jueves, 10 de diciembre de 2009

Sin testigos

Del grueso de suboficiales y soldados que ejecutaron este operativo, y muchos otros similares, no hay rastro alguno.

Unos se ahogaron en alcohol o drogas; otros fueron engullidos por el pantano de la psicosis; otros fallecieron cobijados de cartones en lúgubres laberintos de Los Angeles California, Nueva York y Washington.

Sólo una veintena entre miembros del temido batallón y aquel alto mando, dan muestras de vida. Lo hacen desde la semiclandestinidad. Hay quienes aseguran que a esas sombras fueron empujados por el eco del llanto de sus víctimas. Otros dicen que las sombras siempre fueron su naturaleza. El común denominador de todos ellos es que imploran a los cuatro vientos que todo lo actuado sea por el mundo, olvidado.

El marco:

En el vértigo de la contrainsurgencia una explosión arrasa, de los trabajadores, la Unión. A la siguiente semana es dinamitada de los trabajadores, la Confederación. Los hechores firman los atentados con el nombre de un antiguo tirano que en situación de retiro fue ajusticiado por su chofer.

Los insurgentes elevan su propuesta hacia el gobierno: retrasar las elecciones y lanzar sus propios candidatos.

El gobierno les rechaza; celebra elecciones. Fue electo presidente el oligarca más poderoso del país.

La insurgencia, impulsa su táctica de ataques selectivos. Fue ajusticiado el “Comisionado para Limpiar la Universidad, de Comunistas”.
El vicepresidente electo se libró por los pelos, de una ráfaga de ametralladora.
El Fiscal General fue eliminado mediante un artefacto en su vehículo.
El ministro de la presidencia fue emboscado y acribillado en pleno día.

Los escuadrones de la muerte buscan sus propios objetivos (civiles no armados). A la ausencia de blancos a batir, atacan la imprenta de los académicos religiosos.

“Diálogo y presión”, la táctica del gobierno.

Atentan, comandos gubernamentales, contra la residencia de un alto dirigente del Frente Democrático. Los insurgentes responden con armas artesanales sobre las instalaciones del Estado Mayor gubernamental.

Escuadrones de muerte explosionan por segunda vez la sede de la Confederación de Trabajadores. Las víctimas se ven duplicadas. La insurgencia abandona la mesa de negociación y anuncia la gran ofensiva.

La noche antes del día señalado estaba tremendamente oscura. Un incesante alboroto de perros se extendía por cinco rumbos de la capital; envolvía la periferia de tres cabeceras departamentales. Los perros aullaban al paso de las columnas insurgentes que bajaban de las cerranías en busca de los puntos neurálgicos del enemigo. Con las primeras luces del día se desatan las acciones.

La guerrilla se hace fuerte en los barrios populares. Intenta provocar la insurrección de las masas. El gobierno, decreta estado de sitio, censura informativa; bombardea los barrios con presencia insurgente. No hubo insurrección, sino éxodo masivo y centenares de víctimas inocentes.

Cambian táctica los insurrectos. Desalojan los barrios pobres y se dirigen a fortificarse en los barrios elegantes. Atacan la residencia del mismísimo presidente de la república, la casa del vicepresidente y la del cabeza del parlamento. Fusilan al presidente de la Corte Suprema de Justicia.
El gobierno se abstuvo de bombardear las areas dominadas por los rebeldes; se trataba de sus propios lugares de residencia, los barrios de la oligarquía. Cundió el desespero del alto mando militar y del presidente de la república.

La Agencia Central de Inteligencia, ilustra esta congoja de la siguiente manera.

“El jefe del Estado Mayor Conjunto convoca al presidente de la república a hacerse presente en ese bunker”.
Es el presidente de la república quien acude al llamado del jefe militar y no al revés. El presidente no manda; lo mandan.

Antes de la llegada del mandatario, los miembros del alto mando ya había deliberado exaustivamente y concluido.

“... Los terroristas no tienen capacidad táctica o estratégica. Jefes y grueso conforman un cuerpo, inexperto, mal entrenado, mal armado, mal avituallado. No tienen idea del arte de la guerra; por sí solos, jamás podrían hacer peligrar el poder y gloria de nuestra fuerza armada.... Y sin embargo, si un cuerpo rudimentario como ése se provee de una cabeza pensante, entonces sí se vuelve altamente peligroso y difícil de ser aniquilado.... El G2 (inteligencia militar), ha demostrado hasta la saciedad, que los terroristas ya se han hecho de una cabeza pensante. Esta Medusa es la que debemos cercenar! Y esto debe ser ahora mismo, antes que aclare el siguiente día...... Se trata de ellos o nosotros...!”.

Los hechos

Fue puesto el plan en manos del oficial de campo situado en el área del objetivo.
El oficial responde: “puesto que se trata de una acción especial, se requiere el concurso de un batallón especial”.

En efecto, recurrieron al batallón más despiadado en este tipo de operativos. Giraron las órdenes pertinentes.

Se hizo presente el batallón destinado, se atrincheró en las cercanías; esperó a que cayera la noche.

Militarmente, la operación no presentaba complicación alguna.

Predominaban el silencio y la oscuridad. A la hora señalada, fueron tendidos tres círculos concéntricos y herméticos, alrededor de la casa de meditación.

Al filo de la media noche, se abrió un corredor desde la periferia circular hasta la fachada de la casa. Por ese corredor penetró hasta la entrada principal, un comando de asalto fuertemente armado, con los rostros untados de betún.

Una parte del comando tomó posiciones tácticas a lo ancho del frontispicio; otra parte se posesionó del dintel. Llamaron, golpeando la puerta con las palmas de las manos, conminaban a los pernoctantes a abrir las puertas.

Tensos minutos, de persistencia y voces amenazantes, transcurrieron. Alguien del interior abrió la puerta. Irrumpen impetuosamente hacia el interior los asediantes.
Obligan hacia el exterior a seis religiosos que meditaban.

No hubo demasiado intercambio de palabras entre asaltados y asaltantes.
Uno a uno fueron colocados boca abajo sobre la grama del jardín, los religiosos.

Posteriormente a la celebración de la sangre, prometía el alto mando la gloria espiritual y la estabilidad económica.

La especialidad del batallón era justamente este tipo de operaciones. Una especie de rito que celebraban con gentes anónimas de tez aceitunada, esmirriadas y baja estatura. Esta vez se trataba de gentes importantes, altos, blancos y elegantes como sus propios jefes. Esto excitaba el ánimo de los soldados; disputaron el honor de disparar al occipital de los ahí tendidos.

Se oyó llanto y gemidos de mujeres al interior de la casa. –Quiénes son? –preguntó el jefe.
–Es la sirvienta y su hija. Pobres mujeres. No deben nada –contestó uno de los soldados.
–¡La orden es, sin testigos, culeros! –replicó con notoria dosis de histeria, el oficial.

Retomaron la acción los subordinados.

Abandonado que fue el escenario de los hechos, a la par de los otros victimados, quedaban fuertemente abrazadas, la sirvienta y su pequeñuela.

Clareó el día. Convocó el presidente a conferencia de prensa. Ante las cámaras, los flashes y el alboroto de los reporteros, el alto mandatario, culpó de los hechos a los insurgentes.

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