martes, 3 de febrero de 2009

La herencia de Salvador Juárez

En el ”Testamento inconcluso” de Salvador Juárez hay una herencia para los desventurados

Las experiencias más horrorosas de la vida tienden a borrarse de los recuerdos del individuo que las ha padecido. Es un mecanismo de defensa escondido en lo más recóndito del subconciente de todo hombre o mujer, porque lo horripilante atenta directamente en contra de la sublimidad propia del espíritu humano.

Pero el intento de borrar de la memoria las experiencias más terroríficas de la existencia, no es el caso de Salvador Juárez; lo cual queda plasmado definitivamente y de una manera muy franca, en su poemario: ”Testamento inconcluso”. Allí Juárez relata en verso libre una gesta que en el ámbito de la historia salvadoreña puede ser similar al periplo de Dante Aligieri por los fondos del infierno de la Florencia de aquella época. Y este Dante de la raza de los pipiles de genética rebelde, nos da a conocer en un testamento que se ve incapaz de concluír, su recorrido por el averno salvadoreño, sin rigurosidad cronológica; pero haciendo el intento de dotar los acontecimientos de cierto orden en el tiempo, descubrimos que ese brutal recorrido comienza a ser relatado desde el paso del poeta por los calabozos clandestinos de el aparato policíaco del régimen gubernamental, fatídicas tinieblas en donde el que llega allí, al chirrido de las rejas que se cierran a sus espaldas, como en aquél otro infierno del poeta renacentista, pierde toda esperanza.

Su participación directa como combatiente revolucionario no es ningún infierno para Juárez, por el contrario es el nirvana que le ofrece la catarsis liberadora a su espíritu combativo. Sí es infierno para el poeta la persecusión que sufre el pueblo obrero y campesino, por parte de un ejército armado y entrenado por la mayor potencia bélica del mundo, que persigue a sus víctimas sin piedad ni tregua, despeñando hombres mujeres y niños de todas las edades en abruptos desfiladeros, igual que en torrentes fluviales caudalosos, o los baña con fuego de napalm.

Estremecedoramente los versos del poeta recuerdan cómo, en el campo profundo, hubieron madres que se vieron obligadas a estrangular a sus lactantes que lloraban con el objeto de evadir la persecusión de los soldados que les acosaban con furia exterminadora. Salvaban de ese modo terrible, la vida de el resto de sus hijos.

Y siendo que no es la rigurosidad cronológica asunto de ese testamento, nos atrevemos a postular que el siguiente abismo que nos revela Salvador Juárez es aquella desesperación indescriptible que sobreviene, concluída la guerra y firmados los ”Acuerdos de Paz”, al caer víctima de la marginación de los dirigentes de la élite revolucionaria, cuyas residencias, sus vehículos de vidrios polarizados, la telefonía de sus guardaespaldas y sus dispositivos de seguridad nada envidian a los recursos de la más refinada burguesía. Esos líderes le han aborrecido a causa de la indocilidad de pensamiento que muestra respecto de prejuicios y dogmas anticientíficos y preestablecidos, y ante todo por la inevitable rebeldía que florece en su alma a fin de rechazar el drama faustiano de vender el alma al diablo a cambio de míseras migajas que no resuelven ni momentáneamente el hambre pertinaz de los marginados de El Salvador, porque en ellos que son los descendientes pipiles, prevalece el hambre de hace más de quinientos años.

Uno de los reductos más negros y horrendos de este círculo infernal que ha golpeado para siempre la sensibilidad humana de Salvador Juárez, es la ocasión en que la nueva policía, resultado de los Acuerdos de Paz, en un alarde de mostrar su nuevo estilo, sobre las calles de la capital, lanzó su ímpetu represivo en contra de una multitud de minusválidos, lisiados de guerra que reclamaban sus derechos…

Con la poesía como herramienta genuina, y versos de lengua autóctona nos hereda Juárez en su ”Testamento inconcluso”, aquellas dantescas escenas cuyo dramatismo no pueden revelar siquiera las cámaras de televisión, en un país llamado El Salvador, en donde todavía está fresca la tinta con que se firmó la paz de lo que teóricamente era el enfrentamiento entre los que lo tienen todo, y los que no tienen nada, pero que en la realidad era el enfrentamiento entre la vieja clase y la nueva clase política emergente. Los miembros de esta nueva clase política ya tienen lo que querían. Los que nada tenían, siguen sin tener nada…

Los flamantes nuevos policías, liquidando impedidos físicos, y éstos, esgrimiendo sus prótesis como escudos en un absurdo combate cuerpo a cuerpo, todavía se esfuerzan por hacer la ”V” de la victoria con sus manos mutiladas.

En otras profundidades del abismo inextricable, llegó Juárez al círculo de el alcoholismo patológico y las drogas duras que luego dejan una marca indeleble en su sensibilidad de ser humano y de poeta. Esta inborrable marca queda también como herencia para la salvadoreñidad y para el mundo entero a través de el ”Testamento inconcluso”.

Y consecuencia de esa incierta y talvez involuntaria excursión por los infiernos, ni perece el poeta ni está dispuesto a olvidarlo; por el contrario, Salvador Juárez se da a la tarea de plasmarlo todo en ese poemario, con el presumible propósito de proyectar a su pueblo pipil, igual que a la humanidad entera, la más valiosa herencia que persona alguna pueda dejar a las generaciones venideras: la descripción vivida de el lado terrorífico de la experiencia humana, para que esas nuevas generaciones sean prevenidas y no tengan necesidad de llegar hasta allí, para conocer de la existencia de esas horripilantes profundidades.

En el intrincado laberinto que es el ”Testamento inconcluso” de Salvador Juárez, hay escondido discretamente un diamante, para el que lo quiera tomar. Es que el poeta, ni siquiera de el desprecio de que es objeto por parte de la élite de los grandes líderes, saca conclusiones reaccionarias como muchos víctimas de la purificación de las estructuras lo han hecho. Juárez llega mediante una clara solvencia moral y suficiente elegancia poética a conclusiones revolucionarias; se dirige ante todo a los salvadoreños de a pié, y les llama a no rendirse ante la adversidad de ser víctimas seculares de la dictadura del statu quo y de la ingratitud y la carencia de sensibilidad humana mostrada por los detentores del poder político.

No lo deja demasiado explícito, Salvador Juárez en su inacabado testamento; pero en su lectura creo entrever, que como todo revolucionario, promete él, un futuro luminoso para después de la lucha. Toda una herencia para los desventurados

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