costado, perdiéndose después el hechor entre la multitud. Dos semanas después, la gangrena le alcanzaba el cerebro. Las violentas convulciones que eso le provocaba, obligaba a cuatro sirvientes sujetar con fuerza cada uno de sus miembros.

–Cuatro caballos arreviatan a cada uno de mis miembros –decía–. Unos tiran hacia Tezcatlipoca. Otros hacia Satanás. Los únicos que conozco. Jamás se ha acercado a mí el Cristo redentor, de seguro porque los castellanos le afaman mucho, pero reniegan de él y le traicionan a cada paso… Dicen que a Cristo lo mataron judíos y romanos. Yo más bien creo que fueron los castellanos...

A cada palabra pringaba saliva que recaía sobre su cara. El religioso desistió de acercarle el crucifijo para que lo besara. Desde una distancia prudencial dibujó hacia ella una cruz en el aire. Tomó los santos aperos estrujándolos con ambas manos hacia su pecho y preguntó por el marido de la señora. –Salió hacia la funeraria, –le contestaron. Dio media vuelta el cura y abandonó el lugar. Antes de salir dijo a los sirvientes: –Es inútil. Está posesa, no se puede hacer nada. Dios se apiade de ella!

Poco antes de la llegada de los castellanos, acosaban a Chimalpain, señor de Paimala, al noreste los guerreros de Mahú Kutah. Al suroeste los guerrreros de Huitzilopotchtli. En diferentes fechas iban ambas fuerzas, cada año, a por el tributo.
La segunda esposa del cacique, Ximátl, Cacica de Xaltipa le convenció a que incluyera a la primogénita de éste (hijastra aún impuber de la cacica), entre las mujeres tributadas a los Mahú Kutah.
Ximátl alegó carencia de mujeres en el reino. Aseguraba además la sucesión al trono para su propio hijo.

Bastó un año para asimilar lengua y cultura de sus nuevos amos. La agudeza mental mostrada entre los mayas por la hija de Chimalpain, que había sido educada para la política y la diplomacia, despertó la suspicacia de la corte. Podría tratarse de una espía con instrucciones de su padre.

Recurrieron a la adivinación, los sacerdotes de Xibal Bal abrieron el pecho de un esclavo painala, examinaron su corazón, consultaron las constelaciones y dieron su veredicto. –El destino empuja a la hija de Chimalpain hacia la costa. Se unirá a un poderoso señor extranjero que viene a destruír a nuestro enemigo.

El cacique maya vendió a la hija de Chimalpain a un mercader xicalango.
Demasiada sapiencia en una mozuela es mal agüero. El xicalango la trocó por una carga de cacao a mercaderes putunchán que se dirigían a Chocan Putún, en donde éstos la vendieron al cacique. Chocan Putún juntaba el tributo que exigíeron los extranjeros al haber vencido en el campo de batalla: una carga de oro, una carga de plata, una carga de mantas, veinte mujeres y bastimentos.

Hernán Cortés repartió a las mujeres entre sus hombres. A la hija de Chimalpain rebautizaron, de Malinali a Marina, y fue asignada a Portocarrero. Marina protestó. Segun los augurios y las estrellas, ella debería desposarse con Cortés, el jefe. Cortés la miro de pies a cabeza. Sus ojos denotaban un brillo fascinante, pero sus pechos aún eran incipientes; sus caderas no eran pronunciadas, y desechó la sugerencia.

Demostró Marina acelerada asimilación del castellano. Dominaba además el maya, el nahuatl, la política, la diplomacia y la historia de la región. Entonces, envió Cortés a Portocarrero a España, y tomó a Marina para sí.

Marina puso en claro a Cortés qué pueblos eran los más poderosos enemigos de los mexica. Qué pueblos eran los pocos amigos con que los mexica contaban. –Sus enemigos, y aún los propios mexica os esperan como un dios libertador! –decía zalamera, Marina, al capitán general. No decía mentira, pero al propio Cortés le parecía un embuste.

Se unieron a Cortés los tributarios costeros de los mexica. A medida que avanzaba tierra adentro se le unían otros, y otros. Dió inicio a la campaña. Objetivo: México Tenochtitlán, capital de los mexica. Bajo el disfraz de amante del capitán general se ocultaba quien era la verdadera estratega política y diplomática de la gesta. Hernán Cortés continuó siendo un capitán general, ejecutor militar de la estrategia trazada.

Dos años transcurrieron de intenso enfrentamiento psicológico, diplomático, político y militar. Los combates decisivos fueron epopeya inenarrable. La debacle que sucedió a la rebelión de Cuautemoctzín hizo llorar a Cortés, porque se creyó sin estratega. Marina no aparecía en la reagrupación de sus leales derrotados. Pero ella lo esperaba en un recodo camino a Tlaxcala, única retirada posible. Cortés volvió a llorar. Esta vez de alegría. La victoria final de los castellanos estuvo asegurada.

Vino la pacificación y el reasentamiento. Dio a luz Marina a Martín Cortés, justo cuando el padre del chico daba por concluidos sus servicios estratégicos.

Casó marina con Juan Jaramillo, quien vendría a ser alférez real.

El capitán general, se volvió de mirada huidiza y meditabundo. Hablaba solo. Unos decían que le atormentaban innumerables muertos. Nuño Guzmán aseguraba que lo que realmente le atormetaba era la seguridad de los tesoros que tenía escondidos y que superaban en volumen lo entregado al rey. Le acusaron además de aspirar al virreinato, para luego coronarse rey independiente de España.

La acumulación de pruebas sería una tarea ardua. Alguien advirtió a Nuño que el archivo en donde con seguridad se encontrarían las pruebas necesarias, era la prodigiosa mente de Marina, hoy de Jaramillo.
Se formularían cargos. Se llamaría a Doña Marina a declarar.

Enterado Cortés de quien sería testigo principal, en la conjura. –dicen–, puso un kilo de plata y una daga herrumbrosa en manos del más fiel de sus leales. Un kilo de oro del tesoro de Moctecuhzoma sería entregado después de ejecutada la misión.

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