lunes, 7 de diciembre de 2009

Cambio climático


En su casa, en las estribaciones del volcán San Salvador, don Cristiano leía un libro publicado por uno de los asesores de George Bush, Tony Blair y José María Aznar. El autor calificaba el Cambio Climático Global como una de las más grandes farsas de los últimos tiempos. Don Cristiano centraba su esfuerzo intelectual, en apropiarse de las argumentaciones del autor, mediante un ejercicio mnemotécnico.

La señora Teodolinda, su mujer, le entregó la correspondencia del día. Le llamó la atención un sobre barato, rotulado a mano y con muy mala caligrafía. Rompió la cubíerta y leyó. Los pobladores de las orillas de la Quebradona (parte baja del volcán Chinchontepec), le mandaban a pedir, obras de reforestación sobre sus propiedades de la falda sur del volcán, ya que, debido a la rigurosa tala llevada a cabo, para sembrar más café, bajaba de esa falda en la estación lluviosa, una corriente de lodo por la Quebradona, que llegaba a invadir los patios de las casuchas del caserío.

–Reforestar? Pobres ilusos, no saben nada de caficultura! Les vendí barato, para que tuvieran donde vivir, y con estas presiones me pagan! Jodidos estamos! –dijo a su esposa. Arrugó la carta, la lanzó al cesto de la basura, y continuó la lectura que le ocupaba.

El Salvador es un territorio costero, que hacia el norte se eleva en una cadena de cerros y volcanes; por lo que las crecidas de ríos y quebradas de las partes bajas, durante la estación lluviosa, es una tendencia natural, últimamente acentuada, a causa de la deforestación y urbanización de los terrenos altos.

Hoy día, las inundaciones de las partes bajas, en la estación lluviosa, es la norma. Los ricos prefieren urbanizar las partes altas y vivir allí, precisamente para quedar a salvo de inundaciones.

Al año siguiente de aquella carta, las precipitaciones pluviales fueron mínimas, más bien hubo sequía, así que los pobladores de la Quebradona, se preocuparon poco por el inconveniente.

Años antes, la estación lluviosa terminaba en septiembre. Ultimamente se prolonga hasta noviembre, incluso, diciembre. Según los entendidos, esto es signo del Cambio Climático Global.
Los detractores de este fenómeno, gentes muy poderosas, se dan a la tarea de contratar académicos universitarios, para que argumenten que el tal cambio climático es una falacia.

En el año posterior, lo largo de la estación lluviosa fue moderado. Hubo corrientes de lodo por la Quebradona, pero no pasó a más.

Lo que vendría a ser la última fase de la estación, aconteció del siguiente modo:

El servicio meteorológico internacional, envió un mensaje de alerta a los servicios locales de los países de la región. En el Océano Pacífico cobraba forma un ciclón cuyo eje de rotación se movía hacia Centroamérica. En efecto, el ciclón atravesó el istmo, con una fuerza destructiva moderada, y se fue desvaneciendo sobre el Golfo de México, hasta convertirse en tormenta tropical.
Meteorólogos y organismos de rescate, respiraron aliviados.

El servicio meteorológico internacional, cuyos análisis y conclusiones se basan en imágenes tomadas por satélites, no observó nada anormal en los gigantescos cúmulos de nubes que avanzaban siguiendo la misma ruta del ciclón. El análisis espectrográfico concluía que, en efecto, las nubes eran inusualmente gruesas, pero se movían con bastante normalidad y suficiente altura, como para ningún tipo de alarma.

Durante la historia vivida por el ser humano, el clima había sido ordenada y sistemática sucesión de fenómenos de conocida evolución; lo cual permitía a los hombres avezados, mediante una simple y atenta observación visual de lo alto, lo bajo, lo cercano y lo lejano, predecir y precaver con aceptable exactitud al comportamiento de los meteoros.

Hoy día, aún con ayuda de satélites y sofisticada tecnología, es cada vez más complicado predecir las variaciones climáticas locales y globales; tal que en su inmensa mayoría, los meteorólogos dan testimonio que el Cambio Climático Global, consecuencia de la actividad industrial del hombre, es un hecho irrefutable.

Caía el atardecido, cuando las colosales pero inofensivas nubes (según los servicios meteorológicos), que venían por la ruta del huracán abandonaban el océano y se adentraban al territorio salvadoreño.

Comenzaron a descender en forma de leve llovizna. Al contactar tierra, detuvieron su desplazamiento, los cúmulos se volvieron negros y confundidos con la noche se fueron licuando con creciente celeridad, sobre las alturas del territorio.

De las partes altas urbanizadas de San Salvador, donde viven los ricos, bajaban torrentes cada vez más gruesos y furiosos hacia las partes bajas donde viven los pobres.

En pocas horas estaba lloviendo lo equivalente a un mes. Antes de la media noche, se oyeron los primeros ayes lastimeros en las proximidades de quebradas y ríos.

La oscuridad era total. Las represas abrieron sus compuertas. Las laderas deforestadas se convertían en aludes negros.


En mitad de la noche lluviosa e impenetrable, la falda sur del volcán Chinchontepec se convirtió en un inmenso torrente de lodo y grandes piedras que se precipitaron sobre la Quebradona. Más allá de la Quebradona, el alud desbordó el cause, se dividió en dos y cayó sobre los barrios de Verapaz….

… Al amanecer lo largo de la costa salvadoreña era un cenagoso infierno en donde los condenados, eran espectros cubiertos de lodo que erraban enmedio de interminables pantanos, extrayendo cadáveres, gimiendo, llorando, y llamando a gritos a sus deudos.

La mitad del pueblo de Verapaz estaba desaparecido. La mitad que faltaba la sustituían enormes rocas, algunas tan grandes como una cabaña.

Donde estuvo el poblado de la Quebradona, hay ahora enormes acúmulos de piedra y lodo.

Allá sobre los altos del volcán San Salvador, don Cristiano, pide a la sirvienta otra taza de café. Está leyendo otro libro. El autor es neomalthusiano, también asesor de los dirigentes de las Azores. Plantea que la población mundial bordea peligrosamente los siete millardos de seres humanos; y que los desastres de la naturaleza son de seguro la mano reguladora de Dios, para que la población humana, regrese a niveles sostenibles.

–Pero no –dice don Cristiano a su mujer–, ya dirán estos brutos, que los ricos hemos provocado el aguacero que se desató.

No hay comentarios:

Publicar un comentario