martes, 8 de diciembre de 2009

Orgasmo de Gata

Que un grupo latino de bohemios del valle Mälaren (Mälardalen), decidiese erigirse en tribu y enarbolar el estandarte del quetzal, fue un hecho tan sorprendente como inaudito. No a cualquier mortal le es concedida la gracia de conocer el trino de ese pájaro, nahual de Tecún Umán que lleva un rubí en el pecho.

Lo asombroso de ese acontecimiento, pensé, es que los sabios mayas, aseguran que quien tiene la dicha de escuchar alguna vez el trino del quetzal, abre su mente a la contemplación y a la poesía, definitivamente. Esos seres privilegiados se identifican fácilmente unos a otros y tienden a formar logias místicas a cuyo interior se vuelven devotos del ave en mención.

Esa mística dice que el quetzal es el alma del pueblo maya, por eso en cautiverio muere, y en vuelo es una ondulación esmeralda. Como el torogoz, construye su habitáculo en inaccesibles paredones de escarpadas vaguadas. Escava en el paredón un túnel en forma de herradura. Es decir, con un umbral de entrada y otro de salida. Lo hace así para no extropear su espléndida cola, que supera en mucho la longitud de su propio cuerpo.

El caso es pues, que el grupo Quetzal, convocó a un cónclave poético que se celebró el 7 de noviembre, en el número 6 de Slottgatan, Västerås (el nuevo local del Vänster Partiet). Un día antes había sido la fiesta de cumpleaños de Micke Mjöberg, a la cual no pude asistir, por estar bajo el ataque de un virus sospechoso de porcino

Faltar a dos acontecimientos al hilo, por culpa del dicho virus, hubiese sido alarmante; un primer signo de gravedad; por lo que hice el supremo esfuerzo de abandonar el lecho, proceder a una rigurosa ducha y luego encaminar mis pasos a la convocatoria del Quetzal.

El esfuerzo hecho no fue del todo feliz, pues estando ya a pocos metros de la parada de buses, partía el bus que me llevaría hasta Slottgatan a la hora conveniente.

Los días sábados por la tarde, el servicio de autobuses es más pausado; sin embargo,los organizadores quisieron sentar precedente de puntualidad y fueron tajantes con la hora de inicio.

Se comprenderá que me perdí la primera parte del programa. Llegué justo a la hora de los bocadillos. En el ambiente quedaba, sin embargo la vibración de los versos de René Zegarra, de Julio Flores, entre otros, y la dramaturgia de Guillermo Aguilar. En la segunda parte vendría otra jornada de lecturas.

En el intermesso de los bocadillos, entre sendos recipientes repletos de tacos nicaragüenses, ensalada, bebidas y odres colmados del fruto fermentado de la vid, descubrí los ojos de la `Gata´.

Hay muchas gentes en Nicaragua cuyas pupilas, ni son cafés, ni negras, sino de un tornasol que cambia de tonalidad según el ángulo en que reciben la luz. El pueblo les llama, gatos.

Comprendí al instante la razón del porqué habían cinco acrílicos de grandes dimensiones, muy cargados de simbolismo, estratégicamente situados en el salón donde se desarrollaba el recital.

Los gatos son poseedores de un temperamento especial. Haciendo caso omiso a la lista de precios, repartía la Gata, a diestra y siniestra tacos nicaragüenses elaborados por sus propias manos, copiosamente acompañados de ensalada a la mayonesa, y rebosantes copas de vino.
–Tengo mis reservas acerca de los precios, acá en la lista –dije–, déjame revisar si hay monedas en mi monedero.
–Olvidáte de los precios, chocho carajo, que aquí tengo yo bajo control todo ésto! –me contestó, y dirigiéndose al público espetó–: Comed y bebed, y que se cargue el débito a mi cuenta!

Reanudose el recital, pasando por el estrado un segundo grupo de aedas.
No es tarea fácil una composición poética alrededor de una coyuntura política. Sin embargo, Ricardo Mejía se atrevió a transformar en versos el golpe de estado en Honduras. El público premió esa labor con una salva de aplausos. Asímismo dio el público su aprobación a un canto a la amistad y la solidaridad ofrecido por Pascual Nuñez, y a un par de dardos que el Pardo lanzó a la trampa de que la crisis económica sirve para hacer más pobres a los pobres, y más ricos a los ricos.

Agotada la artillería de los poetas, concentró el público su atención en la abigarrada simbología de los acrílicos de Silvia, la Gata nicaragüense (el apellido de esta pintora es un acertijo aún indescifrable).

El primero y más llamativo, es una mujer desnuda que sangra de entre sus piernas recogidas. El cuadro acepta dos posiciones. Si se coloca cabeza abajo, asemeja la cabellera de la mujer, las raíces de una mata de maíz en busca del suelo. Si se invierte la posición, es una mujer de rodillas y sangrante. –Es el parto, el parto es vida –explica la artista al público asombrado.

El siguiente es un paisaje nocturno. La calle principal de un pueblito nicaragüense. Al fondo la luna llena. En primer plano el busto de una mujer. El lado derecho de la mujer es jóven y sensual, de pezón apetecible. El lado izquierdo, una vieja escuálida, decrépita de teta flácida y horrible. –Es la Segua –dice la pintora– El espíritu femenino y maligno que venga la ingratitud de los hombres infieles y trasnochadores.

Ante el siguiente lienzo no hay preguntas del público, sólo signos de admiración. Es el ángulo de un Pettersberg en pleno invierno, cuyo vértice entra francamente por la ventana del dormitorio de Silvia.

El siguiente acrílico es el rostro de una chica bellísima de ojos almendrados. Tiene ante sí, una tentadora manzana. –Es Eva, mi hija –dice.

Por último, sobre un fondo verdoso, una línea negra y retorcida, desdibuja una silueta femenina. Se necesita un verdadero ejercicio de abstracción para adivinar que en esos vericuetos se esconde una mujer. Hay sin embargo una clara pista: un pecho femenino de perfil, hermoso y suculento. –Qué es? Qué es? Pregunta el público intrigado.
Se enciende el tornasol de sus pupilas. –Es el orgasmo de la Gata –contesta. Y le ilumina el rostro, un sarcasmo hecho sonrisa.

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