viernes, 17 de abril de 2009

Canal de la Mona

Hubo un momento en que la conversación sostenida entre el capitán de navío al mando del guardacostas USA555, y el capitán mayor del puerto de Providenciales, se tornó áspera. No se ponían de acuerdo si los cinco naufragos de la “yola” de matrícula dominicana, rescatados a cuatrocientas millas al este de Puerto Rico, deberían ser entregados a la policía en calidad de presuntos asesinos, o al hospital en calidad de pacientes.

Los marineros del guardacosta los habían sorprendido al interior de la “yola” como posesos, o quizás drogados, indiferentes a los altavoces del guardacostas que les pedía identificarse. A los llamados que les hacían, respondían con incoherencias. Presentaban un extraño brillo en los ojos y devoraban el cadáver de un hombre, al que cortaban pequeños tajos con un cuchillo, que tragaban como se traga una píldora. Decían haber partido de la península de Sánchez, unos quince o veinte días atrás.
Poca cosa son para una embarcación de gran calado las 160 millas náuticas que hay entre República Dominicana y Puerto Rico, el Canal de la Mona; pero para una “yola” de ocho metros de eslora, construida artesanalmente de madera, para la pesca menor, significan una auténtica travesía.
Adaptar el depósito de combustible, el carburador, y el dispositivo lubricante de un motor fuera de borda para aumentar su rendimiento es una riesgosa tarea que debe encomendarse a manos expertas, pues se corre el riesgo de provocar permeabilidad en ciertos cierres. Sólo un experto puede descubrir tales averías, por demás irreparables. En esos casos, después de cierta distancia recorrida, se produce la humedad de la bujía, lo cual, en alta mar, es sinónimo de fatalidad.
La operación de potenciar un motor interesa esclusivamente a narcotraficantes y contrabandistas, que tienen como objetivo la Florida.
Los pescadores artesanales en cuyo camino se atraviesa la oportunidad de adquirir un motor fuera de borda, no lo piensan dos veces. Esto les alivia enormemente el esfuerzo físico que significa remar, las más de las veces, días o noches enteras.
Cuando aquellos incurren en errores de inpermeabilidad en el intento de multiplicar la potencia de un motor, solucionan el entuerto vendiéndolo a precio muy cómodo al primer pescador interesado. Tienen la delicadeza de no develar la verdadera causa que está detrás de tan generosa venta.
El capitán pescador, Ortiz, invirtió los ahorros de su vida para adquirir dos motores de segunda mano, casi nuevos, que colocó en la popa de la “golondrina”. La intención no era, sin embargo, utilizarlos en la pesca. El oficio de pescador es improductivo desde que el gobierno permite a pesqueros transnacionales faenar las mismas aguas que los artesanos locales. Los transnacionales son como tiburones. Se hartan hasta agotar los caladeros. Luego se van al otro lado del mundo para regresar exactamente cuando los cardúmenes se han medio regenerado. Ùltimamente, incluso ellos levan sus redes vacías. Los venenos de la industria vertidos al mar y el cambio climático, también hacen lo suyo.
Onorio Nemesio había llegado a Saná en busca de una señal. Junto con Justino y Cristóbal, hermanos suyos, significan la manutención de una tribu de tres mujeres, siete críos y dos abuelos. Antes que los caladeros se agotaran llevaban una vida normal. Hoy los críos lloran de hambre en la aldea. Se hacen a la mar los tres hermanos, tiran las redes hasta por dos meses, y regresan con las manos vacías.
–El rastro, señala claramente hacia Saná.
Era un rastro de sangre que manaba del pescuezo de una gallina negra degollada.
–Allí encontrarás la señal que tiene para tí Oriba –Había dicho en su trance a Nemesio, la negra Chabuca, en la culminación del oficio adivinatorio. Oriba la que jalona de señales el destino de los hombres desesperados.
–Y si ya no te dedicarás a la pesca, porqué le pones motores a la “Golondrina”? –preguntó a Ortiz, Nemesio.
–Me dedicaré a conducir a soñadores como tú hacia el sueño americano –contestó el capitán pescador.
Donde antes colocaba las redes vacías o con lo pescado, aseguraba Ortiz con grades clavos al interior de la “Golondrina”, tablones atravesados a manera de asientos. Señaló hacia la proa y dijo a su interlocutor: –mira, en el asiento delantero hay lugar para tí y tus dos hermanos. Vale mil ochocientos dolares!–, y le dio la fecha de partida.
–A la Florida?
–Bueno, no exactamente! Sólo a la otra orilla de La Mona. Recuerda que Puerto Rico ya es la puntica del sueño americano, coño! Es ahí donde se comienza a ganar dólares!
Percibida la señal de Oriba, volvió Onorio Nemesio con intención de hipotecar su casa. Lo hizo; reunió mil ochocientos dólares. Era poco más de lo que él, solo, podía ganar en un año. Regresó con sus dos hermanos la fecha convenida a Saná, donde Ortiz.
Un pasajero en cada uno de sus treintisiete asientos, se hizo a la mar la “Golondrina” el siete de octubre. Apenas aperaban alimentos y agua. Atravesar La Mona con dos motores fuera de borda es cosa de dos o tres días a lo sumo.
Estropeado el segundo motor, nueve de octubre, la angustia que invadió a capitán y pasajeros fue menor que cuando se estropeó el primero, porque en lontananza se avistaba un enorme navío que venía, por el occidente hacia ellos.
En las leyes no escritas del mar, hay la que obliga que todo navegante se detenga a socorrer a quien necesita. Pero también están las leyes de la guerra que condenan al fracaso a toda fuerza bélica que en lugar de combatir se ocupa de labores humanitarias. El gigantesco portaaviones se dirigía hacia el Golfo Pérsico por la ruta de Suez. Los marines gritaron algo desde cubierta, a la par que se levantaba una enorme ola al pasar la colosal nave rozando a la “Golondrina”, que sin motores, ya no era gobernada por el capitán Ortiz, sino por el azar, el único que impidió se fuera a pique, y derivó como succionada por la estela del portaaviones, hacia el Atlántico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario