jueves, 26 de marzo de 2009

Una de piratas

El hundimiento de la fragata Mercedes y la captura de las naves que le acompañaban en 1804, quedó grabada para siempre en la historia, como un auténtico acto de piratería en perjuicio de España, por parte de la flota inglesa al mando del comodoro sir Graham Moore.

En honor a la verdad no se trató de una alevosa emboscada a traición. Se cumplió a cabalidad con el protocolo precombativo.

Con las popas vueltas hacia el cabo de Santa María (España), las naves inglesas se interpusieron en orden de batalla sobre la ruta de navegación de la escuadra española que venía del Perú, la cual se colocó ante su interceptor, también en orden de batalla. El comodoro Moore envió una lancha mensajera hacia la `Medea´, nave insignia española, para prevenir al comandante José Bustamante, que se disponía a cumplir órdenes de el gobierno de su Majestad Británica, de detener la escuadra bajo su mando y conducirla hacia puerto inglés.
Como no podía ser de otra manera, encendido de coraje ante la proximidad de las costas de su patria, Bustamante contestó que optaba por el combate para salvar el honor.

La batalla fue breve pero cruenta. Bastó media hora de intenso cañoneo para que la Mercedes, que además de caudales parecía conducir un enorme polvorín, se fuera a pique enmedio de una gran explosión, llevándose con ella hacia el fondo del mar, poco más del centenar y medio, de tripulación, artilleros, y pasajeros, entre éstos la esposa, ocho hijos, un sobrino, y cinco esclavos peruanos, del segundo al mando de la flota española, Diego de Alvear, quien subcomandaba el combate desde la `Medea´.

Hundida la Mercedes, rinden armas Bustamante y de Alvear ante el inglés, y los restos maltrechos de la flota son conducidos a puerto Inglés.
Estabilizada la situación post bélica, y conmovido el gobierno de su Majestad británica ante la tragedia que pesaba sobre las espaldas de su prisionero, segundo comandante, de Alvear, le prometió a éste una indemnización de docemil libras esterlinas, de las cuales luego de innumerables dilaciones en las que ya había anidado la desesperanza, se hicieron concretas únicamente seismil.

Por este acto de piratería, sir Graham Moore recibió de rey George III, los más altos reconocimientos correpondientes a su elevado rango.

Sin contar los caudales habidos en las otras tres naves de la flota vencida, sólo en la Mercedes, se transportaban quinientas mil monedas de oro y plata, equivalentes a cinco millones de pesos fuertes de la época.

Los bienes y valores que traían las bodegas de las naves españolas, provenían de otro y previo acto de piratería; no menos brutal del que éstas eran víctimas, aunque de métodos diferentes. Esta era una piratería permanente y sofisticada, bajo la administración de poderosas instituciones, a la que los reyes de España daban inocentes nombres como, juntas o consejos, de indias; encomiendas, o casas de contratación. Tan vasta sobre territorios y gentes que los monarcas se vieron obligados a organizar geográficamente tal piratería en virreinatos.

En `Albión´ los lores de la cámara alta ponían en juego al máximo sus capacidades intelectivas para elaborar refinadas justificaciones jurídicas a la captura y saqueo de naves españolas provenientes de América, que también se había hecho sistemático.
Y cuando las atribuladas mentes de legisladores y tribunales se veían carecer de la formulación precisa de la ley, apaciguaban sus conciencias diciendo para sus adentros: `ladrón que roba a ladrón, tiene derecho al perdón´.

Esta inconclusa saga bucanera dio continuidad el 18 de mayo de 2007, luego que una moderna nave cazadora de tesoros, estadounidense, descubriera y rescatara, frente a las costas del cabo Santa María, a doscientos metros de profundidad, las quinientas mil monedas de oro y plata que llevaba en sus bodegas la Mercedes ese fatídico cinco de octubre de 1804.

La empresa estadounidense que organizó y ejecutó la expedición hacia los restos del Mercedes, vindica para sí lo rescatado; a lo cual se opone el reino de España, bajo el alegato que el tesoro es parte de la real hacienda del Estado español.
El gobierno criollo del Perú reclama las quinientas mil monedas, bajo la argumentación que ese oro y esa plata fueron extraídos de minas ubicadas en un territorio que en esa época ya vindicaba independencia de España.
Los descendientes de los pasajeros de la Mercedes, sin embargo se declaran los legítimos herederos, puesto que esas monedas de oro y plata, dicen, representan el patrimonio acumulado por sus antepasados gachupines, durante largos y duros años dedicados a mantener encendida la luz de la cristiandad entre aquellos indios paganos, ingratos y levantiscos.

Los descendientes de aquellos pueblos originarios que fueron esclavizados y obligados a extraer el oro y la plata de su propia tierra para enviarla a España, no han presentado alguna reclamación o querella. Tal podría deberse a que en la conciencia de estas gentes aún subsiste la filosofía de que es un absurdo total, reclamar propiedad privada sobre los recursos ofrecidos a los hombres por la madre tierra.

Eso sí, los juristas del gobierno de su majestad británica han recibido instrucción para que en este litigio presenten demanda consistente en que del tesoro rescatado, le sean devueltas las seismil libras esterlinas, que en aquella época el gobierno de su majestad concedió a Diego de Alvear, segundo comandante de la flota española, en calidad de indemnización.

–Dad al bucanero lo que es del bucanero! –dice la ley del mar.
Y aconteció pues, que sumida en el letargo desde 1804 hasta 2007, hoy vuelve a recapitular, una de piratas.

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