martes, 10 de febrero de 2009

Ingela en Tailandia

Ingela, veinticinco años, viaja sentada junto a la ventanilla del avión. No se siente tan nerviosa como hace un año exactamente.

Pronto aterrizará la nave.

El objetivo del viaje es el mismo.

Podría creerse que son los mismos cúmulos de un año atrás. Allá abajo la misma selva verdinegra; a lo lejos al este, el mismo océano verdiazul.

Está por llegar a Tailandia como cooperante para una casa de niños de la calle.

Hace un año, por primera vez aceptó la invitación de la misión de la iglesia sueca a colaborar en las actividades de orientación en la casa de niños, en verano.

Tomó gustosa la invitación, pues soñaba en aportar para que la justicia prevaleciera en algún lugar del mundo, almenos alguna vez en la vida

Los niños y el personal la habían recibido calurosamente.

Hubieron danzas, bebidas y bocadillos con sabor sueco; los anfitriones sabían que las especies tailandesas saben harto fuerte para el paladar sueco.

Su primer atardecido, media milla a las afueras de el lado norte de Bangkok, fue como una enorme y roja bola de fuego en la distancia que ella observó con una mezcla de fascinación y cansancio. Cuando se puso oscuro no habían muchas lámparas; extraños insectos pululaban alrededor y otros chillaban feamente, afuera en una noche sin luna.

Se apoderó de ella una melancolía insidiosa.

Toda su vida había viajado, pero nunca fuera del itinerario de las compañías turísticas. A pesar de la noche nórdica en que había crecido, tampoco estaba acostumbrada a la oscuridad total, al contrario, su costumbre era el resplandor de las ciudades.

Luego de su primera cena en Tailandia, los niños se mostraban encantadores, pero pronto quiso retirarse a dormir.

Le habían dado un pequeño dormitorio individual y tendría que compartir el baño con el resto del personal; el dormitorio tenía una ventana hacia el huerto.

Abrió la ventana, se sentó en la cama de cara a ésa y trató de ordenar sus ideas. Un bombillo de treinta wats colgaba de la pared y alumbraba con una luz amarillenta tan pálida que no lograba alumbrar hacia afuera de la ventana

Un ventilador giraba sobre la mesa de noche volviendo constantemente de izquierda aderecha y viceversa. La noche era calurosa.

De pronto! En la esquina derecha del cuarto, algo con lo que Ingela no contaba para nada!

Algo completamente increible!

Inicialmente no creyó que eso fuese realidad! Tres cucarachas han salido de un pequeño agujero en la pared.

Avanzan en punta de lanza semejantes a tres aviones color marrón en formación de ataque.

Llena de pánico, se levanta temblando y grita histérica: Auxilio! Auxilio! Auxilio!

Quiso correr de allí pero se sintió paralizada. Al gritar, su voz desgarrose debilmente tal que el personal que se mantenía en la sala, viendo televisión, no escuchó nada.
Tuvieron que pasar interminables segundos hasta que pudo dejar el cuarto en busca de ayuda.

Kahunni Hogun, el viejo que laboraba como conserje dijo a Ingela en un inglés inintelegible que, lo dejara ser, puesto que pronto vendrían las lagartijas nocturnas, al apagar las luces, y se comerían a las cucarachas.

-No! Ella no quería ponerse a esperar lagartijas, ni tampoco quería estar en compañía de lagartijas!

El viejo Kahunni, ansioso como estaba de volver frente al aparato televisor, tomó una de sus sandalias y aplastó con ella en un instante las tres intrusas.

-Oh no! No se necesitaba eso! Pobres cucarachas! No se necesitaba haberlas matado! Fuera de eso, hoy estaba asquerosa la pared!

Kahunni, tomo sus víctimas por las patas y las tiró por la ventana, hacia afuera; después tomó su lámpara de bolsillo y alumbró las cucarachas muertas, se las mostró a Ingela diciendo:

-Pronto vendrán las hormigas y se las llevarán!

Dicho esto, corrió de nuevo al aparato de tv.

Ingela sintió deseos de ir al retrete. Hacia allá se encaminó. Regresó. Estaba más tranquila, se sentó al borde de la cama y se quitó los zapatos. Se desvistió; no quería tomar pijamas puesto que la noche estaba calurosa.

Se acostó, se arropó con la sábana, pero cuando estiraba la mano para apagar la luz: -Maldición! -Una araña descolgábase del techo en dirección a su cara.

Deslizábase balanceándose, la araña, dirigiendo sus extravagantes ojos de insecto hacia el glauco apacible de las pupilas de Ingela. La miraba con una fuerza hipnótica y movía anhelantes sus temibles patas acorazadas de una caparazón queratinosa.

La chica gritó de pavor todo lo alto que pudo, pero posiblemente alguna goma de mascar que tenía en la boca le amortiguó la voz; se ahogaba; sentose bruscamente, otra vez sobre el borde de la cama y … -Eso además!? -Habían tres cucarachas otra vez sobre la pared; una de ellas voló directamente hacia ella.


Horrorizada quiso levantarse, gritar y correr al mismo tiempo; cuando la cucaracha le alcanzó, sintió una sensación viscosa en el pecho. Trató en vano de sacudirse aquella cosa horripilante, pero sus brazos no obedecía las ordenes de su cerebro.

Gritó y gritó, pero aún así, ella misma oía su propia voz muy débil, como alguien que grita en la lejanía, al mismo tiempo que sentía precipitarse en el ojo de un torbellino que le obligó a darse por vencida.

Cayó desmayada sobre la cama.

Que extraño!: no estaba inconsciente, pero sí, totalmente paralizada.

Era consciente de lo que sucedía a su alrededor; después descubrió que su consciencia podía abandonar su cuerpo y observar desde fuera lo que sucedía en él.

Vió la cucaracha sobre su pecho, examinándolo detenidamente. Desde cierta distancia, ella observaba poco más sosegada y … -Joder! -El insecto se comunicaba con sus compañeros e Ingela entendía perfectamente lo que se decían!

Las otras cucarachas, desde la pared preguntaban, qué clase de espécimen era ése y la otra, respondía que se trataba de la especie humana, pero un poco rara.

-Es muy pálida -decía-, significa talvez que padece alguna enfermedad hepática!

-Puede ser! Sucede que el hígado de los humanos no es capaz de tolerar la enorme cantidad de sustancias venenosas que consumen con sus alimentos industrializados…al contrario de lo magníficamente que lo hacemos, nosotros, insectos!

-Ay ay ay!… puesto que la polución del ambiente y los alimentos es indetenible, eso significa riesgo de envenenamiento generalizado de la raza humana, y con ello el riesgo desaparecer del planeta!

-No del todo, hay una alternativa!

-Cuál es?

-Si ellos mutaran un tanto a insectos, para poder metabolizar hasta sustancias radiactivas, tal como hacemos nosotros!

-El problema es que ellos no poseen la misma capacidad de mutabilidad que nosotros!…

Intrigada de sus nuevas facultades, Ingela quiso asomarse a la ventana para observar allí donde estaban las cucarachas muertas.

Había un innumerable ejército de hormigas que las llevaban en vilo enmedio de un caótico griterío!

Ella entendía también lo que las hormigas gritaban:

-Con cuidado! Con cuidado! Más vale tarde que nunca! Cuidado! Cuidado! No por allí! No por allí! Tranquilos! Tranquilos! Alto! Alto! Tengan cuidado idiotas! Atención! Atención! Los de atrás, empujen y los de adelante tiren al unísono! Ahora! Así! Así! Eso es! Eso es! No! No! Por esa ruta nó! Por esa ruta nó! Atrás! Atrás! Porqué para atrás idiotas? Atención! Despejen el camino! Vamos! Vamos!Despejen…..!
Hasta cierto punto fascinante, pero Ingela recordó que su cuerpo yacía en la cama, y hacia allí se volvió, pero:

No! No! Imposible!

Habían varias cucarachas sobre su cuerpo!

Las cucarachas corrían sobre él examinándolo todo detenidamente e intercambiaban entre ellas una suerte de mensajes telepáticos.

El cuerpo de Ingela yacía semidesnudo através de la cama con los brazos extendidos hacia los lados y sus piernas colgaban sobre el borde.

Sobre la sábana, al lado interno de la pierna derecha escalaba hacia arriba una cucaracha. Otra lo hacía sobre la pierna izquierda.

El primero de esos insectos, alcanzó la rodilla y continuó a lo largo de la cara interna del muslo: alcanzó la entrepierna y se sintió allí muy a gusto; era un ambiente tibio y mullido.

El otro insecto, avanzó sobre el muslo izquierdo de Ingela , cruzó sobre la espina ilíaca alcanzando el monte de venus. Se alzó sobre sus miembros traseros para echar un vistazo a la impresionante humanidad que yacía bajo sus patas.

La otra cucaracha, subió por la linea del sexo y se reunió con su compañera sobre el ondulado vertice del monte. Intercambiaron entre ellas alguna suerte de valoraciones.

-Una mujer yaciente asemeja siempre una montaña tendida. Este caso, asemeja una montaña nevada.

