lunes, 9 de febrero de 2009

Toro Sentado


Viendo ponerse el sol, el 14 de diciembre de 1890, a Tatanka Iyotake invadió una melancolía fuera de lo común. El jefe de los Sioux Hunkpapa era un hombre al que poderosas razones históricas habían vuelto, ensimismado y sensible; pero la melancolía que le invadía esta vez, colindaba con la angustia. Era como si el Gran Espíritu le enviara señales acerca de la inminencia de una tragedia que estaba por suceder.
Hacían ya demasiados soles que las tragedias eran el pan cotidiano para los pueblos de las praderas, y él Tatanka Iyotanke había sabido mantenerse a la cabeza de su pueblo, como debe hacerlo un auténtico jefe: cabeza fría y serena, ideas claras; pulso firme. Pero esta vez, los músculos le temblaban. Sería la vejez que ya le había encanecido las sienes? O quizá los síntomas de alguna fiebre que le acometía.

Comió poco, sin apetito; después fumó. Las bocanadas de humo de la hoja sagrada, sin embargo, no le inspiraron, antes bien le deprimieron. Más temprano que de costumbre, buscó el lecho, dispuesto a dormir.
Las constelaciones estaban altas cuando le dominó el sueño. Sudando copiosamente, soñó sobre las circunstancias de su bautizo.

Cumplidos siete soles sobre la tierra, hacía apuestas de carrera con los otros chicos para demostrar que ya tenía las piernas fuertes y veloces. Su padre lo llevó, entonces, a presentar al Espíritu de la Pradera, para que le ayudase a encontrar un nombre definitivo para él. Vagaron padre e hijo hasta las cercanías del pequeño cañón en cuyo fondo corría el Hilo de Obsidiana. Pastaba en las cercanías mansamente una manada de bisontes.

El padre, dejó a su hijo descansando a la sombra de un árbol sabanero mientras él bajaba por el cañón hasta el arroyo en busca de un poco de agua fresca con que aplacar la sed. De regreso, con una bota de piel repleta, alcanzó a divisar la silueta de un toro salvaje bajo el mismo árbol donde esperaba el pequeño. Corrió hacia ahí alarmado; mas a medida que se acercaba, pudo ver que el toro estaba sentado en sus cuartos traseros y el pequeñuelo, también sentado sobre el suelo delante del animal, en actitud de conferenciar pacíficamente. Al percibir la cercanía del padre del pequeño, sin exabruto alguno, se levantó el toro sosegadamente, y fue trotando a reunirse con el resto de la manada.

De regreso a casa, el chico ya tenía nombre, Tatanka Iyotake, Toro Sentado.

Quien es capaz de concertar el pacífico convivio en el seno de la pradera con un toro salvaje, habría de ser capaz de concertar con el hombre blanco. En efecto, Toro Sentado llegó a acordar con el gobierno de los Estados Unidos, la firma del tratado de Fort Laremie, en donde quedaba establecido que los pueblos Sioux se reducirían a su territorio sagrado, en donde yacían los restos de sus antepasados: las Montañas Negras. En comparación al continente reclamado por el hombre blanco, las Montañas Negras eran apenas unas parcelas ubicadas entre Montana, Wyoming y Dakota.

Queda Toro Sentado exento de toda responsabilidad histórica, que el hombre blanco no conozca el honor de la palabra empeñada, por lo cual, a pesar del tratado de Fort Laremie, hubieronse de lanzar a la depredación de los recursos minerales de las Montañas Negras, y con ello hayan desatado la batalla de Little Big Horn, en donde los pueblos Siux aniquilaron hasta el último hombre, al Séptimo Regimiento de Caballería, comandado por el general Custer, quien en los labios llevaba la sonrisa burlona de el aniquilador de pueblos que no ha conocido nunca el temor ni la cercanía de la derrota.
Los guerreros sioux se negaron a recobrar como amuleto, el rubio cuero cabelludo del general Custer, para no ensuciar el sagrado filo de sus cuchillos de obsidiana.

Más tarde, sobrevenido el infortunio, se vio Toro Sentado recorriendo Estados Unidos, presentándose como espécimen Piel Roja. Se obligó a apechugar hasta entonces, lo que le anunciaban las estrellas, las últimas veces que las consultaba, y se negaba a creer. Cercano estaba el día que para los hombres blancos, sería nada más que un payaso melancólico. El aceptó el contrato ofrecido por el empresario circense, Frederic Cody, porque le daba la oportunidad de ejecutar públicamente la Danza de los Espíritus, la danza invocatoria de la rebelión, cuyo secreto ignoraba el hombre blanco.

Los espías, traidores que trabajaban para el gobierno, informaron la peligrosidad de las danzas ejecutadas por el jefe de los Hunkpapa. Se obligó a Cody a rescindir el contrato, y a Toro Sentado reunirse con su gente en el campo de concentración de Minneconjou.

Esa noche, ya no pudo conciliar el sueño. Soñar con la propia niñez, significa retroceder el tiempo. Retroceder el tiempo en el sueño, augura el desastre, o la muerte. Saltó de la cama. Se puso de pié. Sus pies desnudos percibieron los latidos de la tierra. Los latidos de la tierra le recordaron que los hombres blancos jamás cumplirían sus promesas; porque para ellos, hipocresía y traición son sinónimo de firmar tratados….

… La madrugada estaba cercana. Rodearon su cabaña los renegados a quienes el gobierno había dado categoría de oficiales de policía. Cuando irrumpieron al interior, Toro Sentado preparaba su pipa para saludar la aurora. No le dejaron fumar. Le sacaron a empellones. Pretendía aislarlo, incomunicarlo.
El escándalo, convocó a su gente. Los Hunkpapa rodearon a los policías indios. Algunos del pueblo iban armados. Hubo un disparo. El teniente de policía Cabeza de Toro fue alcanzado al lado del corazón. Este, en lugar de disparar contra su agresor, se volvió a disparar contra Toro Sentado, a quien de mucho tiempo atrás odiaba; pretendía sustituirlo como jefe de los Hunkpapa. Viendo sangrar al gran jefe, sin dar muestras de caer, el sargento Tomahaw le disparó a la cabeza. Luego disparó al corazón a Pata de Cuervo, hijo menor de toro Sentado, quien hacía poco había cumpletado los dieciseis soles, acompañaba a su padre y estaba desarmado. En la refriega perecieron trece hunkpapas más.

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