-Es comparable a las montañas sagradas al norte de Kathmandú; o talvez a las más elevadas alturas del Kebnekaise en Escandinavia!

-Ay ay ay! Que grande y hermoso es eso!…Pero apresurémonos! Allá esperan por nosotros!

Corrieron sobre el vientre de Ingela hasta juntarse con otros que examinaban minuciosamente el ombligo.

Se hacían señales con los restantes insectos que sobre los pechos, hacían lo propio sobre el pináculo de unos pezones que solían ser vivaces y color de rosa, pero ahora se mostraban flácidos, pálidos, faltos de ánimo.

Habían dos cucarachas extraviadas en la cabellera de Ingela, que bregaban por superar la blonda maraña que les atrapaba.

Ella, estremecida miraba fijamente lo que sucedía.

De pronto! El Caos! Las cucarachas se precipitaron haciendo un tumulto ensordecedor, chillando lo más alto que podían: Corran! Corran! Sálvese quien pueda! Las lagartijas vienen! Vienen las lagartijas! A correr! A correr!

Habían dos lagartijas nocturnas sobre la pared; estaban hambrientas y ahora corrían a la cacería de las cucarachas.

Mientras lagartijas y cucarachas corrian por la vida, se acercaba el sol de nuevo hacia la línea del horizonte y con ello, involuntariamente, la conciencia de Ingela se veía arrastrada hacia su cuerpo otra vez.

Ya estaba el sol arriba, cuando despertó la chica a la vigilia. Se sentía cansada con los párpados pesados, melancólica y atormentada.

Saltó de la cama y corrió a través de la huerta hacia el pequeño arrollo que había descubierto en las cercanías, un día antes, cuando llegaba.

Intentaba mitigar la melancolía, se tumbó de vientre junto al arrollo, dobló el brazo izquierdo, posó sobre él la frente y lloró copiosamente.

Luego vinieron los pájaros.

Una bandada de pájaros arroceros llegó hacia ella, rodeándola en medio de un bullicioso tumulto. Admiraban aquel enorme cuerpo de extraña pigmentación, tan blanco como el marfil, rosado casi transparente, de pelusilla y cabellera doradas.

(De tal manera yace ella tendida sobre el césped, que su cabellera semeja las flamígeras crenchas de un sol esplendoroso que rodean un rostro entristecido)

Los pájaros parecían examinarla, comentar en voz alta sus atributos, estallando en algarabía de carcajadas, hasta hacer que Ingela se sintiera avergonzada.

Después de eso, fueron los niños quienes se acercaron a ella. Vinieron en alocado tropel en un griterío semejante al que habían hecho los pájaros..

Consolaban a Ingela acariciándola, secando sus lágrimas, ofreciéndole florecillas.

Los niños eran menudos e Ingela era hermosa y grande, así que jugaban sobre ella casi como las cucarachas habían hecho la noche anterior.

Después vinieron miembros del personal hacia ella. Le explicaron el alto significado de la misión que la iglesia le había encomendado… Así comenzó a transcurrir el tiempo normalizándose todo paulatinamente…

-Ahh! -Suspira ahora Ingela cuando el paisaje tailandés se muestra frente al avión.


-Hace un año ya! Quién podría creerlo?

Después de esa primera vez, ya en casa, en las cercanías del lago Mälaren, a solas, había analizado detenidamente todo lo sucedido luego de discutir con sus compañeros de estudio de la escuela superior.

De la misma casa donde laboró ella en Tailandia, más de una vez, las bandas organizadas habían secuestrado grupos de niños para venderlos como esclavos sexuales en el mercado negro.

Algo le decía en su interior que aquella lucha era imposible, pues jamás había encontrado alguien con quien compartiese plenamente sus puntos de vista, mucho menos con los funcionarios de la cosa pública; sin embargo había extrañado profundamente el calor humano de los activistas tailandeses, la exhuberancia de la naturaleza y la inocencia de los niños de la calle.

Por otro lado, se había dado el tiempo suficiente para investigar que el desdoblamiento en cuerpo astral, fenómeno incomprensible para la sicología occidental, es común más que entre saltimbanquis y charlatanes de mercado, entre los chamanes de el culto de la montaña cuyos ancianos, al sentir la cercanía de la muerte, se internan en la remota profundidad de la selva Thai en busca de su verdadera identidad, para no emerger nunca más.

-Aquí estoy de nuevo! He regresado otra vez! - se dijo en voz alta, para afirmar íntimamente su decisión de continuar la labor, cuando el avión se detuvo al final de la pista de aterrizaje.

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